AQUEL FÚTBOL DE PRIMERA

Armando Daza Ariza, conocido como “Papi” Ariza o “Papi” el de Matilde, fue un extraordinario jugador de fútbol que integraba la selección de San Juan del Cesar, en la década de los 60 del siglo pasado, cuando el pueblo era reconocido en toda la Provincia por poseer grandes talentos que hacían las delicias en las canchas de balompie de todita la región.

Muchos de nosotros recordamos a la generación de futbolistas que estuvieron antes de que él llegara a la selección de San Juan, y también con algunos que perduraron, participó con ellos en los grandes encuentros que se disputaban contra los municipios de La Guajira y, a veces, con Valledupar.

La memoria del pueblo no olvida a Julio Orozco, Modesto Mora, Pedro Zabaraín Mejía, conocido como Pedro Mora, hijo de Pedro Upo, Numas Carrillo, Amaury Carrillo, Nando “la Pelúa” Lacouture, los hijos de Berta Dávila, Armando y Alfredo Lacouture, Cesar Augusto Suárez, popularmente conocido como “Chombe” el de Helena, “Mane” Daza, “Pelongo” Daza, “Chema” el de “Chave” la viuda y Víctor el de “Trine”, entre otros.

Muchos aficionados al fútbol dicen que ésta fue la mejor selección de San Juan en toda su historia. Habían importado de Uribia al fantástico Modesto Mora, que llegó a San Juan como fino pintor de carros a trabajar en el taller de mecánica de Gonzalo Amaya; también llegó de Santa Marta el habilidoso equilibrista Pedro Zabarain Mejía que con sus diabluras, parecidas a las de  Ronaldiño, enloquecía a la afición.

Pero la selección que más integró “Papi” el de Matilde tuvo como compañeros a Arnoldo “Nono” Daza Bermúdez, Carlos “Caco” Ariza, Carlos “Bajaíta” Cujia, Hernando “el Negro” Daza Ariza, los exquisitos cañaveraleros Leonel Moscote y Kiko Molina, y el aguerrido pondorero “Miro” Carrillo. Si dudas, después vinieron otros grandes jugadores como Juan Bautista López, más conocido como “Gutiérrez”, Néstor “Bolita” Sarmiento y Gustavo Cujia.

UNA ANÉCDOTA

Hace poco llamé a “Papi” Ariza a Barranquilla, donde vive, para saludarlo y picarle la lengua, buscando que nos contará de los tiempos pasados, para volver a gozar de forma gratuita de aquellos paisajes llenos de felicidad que nos embargaba el alma cuando éramos niños.

Me contó una anécdota muy picaresca cuando se jugó el partido entre los equipos de Riohacha y el de San Juan del Cesar. Fue en una época de diciembre cuando el pueblo era azotado por las locas brizas del nordeste y en plena temporada de recolección de los cultivos de algodón. La alegría y el entusiasmo de la gente se sentía en cada esquina, porque enfrentábamos al equipo de Riohacha que venía precedido de mucha fama.

El partido se jugaba en el viejo campo de fútbol que quedaba afuera del pueblo donde hoy se levanta el parque Las Delicias. La cancha se abrió a lo ancho entre los potreros de “Chemita” Daza y “Nacho” Mendoza y a lo largo entre los potreros de Marcos Vega y el de Mérilo Cuello. Todavía faltaba mucho tiempo para construir la carretera nueva que pasa por el costado del parque.

La caravana de carros que acompañaba al equipo riohachero era grande. Salieron a la seis de la mañana de la capital Guajira, porque tuvieron en cuenta las cinco horas que gastaban por la carretera destapada y también porque querían llegar rápido para almorzar temprano y descansar, antes de enfrentar al equipo que tenía un reconocimiento ganado por su trayectoria triunfante. Todo el mundo en San Juan quería ir a la cancha a acompañar a su equipo, que era su orgullo.

Mientras tanto, por otro lado del pueblo sucedía algo relacionado con el partido. Efraín Fuentes Romero, que había sembrado su cultivo de algodón en el Carreto y estaba en plena recolección, sufría porque su compadre Wilson “Icho” Ariño, no llegaba a cargar el camión para cumplir la cita de pesaje en el IDEMA, que quedaba abajito de la bomba de los Jubales. “Icho” era un furibundo seguidor del equipo sanjuanero y su compadre Efraín sabía que no se iba a perder el partido.

“Icho” llegó al cuarto de Luis Enrique Daza a cargar el camión. Mientras cumplía con su encargo mandó a Rolando González Brito, el de Tinita, en su bicicleta, a mirar cómo estaba la cola de camiones en la entrada del IDEMA.

La cola era larga, por eso cuando terminaron de cargar en vez de irse para el IDEMA, salieron derechito para la cancha donde el partido estaba a punto de empezar. Cuadró el carro un poco retirado de la línea lateral de la cancha, y los aficionados entusiastas de inmediato se encaramaron a la carrocería del camión, encima de los sacos de algodón, dispuestos a hacerle barra a su equipo adorado. No había una mejor tribuna para alentar a los cracks locales.

Y no se crea que fue un invento de “Icho” irse a ver el partido con su camión. Esa era una costumbre sanjuanera que los hinchas más furibundos, y que tenían sus vehículos de carga, se iban a ver los partidos desde la altura de su tribuna rodante, en un asedio de entusiasmo y gozo. Se recuerda a Octavio Otero, Luis Carrillo, Orlando Díaz, “Chemi” Oñate, “el Negro” Rois, Juan Gámez, entre muchos. Incluso, los mismos equipos visitantes que llegaban con sus vehículos encaravanados rodeaban la cancha.

En las líneas laterales, en tierra, también habían muchos riohacheros vibrando del calor y la alegría. El partido empezó con posibilidades de gol para ambos conjuntos. La hinchada sanjuanera arengaba a su equipo y gritaba frases picantes alusivas a los riohacheros. De pronto, en un contragolpe de San Juan, “el Negro” de Matilde se escapó por la punta derecha y pateó rasante al vertical izquierdo del arquero de Riohacha, anotando el uno a cero.

La bulla estalló de inmediato: gol, gol, gol… Así terminó el primer tiempo, con los ánimos un poco enardecidos.

En el segundo tiempo, cuando el partido estaba más caliente, Leonel Moscote eludió a dos rivales y le puso limpiamente un pase al “Papi” de Matilde, que, sin pensarlo dos veces, sacó un cañonazo desde fuera del área sorprendiendo al arquero de Riohacha que voló para atraparlo, pero apenas sintió en sus manos el viento fugaz que produjo el balón camino hacia el gol. El marcador se puso dos a cero, a favor de San Juan. La gente se abrazaba y brincaba de la emoción.

Rolando, el de Tinita, que estaba emparapetado en el camión de “Icho”, sobre los sacos de algodón, entusiasmado le gritaba a los riohacheros:

¡Ahí tienen, pa’ que respeten a los mayores!

Desde la barra de Riohacha, que estaba en tierra, fue saliendo un negro fornido y mal encarado que le gritó a Rolando

¡Sanjuanero marica, bajate de ahí y trompeamos a ver quién gana!

¡No señor, conmigo no te vai a lucí!, le contestó Rolando. Y añadió:

¡Después llegai a Riohacha a decí que le pegate una muñequera a un sanjuanero y le dejate los ojos colombianos, a mí, no!

Y parece que se acordó del linaje de su familia Brito, de su envergadura verbal, porque lo remató con esta sentencia:

¡Yo, así no peleo. A mi me gusta peleá es con la lengua!

RECORDAR ES VIVIR

Ojalá que estas recordaciones ayuden un poco a revivir la afición por el fútbol, aquella pasión tan arraigada en los sanjuaneros de antaño. Eran impresionantes los cabezazos certeros de Modesto Mora, las gambetas y bailarinas de Pedrito Zabaraín, las bicicletas de “Bajaíta” y los centros como con la mano de “Chombe” el de Helena. Y para asombro de todo el mundo teníamos en el arco a Julio, el de Berta, que le ponía un candado a la portería.

La hinchada siempre tenía tema para toda la semana. Alcides Álvarez, se llenaba la boca con elogios para los muchachos de la selección y Facundo Fuentes con Darío Carrillo se arremolinaban en las esquinas hablando de las incidencias de los partidos. Era una diversión sana y una entretención inolvidable para los niños que soñábamos con emular en el futuro a estos malabaristas del balón.

En el imaginario colectivo todavía perduran las imágenes de algunas jugadas de la selección de San Juan. En las conversaciones frecuentes siempre aflora la vez que Gutiérrez, después de trabajar todo el día como tractorista, llegó afanado al partido, venía cansado y sin almorzar, pero cuando tocó el balón su alma se transformó y con la inspiración de los dioses convirtió un majestuoso gol de chilena que quedó grabado en la memoria del pueblo.

Mucho tiempo después, el jugador profesional paraguayo Roberto Cabañas, jugando con el equipo América de Cali, empezó a hacer goles geniales que más parecían cosas de un trapecista de circo que de un delantero de fútbol. Fueron tantas sus anotaciones acrobáticas que a esas jugadas las terminaron llamando las cabañuelas.

Se recuerda el partido del cuatro de septiembre de 1986, cuando jugaba el Cúcuta Deportivo contra el América en el estadio General Santander, cuando en una jugada asombrosa Cabañas hizo una chilena muy parecida a la de Gutiérrez en San Juan y convirtió un gol espectacular. El arquero Carlos Arias del Cúcuta no supo por dónde entró el balón porque quedó desconcertado con la peripecia del hábil delantero, pero a muchos sanjuaneros no les pareció demasiada gracia.

Al preguntarle a “Arique” Brito por qué no lo había festejado alborozado, me contestó muy convencido:

! Ya la había visto en San Juan ¡

En otra ocasión, mucho más atrás, exactamente en el año 1962, la selección de San Juan invitó al equipo Millonarios de Valledupar, para jugar un partido en nuestra plaza. Millonarios estaba reforzado con jugadores samarios de excelente calidad y tenía en el arco al “Chino” Zuleta, que era un arquero de mucho renombre. No eran profesionales, pero les faltaba muy poco para alcanzar ese nivel. Aceptaron la invitación porque sabían que iban a jugar con un equipo de primer nivel, que tenía fama de bueno.

Fue un partido de toma y dame, por eso se hizo imborrable en nuestra mente. El encuentro ya estaba casi para terminar y el marcador favorecía a Millonarios 2 a 1. Pero como los grandes luchadores nunca se dan por vencidos, el cañaveralero “Kiko” Molina se escapó por la punta derecha y antes de que el balón saliera por la raya final centró a Leonel Moscote un balón que por mucho que saltara no lograba cabecear. En una reacción relampagueante el recursivo mediocampista sacó la mano y empujó la bola en el arco. El árbitro no se percató de la infracción y señaló el centro de la cancha, validando el gol. Entonces la multitud invadió el campo con tremenda algarabía y el partido terminó 2 a 2.

Era seguro que, como dice José Alfredo Jiménez, solamente la mano de Dios podía salvarnos de la derrota. No sabemos si Dios ayudó, pero lo cierto fue que la mano de Moscote nos dio el empate. Todo esto sucedió en la portería de abajo. Así se cerró un partido inolvidable.

Unos paisanos que tienen más años que yo, pero mentes más lúcidas que la mía, recuerdan con claridad épocas anteriores.

ESTA ES LA HISTORIA

Aníbal Ortiz Manjarrez, nativo de Santa Marta, trajo a San Juan del Cesar el virus bendito del fútbol. Había jugado en el equipo profesional del Unión Magdalena mientras residía en el barrio Pescadito, que era una incubadora de grandes jugadores, por eso llegó contagiado de esta enfermedad universal. La peste balompédica se propagó rápidamente entre la juventud sanjuanera, que sin guardar la debida distancia social generó un fenómeno de masas. Se creó así la primera selección oficial que se tenga noticias en San Juan del Cesar. Corría el año 1955.

El maestro Aníbal Ortiz fue verdaderamente un pionero del fútbol en la parte norte del departamento del Magdalena Grande, conocida como la Provincia de Padilla. Pertenecía a la primera promoción de bachilleres del Liceo Celedón de Santa Marta. Llegó a estas tierras como comerciante de anilinas para teñir la fibra de fique que se usaba para la elaboración de hicos, costales y mochilas. Más tarde se dedicó a su otra pasión, la ebanistería, que la había perfeccionado trabajando en Panamá con las compañías que construyeron el canal. El nombre de maestro no se sabe si se originó por su sapiencia en el fútbol o por la magia de su arte en el trabajo con la hachuela, los formones y el serrucho escupiendo la madera.

El taller de ebanistería instalado en su propia casa tuvo fama en toda la provincia. A San Juan del Cesar llegaban todos los chasises de la región que aspiraban a ser buses escaleras de Transporte Costa Linda en la ruta Valledupar-Maicao, para que el maestro Aníbal les hiciera la carrocería. Igual sucedía con camiones y camionetas.

En la última etapa de su vida se despertó en él su tercera pasión: el cine. Todos los días iba al teatro María Elena, de Gabriel Ariza, con su hijo Héctor cogido de la mano, a ver la película que fuera, buena o mala. Murió en San Juan del Cesar, el 24 de julio de 1977, a la edad de 78 años.

Volviendo a las lides del fútbol, la selección dirigida por el maestro Ortiz en sus correrías la llevó a su natal Santa Marta, que tenía fama de jugar un fútbol exquisito. Lo que quiere decir que la tradición de San Juan se remonta a la época dorada del fútbol colombiano.

El boom fútbolero en Colombia sucedió en los inicios de la década del 50 del siglo pasado, cuando los jugadores de los equipos profesionales de Argentina salieron a huelga por los bajos salarios que devengaban en sus clubes. La parálisis del campeonato se prolongó mucho y entonces los jugadores de los grandes clubes argentinos emigraron hacia el norte buscando nuevos horizontes.

A nuestro país llegaron más de 60 jugadores argentinos. Para poner un ejemplo, sólo a Millonarios de Bogotá llegaron las figuras de River Plate: Alfredo di Stéfano, Néstor Raúl Rossi, Adolfo Pedernera, Antonio Báez, Felio Meza y el gran arquero Julio Cozzi. Empezó así la época del dorado del fútbol colombiano que le dio a Millonarios la mayoría de estrellas que luce en su camiseta.

Así fue el despertar de una afición grandiosa en Colombia donde los periódicos de Bogotá ayudaron con espléndidas fotografías de los partidos y de las estrellas argentinas. Todos en Colombia practicaban fútbol con gran entusiasmo y la Guajira no era la excepción. Las hazañas de Julio, el de Berta, en el arco de San Juan eran tan espectaculares que la gente en la calle le decía Julio Cozzi y a Pedrito Zabaraín, los niños no lo dejaban caminar por las calles, acosado por la fama.

Hasta en las cosas más insignificantes había goce cuando jugaba San Juan. El día del partido la muchachada madrugábamos para ver pintar la cancha con cal viva. Para que las rayas quedaran rectas se usaban dos tablas clavadas con la separación precisa y se iba rellenando el espacio con puñados de cal. Se rayaba el área grande que demarcaba las dieciocho, el área chica y el punto penal.

Los niños nos parábamos debajo del travesaño para mirar la inmensidad del arco. Desde el centro de la portería mirábamos los verticales:

¡Nojoñe, esos palos si están lejos!

Luego se pintaba la circunferencia central y las rayas laterales. Cuando veíamos pintar el córner nuestra fantasía nos hacía creer que éramos “Chombe” el de Helena centrándole a Modesto Mora para sus cabezazos mortales. Todo era una fiesta. Hasta el lenguaje tenía su particularidad. Cuando nos decían vamos al campo, todos entendíamos que era la cancha de fútbol.

Nuestra memoria fotográfica recuerda la vez que le tocó pintar la cancha a Alvarito Ibarra. Salió desde su casa en la calle del Cayón con todos los implementos y las canecas de cal en una carretilla. Iba acompañado de sus primos Iván y “Chemigue” Vega, quienes le ayudaban en su labor. Tras ellos, una recua de muchachos jubilosos caminábamos por la calle con la contentura a tope como si fuéramos para un baile. Hoy, nos toca exclamar: !Qué tiempos aquellos!

Sólo esperamos que el deporte vuelva a iluminar las calles de San Juan del Cesar, tal como las alumbra la luna Sanjuanera en las noches apacibles de diciembre.

Luis Carlos Brito Molina

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