MI EX-CUÑADO ANICETO

Aniceto Santiago Hinojosa Celedón fue mi cuñado hasta el 24 de Julio de 2006, cuando falleció mi hermana Luz Ángela, quien era su esposa. Una serie de complejas situaciones nunca permitieron que hubiera fluidez en la relación familiar.  Sin embargo, en la noche del 31 de diciembre de hace algunos años, Aniceto llegó a nuestra casa con un mensaje de paz y retomamos el habla que estaba suspendida de tiempo atrás.

Don Aniceto es el padre de 4 sobrinos que son muy queridos en nuestra casa y ese motivo es suficiente para que la sindéresis nos mantenga en una relación cordial, aunque no cercana. Don Aniceto lleva el mismo nombre de su padre y también tuvo oportunidad de “desquitarse” con el mayor de sus hijos, a quien resolvió encasquetarle su mismo nombre. Al interior de la familia, a su primogénito le decimos “Chetico”, pero Chetico se identifica ante el mundo con su segundo nombre: Santiago. Don Aniceto es el menor de sus hermanos y desde muy joven se hacía denominar “El Clavel Rojo” de la familia, en alusión a su rebeldía política de ser el único liberal de esa extensa familia conservadora. Comenzó sus estudios universitarios en Bogotá, los cuales dejó inconclusos para involucrarse en las actividades agropecuarias de su familia. No obstante, esa claudicación académica de su juventud, se le abona el haber obtenido su título de Abogado en la madurez, lo mismo que dos credenciales académicas a nivel de postgrado.  En ese sentido, su esfuerzo constituye un buen espejo de superación para sus hijos.

Mi primo “Pático” Gámez ha sido uno de sus más fieles escuderos a lo largo de su vida. Y gracias a él, muchas anécdotas han permanecido vigentes resistiendo estoicamente el inexorable paso de los años.

Don Aniceto es un hombre corpulento y desde muy joven ha usado su contextura física como una ventaja a su favor para imponer su voluntad. Son muchos los episodios que recrean momentos de gracejo como, por ejemplo, aquel muy lejano que protagonizó a bordo de un taxi amarillo en Bogotá, cuando en una madrugada, al momento de bajarse le pregunto al taxista que lo transportaba a su residencia estudiantil:

  • ¿Joven, cuanto le debo por la carrera…?
  • Son 55 pesos Señor.
  • Esta usted muy equivocado si cree que yo le voy a pagar esa suma. Aquí tiene 30 pesos. ¡Usted vera si los recibe o no…!

Pero antes de que Aniceto lograra apearse del taxi, el conductor sacó velozmente un machete brillante y afilado que tenía debajo de su asiento. Y en tono abiertamente desafiante lo increpó con su crudo acento boyacense:

  • ¡Usted me paga la carrera completa o nos tendremos que joder ahora mismo…!

Cuando Aniceto comprobó que el hombre le estaba hablando en serio, le tendió un salvavidas con un comentario claudicante:

  • Está bien Señor. No se ofusque. ¡Le voy a pagar sus 55 pesos, pero se lo voy a dar por muy mal hecho…!

Mi primo “Pático” Gámez siempre recuerda con mucha picardía aquella lejana anécdota de su juventud. Y aúna hoy, esa frase sigue haciendo carrera en los diálogos donde una parte no está de acuerdo, pero donde no existe tampoco ninguna posibilidad de oponerse.

Años después, ya como residentes en San Juan del Cesar, Aniceto y “Pático” siguieron practicando la misma amistad cercana. Y un buen día se presentó Aniceto a la casa de “Pático” a eso de las 10 de la mañana. Aunque se habían acostado tarde la noche anterior, Aniceto requería hacer una diligencia en su finca “Las Guabinas” y no quería realizar el viaje en solitario. A “Pático” no le hizo mucha gracia la invitación, pero Aniceto lo estimuló mostrándole un frasco de color verde que tenía una etiqueta que decía “Buchanan de Luxe. Scott Whisky”. Ante la novedad que ahora mostraba la invitación a aquella finca lejana y poco atractiva, “Pático” abordó la camioneta y emprendieron el recorrido, después de atravesar el Rio Cesar y pasar por el poblado de Guamachal. Durante toda la mañana Aniceto atendió las tareas que demandaron su atención en la hacienda, al tiempo que “Pático” se encargaba con una admirable sincronización y disciplina, de que no faltara el lubricante etílico que servía para sobrellevar el entorno de aquel ambiente hostil por cuenta del polvo, las moscas, el calor y el hambre que ya otra vez empezaba a dar una nueva vuelta en su ruleta interminable.

Eran casi las dos de la tarde cuando regresaron a San Juan. Pero mi primo “Pático” nunca espero recibir el regaño de su vida, cuando se le ocurrió decirle a su amigo:

  • “Pantera”, ya van a ser las dos de la tarde. ¿Dónde vamos a almorzar…?
  • Hombreeee…! ¡Ya viene usted con el desorden de estar todo el tiempo pendiente de comer… caraaaaajo…!    Bastante lucha que nos ha costado agarrar este templecito para que venga usted a malograrlo de esa manera. ¡Usted tiene 37 años de estar almorzando…!   Hombreeee…!  ¡Que tanto es que deje de almorzar un día…!!!

Muchas de las respuestas que suele dar don Aniceto se convierten en estereotipos que aplican para cualquier circunstancia similar. Esta, por ejemplo, sirve para indicarle al interlocutor que por una vez que no demos cumplimiento a un capricho o a una rutina, no va a pasar nada. Simplemente mencionamos la edad de la persona y a continuación le recordamos que el mundo no se acabara por el pequeño sacrificio incurrido.

Otra frase incorporada al lenguaje parroquiano de la Provincia también corre por cuenta de mi Ex- Cuñado Aniceto:

¡Basta Cedeño…! 

Esta expresión es usada cuando alguien ha colmado la paciencia de la contraparte y nos vemos precisados a poner punto final a las pretensiones del interlocutor.

Su origen se remonta al ya lejano día en que tuvimos un paseo familiar en el rio Cesar, concretamente en un lugar que se conoce como “Las Canoas”. Ese punto queda cerca del poblado de “El Totumo”, un poco antes del balneario del mismo nombre. Era lo que se conoce como un “paseo de olla”. Es decir, nos desplazamos a la orilla del rio con toda la parafernalia que demanda instalar al lado de un pozo, una olla de tamaño adecuado para poner a hervir un sancocho. Allí llegamos con todos los peroles, los insumos del almuerzo, las picadas y las bebidas. Y cuando bajamos del pueblo hasta el rio con todos esos perendengues proporcionalmente distribuidos en el lomo de los asistentes, allí encontramos un ayudante que inmediatamente se dispuso, sin que nadie se lo pidiera, a colaborar en dinamizar todo lo necesario para el éxito del paseo. El tipo se llamaba Cedeño. Y Cedeño resultó ser un ayudante eficientísimo. Con una rapidez y un entusiasmo admirables, Cedeño cortaba leña, pelaba yuca, descascaraba plátanos, atizaba el fogón, destapaba cervezas, servía el trago y hasta echaba cuentos. Las mujeres encargadas de organizar la comida sintieron enorme alivio al comprobar que Cedeño en poco tiempo puso a hervir la olla del sancocho, con muy poca intervención de ellas. Los demás asistentes estábamos dentro del pozo, en animada tertulia amenizada por la música del pasacintas del carro que estaba en la orilla contraria y el trago de whisky que circulaba en vasitos pequeños con la ración individual de escoces, a la usanza provinciana. En menos de lo que canta un gallo, Cedeño había dejado sus actividades de ayudante de cocina, empuñó la botella de whisky y ahora fungía como barman acuático, repartiendo el trago dentro del pozo. Cedeño se había convertido en la figura del paseo. Todos celebraban sus apuntes y todos se beneficiaban de sus servicios de ayudante voluntario. De repente la conversación de los contertulios del encuentro familiar se había truncado y todo giraba en torno del recién aparecido protagonista. Hasta que la paciencia de Aniceto alcanzo su máximo nivel de tolerancia…y de manera categórica sentenció:

  • Cedeño… Basta…!!!  Hágame el favor y desocupa el pozo. Déjenos pasar el rato agradable.

La última remembranza que me viene a la memoria tiene relación con un insulto muy particular. Aniceto no perdía oportunidad de endilgar a mi familia cualquier tacha, macula, desacierto o error de procedimiento. Ignoro sus motivaciones para ello, aunque las intuyo. Pero cada vez que tenía la ocasión de hacerlo, lo expresaba con ahínco. Y cuando digo que fue un insulto muy particular, me refiero a que ese improperio alcanzó a sacarme una sonrisa porque se conjugaron dos factores: el primero, porque lo dijo en un escenario social donde no hubo premeditación y la entonación tenía sarcasmo, mas no odio. Y segundo, porque el libelo verbal proferido contenía algo de verdad.

La historia es la siguiente: En el tiempo en que ACCIONES URBANAS (Cía. de Construcción & Servicios creada por Teo Manjarrés, Hernán Mendoza y el suscrito) estaba en la cúspide de su prestigio, era muy difícil hallar contradictores a su gestión colectiva. Prácticamente todo el pueblo reconocía el liderazgo de la empresa y la capacidad de trabajo de sus socios. Una noche en una tertulia muy animada me correspondió ser receptor de las manifestaciones de reconocimiento que unos amigos me hacían de manera directa sobre el asunto. Complacido por ello, agradecí el gesto con humildad. Pero don Aniceto, quien estaba presente, no desaprovechó la ocasión para sacarse un viejo clavo familiar:

  • El sale así… trabajadorcito, es a los ROMERO. Porque esos ARIZA son unos flojazos. Y los GAMEZ; … ni se diga…!!!

Orlando Cuello Gámez

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2 comentarios de “MI EX-CUÑADO ANICETO

  1. Crispín Alberto Medina Romero dice:

    Que columnaza!
    En el escrito hay de todo; al leerla, algo se aprende.
    Amigo Orlando, felicitaciones por deleitarnos con ese escrito maravilloso. Un fuerte abrazo.

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