Santiago 3
Pero si ustedes lo hacen todo por envidia o por celos, vivirán tristes y amargados; no tendrán nada de qué sentirse orgullosos, y faltarán a la verdad. Santiago 3:14 TLA
La envidia y los celos están relacionados entre sí y a veces se utilizan como sinónimos, aunque no son lo mismo. La envidia es una reacción a la falta de algo que otra persona posee, los celos son una reacción al miedo de perder algo o a alguien.
Este texto en el libro del apóstol Santiago, enseñan que la envidia acarrea tristeza y amargura. Al respecto, también dice la palabra que es una “obra de la carne” en Gálatas 5:19-21 Las obras de la carne se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y hechicería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, desacuerdos, sectarismos y envidia; borracheras, orgías y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Y las obras de la carne producen muerte (Romanos 8:13).
Existe un dicho muy popular que expresa “La envidia es mejor despertarla que sentirla”, en este sentido, es probable que lo que hagamos pueda despertar la envidia de otras personas como lo dice en Eclesiastés 4:4 He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu. Esto es algo inevitable, no obstante, lo que no debemos permitir es que esta emoción se aloje en nuestro corazón, aunque es muy posible que en algún momento de nuestra vida hayamos sentido o sintamos envidia, porque este es un sentimiento recurrente, que nos asedia aun desde niños, mas no lo hemos reconocido así, dado que a la mayoría nos cuesta asumir esta emoción, por esta razón tratamos de disfrazarla y de manera conveniente hacemos una diferenciación entre una envidia mala y una buena; en todo caso la envidia nunca es buena. A las personas envidiosas lo que les molesta es que otro pueda ser feliz, dado que él no es feliz con nada, puede tenerlo todo pero no disfruta nada por qué su corazón está dañado e insatisfecho.
La biblia está llena de ejemplos de hombres y mujeres envidiosos. El primer caso aparece en la historia de Caín y Abel. Caín, mató a Abel porque Dios vio con buenos ojos el sacrificio del hermano menor pero no aceptó la ofrenda de él (Génesis 4:3-5). Esaú quiso matar a su hermano Jacob por la bendición que le había dado su padre Isaac (Génesis 27:41). Raquel envidiaba a su hermana porque Lea dio a luz a los hijos de Jacob mientras Raquel seguía sin tener hijos (Génesis 30:1). Saúl empezó a odiar a David por su éxito en la batalla y su popularidad entre el pueblo (1 Samuel 15:6-16). Los líderes judíos mandaron arrestar a Jesús porque sentían envidia (Marcos 15:10) y así podríamos mencionar muchos ejemplos más.
Traigo a colación estos ejemplos, con el fin de examinar cómo se origina la envidia, nótese que en todos los casos antes mencionados este sentimiento surge de la comparación con el otro, que los lleva a una evaluación negativa de sí mismos y a su vez a la concepción de ideas erradas sobre su ser. Es por esto que usualmente, una persona con sentimientos frecuentes de envidia es una persona frustrada y cuando este sentimiento no tiene freno, esa insatisfacción puede tornarse en algo altamente destructivo hacia los demás, puesto que, la envidia no solo se asocia con los celos, sino también con la venganza.
La Biblia detalla los efectos nocivos de la envidia, cuando se deja crecer en el corazón, puede producir muerte espiritual, emocional y física: «El corazón apacible es vida de la carne; más la envidia es carcoma de los huesos» (Proverbios 14:30), este proverbio contrasta la envidia con un corazón tranquilo o apacible. El corazón tranquilo está lleno paz, y satisfecho; la envidia es lo opuesto, es el estado de un corazón agitado que está lleno de odio, frustración, resentimientos, celos y rabia, debido a los deseos insatisfechos y descontrolados.
Asimismo, Jesús enseñó que la envidia es una de las actitudes del corazón que contaminan a una persona: «Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos…el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre» (Marcos 7:20-23).
¿Cómo hacer entonces para no sufrir de envidia? El rey David escribió un salmo que nos permite considerar varios aspectos para evitar este sentimiento. Salmo 37:1-7.
No te irrites a causa de los impíos ni envidies a los que cometen injusticias; porque pronto se marchitan, como la hierba; pronto se secan, como el verdor del pasto. Confía en el Señor y haz el bien; establécete en la tierra y mantente fiel. Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón. Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará. Hará que tu justicia resplandezca como el alba; tu justa causa, como el sol de mediodía. Guarda silencio ante el Señor, y espera en él con paciencia; no te irrites ante el éxito de otros, de los que maquinan planes malvados.
- Confiando en Dios como nos dice el versículo 3. Cuando tenemos envidia de alguien es porque tal vez pensemos que merecemos las cosas más que la otra persona; pero Dios no se equivoca, y hay cosas que por mucho que las deseemos no tendremos. A pesar de esto, es preciso comprender que lo que Dios ha determinado para nosotros de manera particular, es mucho más grande de lo que pedimos o entendemos. Al respecto, hay un ejemplo muy singular en la biblia en 1 de Samuel 16 en el verso 12 y 13 dice: Isaí hizo llamar a David, que era un joven de piel morena, ojos brillantes y muy bien parecido. Entonces Dios le dijo a Samuel: «Levántate y échale aceite en la cabeza, porque él es mi elegido». Samuel tomó aceite y lo derramó sobre David, en presencia de sus hermanos. Después de eso, regresó a Ramá. En cuanto a David, desde ese día el espíritu de Dios lo llenó de poder.
Dios ya había ordenado que David fuera Rey, a pesar de que sus hermanos anhelaban esa corona, a pesar del esfuerzo de Samuel por escoger a otro, solo David fue ungido. Es preciso comprender que lo que Dios reservó para nosotros, no será entregado a otros, el aceite que Dios preparó para ti y para mí, no fluirá sobre nadie más. Cuando tengamos esto claro, no vamos a estar mirando la bendición de los demás, porque lo que Dios nos ha reservado ya tiene nuestro nombre.
- Aprendiendo a deleitarnos en Dios, como lo dice el versículo 4. Y ¿qué es deleitarse? El deleite está vinculado al placer, genera satisfacción, goce, agrado o dicha. Deleitarse en Dios, implica disfrutar de El de forma real en todas las áreas de nuestra vida. Justo en el momento que comenzamos a vivir en ese deleite, el Espíritu Santo ajusta los deseos de nuestro corazón a los de Dios y comenzamos a anhelar lo que El desea para nosotros, nuestra visión va cambiando y por consecuencia no vivimos en desesperación por lo que no tenemos, porque descansamos en que sus planes para nosotros son mucho más grandes y extravagantes de lo que en nuestra mente limitada alcanzamos a imaginar.
Deleitarnos en Dios, es la garantía de que él atenderá y responderá favorablemente a las solicitudes de nuestro corazón. Sin embargo, a veces queremos invertir este orden, primero recibir para luego regocijarnos.
- Dejando todas nuestras cargas, ansiedades y preocupaciones en las manos de Dios – Versículo 5. Abandonarnos completamente en Dios no es tarea fácil, encomendar nuestro camino en sus manos, cuesta porque tendemos a ser controladores; este abandono en Dios nos exige esperar en sus tiempos, confiar en que El traerá sus recursos y que usará a quien quiera, para hacer lo que sea que desee hacer con nosotros. Dios es fiel, y El hará, pero ¿qué es lo que hará?
No hay nada que nos inquiete más que la incertidumbre, dado que todo queremos saberlo. Pero la palabra de dios nos enseña que Dios traerá lo justo a nuestra vida (verso 6), El el actuara a nuestro favor en el momento que lo necesitemos; esta es nuestra confianza y es lo que nos facilitará el descansar en Dios y dejarle a Él todas las cosas.
- Aprendiendo a escuchar a Dios, esperar en silencio y no desesperarnos por el éxito de los demás. Verso 7. Una reacción humana muy común ante la injusticia es perder la paciencia, irritarnos y quejarnos. Esto suele suceder, cuando creemos que es injusto que a los “malos” les vaya mejor que a nosotros. Sin embargo, quien confía en Dios está siempre alerta, a la espera de ver su soberanía y majestuosidad en movimiento. Esta es una espera que requiere reverencia, un silencio sumiso ante la certeza de que Dios obrará con poder a favor de los suyos.
Permanecer en silencio ante la presencia de Dios es muy provechoso para nuestro crecimiento; a veces necesitamos callar las voces internas para poder escuchar lo que Dios nos quiere decir, recibir su dirección y consejo frente a todos los asuntos que nos preocupan. Como lo dice Salmos 62:5 Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, pues de El viene mi esperanza. Nuestra esperanza está en El.
Cuando envidiamos es porque tenemos la sensación de que nos falta algo, es el caso de los filisteos cuando taparon los pozos a Isaac, lo hicieron porque pensaron que necesitaban enriquecerse más; así también, en el caso de Saúl hacia David ya que este pensaba que necesitaba más fama y adoración de la que tenía. Caín asesinó a Abel porque pensó que necesitaba más reconocimiento y alabanza por parte de Dios; y los fariseos y sacerdotes entregaron a Jesús porque creyeron que necesitaban más autoridad delante del pueblo. Por esto el aspecto más importante, y del cual los puntos antes expuestos dependen es que la única solución para la envidia es tener a Jesús habitando en nuestro corazón, ya que si lo tenemos a Él, lo tenemos todo. Si dejamos que Jesús llene nuestra vida, no necesitaremos anhelar lo que otro tiene, porque estaremos completos, y entenderemos que no necesitamos más.