EL REGRESO DE WINNETOU

Como en el emblemático poema de Borges, El otro tigre, durante mi infancia, que transcurrió en un remoto puerto en América del Sur, seguí y soñé la obra del escritor alemán Karl May. Sus novelas salvaron esas bárbaras distancias para llegar a Colombia justo a un territorio indígena. En este comenzaba otro desierto similar a los que les servían de escenario a los personajes de sus libros. Situadas en una vitrina de madera, no de una librería sino de un establecimiento comercial de Riohacha, propiedad de Don Juancho Zúñiga, estaban las ansiadas novelas cuyas tramas se desenvolvían en el salvaje oeste norteamericano o en las ardientes dunas de Arabia. Allí encontré impresas las esperadas aventuras del jefe apache Winnetou y su amigo blanco, ese agrimensor de líneas del ferrocarril, llamado Old Shatterhand.

La obra de Karl May ha influenciado la vida de millones de jóvenes alemanes quienes también ven en el jefe apache un héroe de su infancia. De hecho, la ministra de Cultura alemana, Claudia Roth, dijo que Winnetou había sido “su primer amor”. Sin duda las tramas de sus novelas han contribuido a la difusión de un estereotipo ingenioso de los nativos norteamericanos construidos desde una perspectiva eurocéntrica. Esa visión del buen salvaje, amigo del hombre blanco, tiene muy poco que ver con la violencia y el despojo de las tierras a las que fueron sometidas estas primeras naciones indígenas. Diversos investigadores en Europa y Estados Unidos han estudiado la obra de Karl May y su legado ya que se han vendido unos doscientos millones de ejemplares en todo el mundo. Se ha dicho que sus libros, y las adaptaciones cinematográficas de estos,

En días pasados ​​los principales medios de comunicación de Europa como Le Monde y The Guardian. entre muchos otros, registraron el retiro de una editorial alemana de dos novelas ilustradas dirigidas al público infantil sobre la figura de Winnetou. El editor canceló su publicación ante las múltiples quejas de varias organizaciones que hablaron de apropiación cultural e incluso de que esos libros constituían una apología del racismo. Esto, a mi parecer, es llevar las cosas al extremo y evocar la intransigencia de ciertos dogmas religiosos. Ninguna sociedad humana y mucho menos los pueblos indígenas están exentos en su historia de incurrir en las llamadas “apropiaciones culturales” cualquier cosa que eso signifique.

Karl May fue un escritor nacido en el siglo XIX cuya herramienta principal para confeccionar sus novelas era la imaginación. No estaba obligado al rigor etnográfico, y la antropología era entonces un campo disciplinario naciente. Sus libros deben ser vistos en el marco temporal en el que fueron escritos con sus correspondientes ideas y concepciones del mundo.

Los lectores, no importan su edad, no son consumidores pasivos y pueden hacer uso de su capacidad crítica. Recuerdo un juicio de May que desaprobé cuando apenas era un adolescente. El afirmaba que la diferencia entre indígenas norteamericanos y los sudamericanos era que los primeros eran resistentes frente al dolor y los segundos no. Su frase podría figurar con méritos en la galería de honor de las arbitrariedades humanas. A pesar de ello, no deje de leerlo pues su lectura me proporcionó un borrado y es justo reconocer que a través de sus novelas despertó un extenso interés en la vida de los nativos americanos.

Los humanos en nuestro interior somos seres plurales. A lo largo de nuestra trayectoria vital diferentes lectores, con sus propios criterios y preferencias estéticas, nos habitan. Uno de ellos, dentro de mí, clamará siempre por preservar hasta el final el lugar ganado por Karl May en las lecturas de mi infancia.

Weildler Guerra Curvelo

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