(NOTA INTRODUCTORIA: La descripción de los personajes aquí reseñados lleva implícito el respeto a su dignidad y a su memoria y solo intenta trascender a las nuevas generaciones como un referente genuino del patrimonio inmaterial de nuestro pueblo.)
ARGEMIRO MENDOZA DAZA
“Miro Bajaíta”
Sin duda, “Miro Bajaíta” encarnó de manera muy fiel el prototipo del hombre andariego de la provincia. También fue conocido como “Bajada”, apelativo que era una derivación de su propio sobrenombre y que se constituyó en el apodo de la última etapa de su vida. Era dueño de un ingenio chispeante que le confirió el arte de ser un gran relator de cuentos, anécdotas y apuntes de su pueblo, los cuales condimentaba con su buen humor y la inconfundible entonación aguda y penetrante de su voz. Tenía una facilidad providencial para elaborar argumentos instantáneos cada vez que era requerido o conminado a cumplir con alguna obligación económica. Nació en San Juan del Cesar en 1928 y murió en Cartagena de Indias en 1986.
LA DEUDA EN EL COMISARIATO
“Bajada” tenía la costumbre de “escudarse” en la buena reputación de sus paisanos y usualmente los utilizaba como referencias comerciales para su provecho particular. En una ocasión, cuando estaba dedicado a las tareas de la agricultura en la zona de Codazzi, Casacará y Becerril, tuvo necesidad de abrir un crédito con una señora dedicada al comercio de provisiones alimenticias, negocio que en toda la región era conocido con el nombre de “Comisariato”. Un día llegó a solicitar crédito y después de presentarse y decirle a la comerciante que él era amigo de Santo Giovannetti, de Rodrigo Lacouture, de Augusto Zúñiga y de otros Sanjuaneros de intachable prestigio comercial, obtuvo la respuesta positiva de la señora y acto seguido procedió a surtir a sus trabajadores de las provisiones necesarias para sus tareas agrícolas.
El plazo tácito del crédito que los comerciantes daban a los agricultores, generalmente era el mismo que demoraban estos últimos en recibir los primeros pagos por la venta de su cosecha. Cuando esto ocurría, de inmediato se percibía en el ambiente el dinamismo de la economía regional por la inmediata circulación de efectivo, especialmente en todas las actividades derivadas del cultivo del algodón. A pesar de que Santo Giovannetti, Rodrigo Lacouture y otros ya le habían cancelado la deuda a la señora del Comisariato, “Bajada” no daba muestras de supervivencia. Después de reiterados cobros infructuosos, la Señora perdió la paciencia y un día lo encaró al tiempo que le argumentaba:
“Vea, señor Mendoza, hágame el favor de saldarme la deuda, porque ya yo estoy cansada de estarlo persiguiendo y además estoy sabida que a todo el mundo le pagaron su algodón. Ya todos los amigos suyos me pagaron todas las cuentas y usted nada que se manifiesta. ¿Acaso, qué es lo que usted se está pensando conmigo?, ¿Ah?”.
“Bajada” lo tomó con calma y con su característica tonalidad chillona y pausada, le dio a su acreedora la siguiente explicación:
“No se preocupe Señora, que yo no le estoy picariando la cuenta; yo le prometí que le pagaría con la cosecha y así se lo voy a cumplí, lo que pasa es que ellos sembraron algodón y yo lo que sembré fue palma africana”
(Epílogo Ilustrativo: El cultivo del algodón tiene un período vegetativo de 120 días aproximadamente; mientras que la palma africana o palma aceitera demora por lo menos tres años para iniciar la producción.)
LA ENLLANTADA
Aprovechando la buena reputación crediticia que tenían sus paisanos en todo el comercio de la región, una vez llegó “Miro Bajaíta” a un almacén agropecuario en Codazzi con el propósito de “enllantar” su campero. En aquellos tiempos, “Bajada” siempre iba “armado” de varias chequeras en su maletín, pero la chequera de la “Caja Agraria” sin duda era su preferida, porque la confirmación de un cheque de esta entidad bancaria tomaba entre dos y cuatro meses. Esto, obviamente, le brindaba a “Bajada” un mayor margen de maniobra comercial, pues incrementaba la posibilidad de aumentar los saldos ficticios al jugar con los tiempos de canje de los cheques girados. Se autopresentó ante el dueño del almacén, dio algunas referencias verbales de sus amigos y acto seguido le preguntó al comerciante por el producto que requería:
“¿Y aquí venden llantas?”, inquirió con su característica entonación aguda.
“Si Señor, tenemos de todas las marcas. ¿Cuántas quiere llevar?”.
Viendo la solícita amabilidad del comerciante y olfateando que éste tenía serias intenciones de rotar rápidamente su inventario, “Bajada” le tiró el sablazo de rigor:
“Y aquí… ¿aceptan cheques?
“Claro Señor, aquí aceptamos cheques”
“Y no importa… que el cheque sea de… Ipiales?
“No Señor, no hay ningún problema, aquí le aceptamos su cheque. Bástese que usted sea amigo del señor Santo Giovannetti y del señor Rodrigo Lacouture, que son personas honorables”, respondió el dueño del almacén.
Ante aquella aprobación a su solicitud de crédito, “Bajada” redondeó la faena:
“Entonces; enllantámelo pués”.
Cuando el carro estuvo enllantado y después de una cordial despedida, “Bajada” se dispuso a poner en marcha su vehículo. Al comprobar que su comentario quedaría por fuera del alcance auditivo del dueño del almacén, entonces le brotó una expresión descansada, dicha en forma casi deletreada, la cual bien puede considerarse como el epílogo exitoso de su plan de adquisición:
“B u e n o…. A h í t e n e i c h e q u e p a ´ t o ´ t u v i d a……”
EL CHEQUE EN LA GALLERA
En uno de sus ratos de recreación, “Miro Bajaíta” se encontraba en Valledupar, en el Coliseo Gallístico “Miguel Yaneth”, departiendo con un grupo de amigos. Después de varios whiskies, “Bajada” estaba en un agradable estado eufórico, de esos que Jorge Brieva denomina “un temple tuqueco”. Luego de varias horas de apuestas y ante los resultados adversos de los gallos de su predilección, el efectivo desapareció de los bolsillos de “Bajada”, por lo que tuvo necesidad de acudir al maletín de las chequeras. Como estaba en el ámbito de los “galleros”, “Bajada” no sacó la chequera de Caja Agraria, sino la del Banco Cafetero, que en ese momento era el Banco de mayor “estatus” socio-comercial en la región. Entonces giró su cheque y pagó la apuesta que acababa de perder.
Como la palabra del gallero se considera sagrada, se sobreentiende que un cheque girado por un gallero no tiene ninguna objeción; por lo tanto, el destinatario recibió confiado y seguro el cheque de “Bajada”, a pesar de que no lo conocía.
Durante el día las riñas siguieron, las apuestas continuaron, el cheque de “Bajada” circulaba y el consumo de whisky no se quedó atrás. Al final de la tarde “Bajada” ya tenía un temple avanzado y en una de las últimas riñas tuvo la suerte de ganar una buena apuesta que le permitiría “nivelar” las pérdidas del día. La emoción alcanzó a iluminar su rostro delgado y anguloso, y se dispuso a recibir en efectivo el valor de la apuesta que acababa de ganar. Cuando le entregaron como parte de pago el cheque que él mismo había girado horas antes, inmediatamente lo puso a un lado y le dijo tajantemente a su adversario vencido:
“Yo ese cheque no lo cojo”.
La sorpresa del gallero fue mayúscula, porque él mismo había visto girar el cheque que ahora su cliente rechazaba. Inmediatamente le reclamó:
Pero bueno, y usté mismo no acaba de girá este cheque, entonces ¿porqué es que no lo coje, si fue usté mismo quién lo giró?
P r e c i s a m e n t e p o r e s o, …. p r e c i s a m e n t e ……!!!
Orlando Cuello Gámez