REUNIONITIS

Mucho se ha escrito sobre el arte de gobernar y descrestar a los ciudadanos con anuncios y promesas. La posmodernidad ha posicionado a las redes sociales como bandos digitales para que los presidentes informen al pueblo e incluso den instrucciones a ministros y otros funcionarios. Algunos gobernados o alcaldes exhiben futuros logros ante los medios de comunicaciones y la comunidad con la Traviatta de los “renders”, que no son más que la digitalización de las esperanzas y la maquetación de sueños con nebuloso destino. Concretar inversiones y soluciones se ha vuelto efímero y esquivo; hoy, rinde más dividendos prometer que ejecutar. Sin embargo, lo más paradójico es que en la era progresista, esa embriaguez haya contagiado al poder legislativo, cuyos representantes se han apropiado de la melodía presidencialista y posan de ejecutivos capaces de resolver todos los males del país.

En era del cambio, los tres actos de la obra de Verdi confluyen en la teatralidad de las audiencias y reuniones regionales programas por algunos congresistas del partido de Gobierno. Y así, bajo el frenesí del populismo y las buenas intenciones, se pasean por sus departamentos de origen acompañados de colegas, ministros y funcionarios, para rediscutir y solucionar los problemas a través de dispositivas de Power Point, infografías y proyectos de documentos CONPES. Y entonces, al arbitrio de los gastos de recepción y atención oficial, programan sesiones de comisiones del congreso a las regiones para demostrar su poder de convocatoria, la elocuencia de sus caprichos, las molestias con los gobiernos de derecha y sobre todo para regañar a los mandatarios y funcionarios locales.

Algunos lo llamarán protagonismo, otros, elocuencia del poder y algunos más osados: vaguedad. Lo cierto es que la nueva forma de legislar le puede salir muy onerosa a la Nación y a las entidades territoriales. El despliegue de fuerzas de seguridad, gastos de viajes y transporte, alimentación, logística y soporte para las famosas “avanzadas”, menguan los presupuestos públicos y los ponen al servicio de un espectáculo poco efectivo.

En la Guajira, desde la llegada del gobierno petrista, han sido convocadas más de catorce reuniones por parte de los congresistas del Pacto para tocar temas relevantes como: cumplimiento de la sentencia T-302 de 2017; comercio de Maicao; salinas de Manaure; explotación carbonífera en Cañaverales; Ola invernal; reforma a la salud; entre otras. Todas, signadas por el prurito del control político y la implementación de políticas públicas diferenciales para un departamento “diferenciado” por el ostracismo y la corrupción. Sin embargo, a pesar de las comitivas, los comités de aplausos, los toques de kashas, los abrazos y besos con los electores, y la oratoria burocrática, poco han calado las conclusiones de dichas audiencias en el alto gobierno. Prueba de ello es la nula presencia de la “agenda Guajira” en las bases del Plan de Desarrollo Nacional 2022-2026 presentado la semana pasada por el DNP. Por lo tanto, más que desarrollar reuniones alternas de gobierno, los congresistas guajiros deberían concertar una estrategia para incluir en el instrumento de planificación los proyectos vitales para el desarrollo económico y social de la península. Una gestión que debe fraguarse principalmente en el capitolio con diálogos y acuerdos “vinculantes” con otros congresistas y ministros, y no en las enramadas y quioscos que dan sombras a nuestras ilusiones.

 

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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