SUCEDIÓ EN EL CONVENTO  

Transcurrían los años intermedios de la década de los 50, del siglo pasado. El maestro Zárate, encargado de la construcción del colegio “El Carmelo”, en San Juan del Cesar, estaba preocupado por el retraso en el cronograma de actividades del proyecto debido a los continuos incumplimientos en el suministro de materiales para la obra.

En la reunión de seguimiento con la comunidad religiosa se planteó la inquietud. Entonces las hermanas de “El Carmelo” a petición de los responsables de la obra se vieron en la necesidad de comprar un camión, para agilizar el proyecto y abaratar los costos del transporte. El vehículo era fundamental para acarrear los ladrillos desde el horno de Manuel Jiménez hasta la naciente construcción. Le correspondía igualmente traer piedras, jamiche y cascajos, arena fina y gruesa de las orillas del río Cesar, pues Rafael “Titico” Coronado, quien se dedicaba a estos menesteres, se encontraba muy ocupado prestando sus servicios a la construcción del Parque Infantil en la Plaza Santander.

Averiguando aquí y allá se presentó la ocasión con el riohachero Gonzalo Amaya, quien había venido de la capital de la Guajira a vivir a San Juan, y tenía un taller de mecánica en el patio de Joaquito Urbina, en la calle de “Las Flores”. Poseía un Ford 50, que negoció con las monjas.

Al Ford 50, siendo ya propiedad de las monjas, le pusieron como nombre “El Carmelo” y buscaron como conductor a Alfonso, el hijo de Pablo González Araújo. No sería un trabajo ocasional para Alfonso pues su permanencia con las hermanas se prolongó por más de 35 años, primero conduciendo “El Carmelo” y luego los otros vehículos de la comunidad religiosa.

La relación de Alfonso con las hermanas de “El Carmelo” se tornó cercana y amistosa a tal punto que a su hija Fabiola González, las monjas la vieron nacer y vivió con ellas en el convento hasta volverse una adolescente, donde aprendió mucho de lo que fue su gran sapiencia. Tan grande fue el cariño que su verdadero nombre era Fabiola Bautista González Álvarez, derivado de los nombres combinados de la hermana Fabiola y el segundo nombre de la hermana provincial del Carmelo, Juana Bautista, de origen antioqueño.

Su memoria fotográfica recordaba los maravillosos paseos a Medellín cuando todavía era una niña, que acompañaba a sus protectoras a los retiros espirituales que se realizaban en la congregación “El Carmelo” de la capital paisa. En sus últimos días todavía le seguía siendo familiar algunos lugares y recordaba con precisión detalles de la calle Ayacucho donde queda la congregación en Medellín.

Con el colegio terminado y funcionando, otro hijo de Pablo González, “Goyito”, que era todavía un muchacho, se fue a vivir con las monjas en el convento, para ayudarlas en sus diligencias y mandados. Muchos años duró prestando sus servicios en el claustro hasta que se hizo un hombre y salió a buscar otros aires. A los pocos días apareció cruzando las calles de San Juan en una camioneta como conductor de Rafa Giovannetti.

La permanencia de “Goyito” en el convento fue placentera, tenía su habitación bien arreglada, se mantenía bien trajeado y estudiaba con las mejores pedagogas del colegio. Aprendió a mantener el aseo y el orden. No era una vida de encierro y restricciones; tenía su barra de amigos entre los cuales estaba su primo el “Chiche” de Tinita, Bladimiro el de Saurith y por supuesto, quien esto escribe. Salíamos a cazar pájaros con honda o cauchera por los montes cercanos al pueblo. Por las noches jugábamos la “libertad” y otras entretenciones de la época con muchos niños del barrio.

Pero.. ¿Por qué las monjas del “Carmelo” tenían preferencias con la familia de Pablo González Araújo?

Para decir verdad, Pablo González tenía vara alta con las monjas del “Carmelo” porque siendo un excelente peluquero les hacía los cortes de cabello a la high de San Juan del Cesar, entre los cuales estaban Yin Daza, Erasmo Lacouture, José Jorge Lacouture, Miguel Agustín Fernández, Toño Manjarrés y el Dr. Marengo. Estos prestantes personajes de la sociedad sanjuanera referenciaban muy bien ante las monjas a Pablo González y su familia.

Cuando el colegio “El Carmelo” empezó a funcionar lo hizo con todas las herramientas pedagógicas disponible en ese momento. En el patio del colegio que colindaba con Rosa, la de “Goyito”, en la calle del Cayón, construyeron una pantalla de concreto para proyectar películas a la comunidad sanjuanera. La entrada a cine tenía precios muy módicos pero, sin embargo, eran muchos los aficionados que no podían entrar. Entonces la muchachada que se quedaba por fuera se colgaba de las ventanas de las casas vecinas como la de Mercedes “Meche” López y José María “Pepe” Núñez, para así poder ver por encima de la tapia la pantalla de proyección donde estaban Tarzán y Chita colgados de los árboles en sus aventuras fantásticas. Parece ser que por los constantes reclamos las monjas tuvieron que hacer otra pantalla más hacia el interior del patio que no les causará molestias a sus vecinos.

La buena relación de Alfonso González y las hermanas del “Carmelo” se acabó por una insignificancia. No estando disponible “Goyito”, que hacía los mandados en el colegio, las hermanas le pidieron el favor a Alfonso para que fuera a comprar el pan a la panadería “Gloria” del señor Miguel Gutiérrez, que quedaba al final del callejón de Demetrio Coronado, camino hacia el viejo mercado público.

Pero ese día Alfonso no tenía el ánimo reconciliado y le contestó de mala manera a la monja que le pidió el favor:

“Yo no estoy para hacer mandado, ese no es mi oficio”, le dijo.

En realidad, ese no era el temperamento de Alfonso, que siempre se mostraba conciliador y servicial. Las monjas entendieron que el fastidio mostrado por el otrora eficiente conductor se debía al cansancio acumulado por la rutina de su oficio. A esta inconformidad del alma muchos sicólogos le dicen ahora hartazgo.

Así que las monjas del “Carmelo” optaron por aceptarle la renuncia y dejarlo ir sin resentimientos entre las partes. Lo más doloroso de la partida para las monjas del “Carmelo” fue desprenderse de la pequeña Fabiola Bautista, que también recogió sus motetes y se fue con su padre.

Parece irónico en una comunidad religiosa, pero así es la vida. El pan que en la Biblia es un signo de unión, en esta ocasión sirvió como manzana de la discordia para malbaratar una relación de muchos años.

Este incidente pudo ser la causa que hizo desviar del camino a Fabiola Bautista González Álvarez, pues ya en el “Carmelo” había formado su alma para el servicio religioso. Como ella misma me lo dijo conversando para esta nota, antes de que apareciera la pandemia, que la borró de nuestra presencia:

“Luchi, yo soy la monja que nunca pudo ser”.

A pesar de haberse retirado del convento, su vocación siguió intacta. El compromiso desinteresado y su genuino liderazgo con la comunidad sanjuanera fueron creciendo a medida que se hizo profesora hasta alcanzar los máximos reconocimientos. Talló un perfil espiritual que dejó una huella imborrable en todos los que tuvimos la oportunidad de conocerla.

Paz a su alma.

Luis Carlos Brito Molina

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6 comentarios de “SUCEDIÓ EN EL CONVENTO  

  1. Lina Mendoza. dice:

    Excelente tío Luchi. Para mi detalles desconocidos de la historia biográfica de Fabiola. Quizá ahora me queda más fácil comprender su actitud de entrega y servicio frente a la vida. Gracias por honrar su memoria con tus letras. Te quiero.

    • Luis Carlos Brito Molina dice:

      Gracia, Lina. Tus comentarios hacen alusión a una mujer íntegra, colaboradora y alegre. Ahora recuerdo que hizo parte de los primeros comités que ayudaron a impulsar el Festival de Compositores de San Juan del Cesar. Se nos fue un personaje querido por sus paisanos.

  2. Luis Carlos Manjarrés dice:

    Gracias, tocayo, yo no había leído esta hermosa nota de despedida a nuestra inolvidable Fabiola. No sabía de su muerte como tampoco supe la del primo Vejé Daza. Ese maldito covid se llevó muchos amigos y como en mi caso, ni cuenta nos dimos. Y gracias también por recordarme a mi querido viejo Toño Manjarrés que Dios lo tenga en su gloria al lado de Vejé y Fabíola y tantos otros sanjuaneros que nos dejaron por la pandemia.el

    • Luis Carlos Brito Molina dice:

      Gracias, Luis Carlos. En el día de las madres, es un buen día para recordar a una mujer entregada y solidaria. A tu padre lo recordamos también por ser un hombre que ayudó a impulsar a nuestro pueblo, siendo tres veces alcalde del municipio. Saludos.

  3. Ana Milena Mendoza dice:

    La vida enlaza magistralmente acontecimientos para crear historias que con el tiempo cobran sentido.
    Gracias tío Luchy por ser la memoria escrita de tantos personajes, en este caso FABIOLA Y SU FAMILIA. Su servicio y amor por San Juan, dejan en nosotros una huella imborrable.

    • Luis Carlos Brito Molina dice:

      Gracias, Milena. Tú eres testigo de su amabilidad y ternura con nuestra madre, Celinda Molina, a quien ella quiso mucho.
      Tus palabras en la misa del primer aniversario de su muerte fueron muy elocuentes y sentidas.
      Dios la tenga en su reino.

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