Pasado mañana, martes 11 de noviembre, se cumplen 210 años de aquella gesta heroica de una ciudad sitiada por todos sus flancos, que resistía y se defendía sin tregua con dientes y uñas, a pesar de las precariedades vestidas de hambre, enfermedades, escasez, miedos, abandono y soledad.
Habían transcurrido 81 días del cerco de Pablo Morillo por tierra y mar; ese día ya estaban instalados los cañones de Francisco Tomás Morales en Caño de Loro y preparaba su invasión a Tierrabomba. Sin embargo, desde tempranas horas de aquel sábado 11 de noviembre de 1815, la Villa del Estado Soberano de Cartagena parecía renacer tras días de intensas lluvias y tormentas eléctricas, con el tañer de las campanas del amanecer en las iglesias de Santo Domingo, Santo Toribio y la Catedral, acompañadas de una salva de artillería desde el Castillo de San Felipe de Barajas y desde la explanada del fuerte de San Sebastián del Pastelillo, dónde opera hoy el Club de Pesca Marina, en conmemoración y regocijo por el cuarto año de la independencia absoluta del Reino de España.
Los abatidos habitantes y sobrevivientes del corralito de piedra se despertaron aquel día con un hálito de esperanzas, antes de reanudarse el bombardeo sobre la plaza, el cual ya era habitual a cualquier hora de la noche o del día.
Pero el Pacificador Morillo, visiblemente sorprendido por el ánimo de los cartageneros, tenía otros planes adicionales para ese día: Mientras Francisco Tomás Morales invadía Tierrabomba, las tropas de Cazadores al mando del capitán José Maortúa, con 300 hombres bien armados y ansiosos de entrar en acción, bajo las instrucciones precisas de Morillo de intentar por todos los flancos tomarse el cerro de La Popa, previendo que los sitiados defensores debían estar distraídos con la juerga o muy debilitados en su salud, buscaban distraer las acciones invasivas de Morales y, de darse las circunstancias favorables, asaltar la fortaleza casi infranqueable de La Popa, para asestar dos golpes al tiempo, casi definitivos, para la resistencia de la plaza de Cartagena.
El avance, aunque en principio favorable a Maortúa que no encontró mucha resistencia, no impidió que se diera la alerta entre los defensores del cerro, que entraron en una feroz batalla cuerpo a cuerpo en las inmediaciones de los parapetos en la fortaleza de la cima de La Popa; combates que se sucedieron a lo largo de aquel día.
Luego de la avanzada final que no duró más de una hora, el contingente español emprendió fuga y retirada, resultando muerto el capitán José Maortúa, dos oficiales y treinta soldados de la columna de Cazadores de Pablo Morillo.
Fue una victoria regocijante, reivindicadora, aunque efímera y pírrica, debido a las constantes bajas y desaciertos tanto políticos como militares y estratégicos, acaecidos durante el sitio que se consumaría veinticuatro días después, cuando el hambre y las enfermedades rendirían la resistencia de Cartagena, inmolando a la tercera parte de su población, antes de la época del terror, la horca y los fusilamientos.
Pero esa batalla de La Popa, aunque fuere una anécdota legendaria, elevó a la gloria de los héroes de la Patria al capitán venezolano Francisco Piñango, quién, al oír decir a uno de los asaltantes españoles “Ya son nuestros”, respondió: “No estando Piñango vivo”. Seguidamente, con su sable, acometió a los asaltantes decapitando a dos de ellos.
En Cartagena, su memoria es recordada en una importante avenida del barrio Castillogrande que lleva su nombre y, entre algunos cartageneros de la generación septuagésima, la frase “No estando Piñango vivo” traduce que nada está definitivamente perdido.
Todas las guerras y batallas por la libertad de los pueblos americanos han sido, por igual, importantes y significativas, pero la resistencia de Cartagena de Indias al ejército de la reconquista española y de tierra firme es, quizás, la gesta emancipadora más representativa de nuestros pueblos, en virtud de las miles de vidas ofrendadas, la convicción impertérrita, el propósito superior por la libertad y la soberanía; la entrega y el sacrificio hasta el holocausto.
Ello, debe llamar a un permanente estado de reflexión ciudadana, sobre cuánto ha costado la construcción de una democracia y un estado de derecho en algo más de 200 años de vida republicana, y cuán frágil puede ser conservarlos.
Salve, Cartagena redentora, 210 años CIUDAD HEROICA.
Luis Eduardo Brochet Pineda
*Presidente de la FUNDACIÓN SITIO DE CARTAGENA: los héroes olvidados de 1815.

