Colombia afronta y enfrenta una sumatoria de crisis no resueltas, las cuales la han conducido a una gran encrucijada, que es en la que estamos, sin que se alcance a otear en el inmediato futuro una buena salida. Indudablemente la peor de todas ellas, porque agrava las demás, la económica, la social y la ambiental, entre otras, es la crisis de confianza, porque cuando esta se pierde se pone en riesgo la gobernabilidad y cuando esta se complica tambalea la legitimidad de las instituciones.
A este punto hemos llegado por cuenta de la procrastinación por parte de los sucesivos gobiernos debido a que como dijera Miguel Abadía Méndez “los problemas viejos no se resuelven y los nuevos los dejan envejecer”, presumiendo y dando por sentado que la estabilidad de la democracia y de las instituciones que la sustentan permanecerán incólumes, a pesar de la desidia y la inacción. Cuando la realidad es que los problemas que no se resuelven se agravan y se tornan crónicos. Se olvidan que el gran jurisconsulto austríaco Hans Kelsen supo distinguir muy bien entre la legitimidad de origen de la legitimidad del ejercicio del poder, la cual se refrenda cotidianamente con los actos de gobierno. Es claro, además, ¡que el ejercicio de la ciudadanía no termina con el voto!
Y qué importante es la confianza para el desarrollo económico y social de un país. Entre los estragos de la pérdida de la confianza están la pérdida de la reputación y de la confianza inversionista, las cuales alejan y ahuyentan a la inversión y a los inversionistas y conducen al fracaso. Ello llevó a afirmar al premio Nobel de economía Joseph Stiglitz que “la inversión en confianza no es menos importantes que las inversiones en capital humano y maquinaria”. Velar, entonces, por su preservación y conservación resultan ser un asunto de la mayor relevancia.
Por ello, resulta muy preocupante que el empeoramiento de la situación social del país a consecuencia de la crisis pandémica ha impactado y de qué manera la percepción que tienen los ciudadanos frente al Gobierno, llevándose de calle a las propias instituciones a las cuales sirve. Es así cómo, según el más reciente informe de la OCDE, Colombia al lado de Chile y ello no es coincidencia, hacen parte del grupo de países en los cuales los ciudadanos más dudan y ponen en tela de juicio a sus gobiernos. En Colombia, particularmente, cayó la confianza frente al Gobierno entre el 2007 y el 2020 del 51% al 37%.
Y este escepticismo frente al Gobierno se extiende a las empresas, a los medios de comunicación y hasta las ONGs. Es más, según el Observatorio de la democracia de UNIANDES encontró que el nivel de satisfacción con el funcionamiento de la democracia, en el 2020, alcanzó el nivel más bajo en décadas (18%). Concluye, además, que la confianza ciudadana en todas las instituciones, incluidas las más reputadas en el pasado, está por el piso.
De acuerdo con los resultados de la encuesta virtual en la cual participaron 33 mil personas adelantada recientemente por el Barómetro Edelman Trust de la agencia global de comunicaciones Edelman con más de 20 años el Latinoamérica, la desconfianza de los ciudadanos hacia sus instituciones se consolidó este año. Según la misma encuesta Colombia es el cuarto país que más desconfía de su gobierno entre 27 evaluados. Ello es supremamente preocupante.
El ex codirector del Banco de la República y Rector de la Universidad del Norte Adolfo Meisel, lo advirtió, con mucha antelación, con la crisis pandémica y sus devastadores efectos, sobre todo entre los más vulnerables “la pérdida de estatus que sufrirán millones de personas puede derivar en un resentimiento creciente”. Dicho y hecho. En el segundo semestre del 2019, antes del advenimiento de la pandemia del COVID – 19 se presentaron los primeros brotes de descontento e inconformidad, traslapados y postergados por la misma.
Y, aunque el mayor catalizador de la protesta tiene que ver con demandas, sobre todo por parte de los jóvenes, por empleo, acceso a la salud y a la educación, por una renta básica garantizada para los más vulnerables, entre otras reivindicaciones, a través de ella se está interpelando y cuestionando el Modelo económico de corte neoliberal incapaz de dar respuesta a sus anhelos represados. Stiglitz, refiriéndose a las movilizaciones sociales de Chile y Colombia en 2019 dijo que “la sorpresa fue que el malestar tardara tanto en manifestarse”.
Sobre ello llama la atención el Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional Diego Guevara, al advertir que “es hora, entonces, de romper la ilusión de un exitoso mundo macroeconómico antes de la pandemia, ya que continuar con los discursos de austeridad, estabilidad macroeconómica y disciplina fiscal sólo perpetuará un escenario que ha sido favorable para una porción muy pequeña de colombianos. Debemos apostar por un cambio importante en el que se mantenga una política fiscal fuerte y activa, orientada a la política monetaria con el mismo fin: creación de empleo, mejor distribución y estabilidad de precios”. Como dijo Keynes, “no se debe desaprovechar una buena crisis”. Esta crisis es la oportunidad para replantear el Modelo económico.
Un estudio adelantado por el centro de investigaciones Econometría, apoyándose en la tesis que le mereció el premio Nobel de Economía al psicólogo y matemático Daniel Kahneman sobre la teoría económica del comportamiento, concluyó que “es más fácil cambiar el statu quo en tiempos de crisis que en tiempos normales. En crisis, los afectados están dispuestos a hacer cambios que serían impensables en condiciones normales, cuando prefieren mantenerse en su ´zona de confort´”
Crecimiento sostenible y sostenibilidad del crecimiento, incluyente, además, debe ser el paradigma de la Nueva normalidad, la cual deberá encausarse hacia el denominado capitalismo progresista que viene proponiendo Stiglitz como alternativa al fracasado Consenso de Washington.
Amylkar D. Acosta M[1]
[1] Miembro de Número de la ACCE