En Juan 2:1-11, se cuenta acerca del primer milagro que hizo Jesús, convertir el agua en vino en las bodas de Caná. De acuerdo a la historia, el vino en la fiesta ya había terminado, por lo que, a petición de su madre, Jesús convierte el agua, no en cualquier vino, sino en el mejor.
Recuerdo que en estos días estuve en una fiesta en un pueblo en La Guajira, estaba sentada en un puesto de micheladas de propiedad de un primo, conversando con mis cuñadas. Mientras estábamos ahí, llegó un hombre en estado de embriaguez y expresó “dame algo ahí, lo que sea”, mis cuñadas se extrañaron, ya que aquel hombre solo toma vino espumoso JP Chenet Ice Rosado.
Puedo pensar que una persona tomada, llega un momento que puede tomar lo que sea, así que, volviendo a la historia de Caná, aquellas personas probablemente podían tomar cualquier vino sin importar su calidad, pero Jesús, no hizo un vino pensando en quiénes eran ellos, sino en quién era él, por eso, hizo el mejor.
Jesús nos enseña que no se trata de quiénes son los otros, sino de quiénes somos nosotros, es una invitación a hacer las cosas con excelencia sea donde sea que nos encontremos, en el trabajo, en el colegio, en la iglesia, haciendo un favor que nos pidieron o haciendo una tarea cotidiana como asear la casa. Ahora, es posible que no seamos brillantes en todo lo que debemos hacer, pero eso no es excusa para al menos no dar lo mejor de nosotros una y otra vez hasta que por fin nos salgan las cosas bien, ya que también se trata de esforzarnos, de hacerlo todo para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31), Él ve nuestros corazones, independientemente de los resultados, sabe si lo que hacemos lo hacemos con ganas, con entusiasmo y con esfuerzo, o si lo hacemos mediocremente, sin ánimo o por salir del paso.
Cuando hacemos lo mejor que podemos, buscamos capacitarnos, somos detallistas, sacamos el tiempo y el espacio, estamos siendo un canal para que la gloria del Padre se manifieste. Qué bello ser un instrumento en sus manos y que Él se vea manifestado en lo que hacemos.
Trabajemos con excelencia, terminemos lo que comenzamos, qué más da si fue otro el que comenzó el caos, si en nuestras manos está enderezar lo torcido, ordenar lo desordenado, levantar del suelo el papel que no tiramos ¿Por qué no hacerlo? La excelencia habla bien de nosotros y nos abre puertas, aún aquellas que no tocamos.
Si no sabes cómo hacer algo, capacítate, pregunta, no te avergüences, pero tampoco te creas sabio en tu propia opinión, si por el contrario te sabes bueno en algo, tampoco eleves tu ego, siente la alegría de ser consciente que lo haces bien y ten la humildad de enseñarle a otros cómo hacerlo. Casi nunca trabajamos solos, ni el cuerpo mismo lo hace; tus piernas pueden estar en perfecto estado, pero si tu estómago duele, seguramente no podrás ir a ningún lado, al menos no con mucha facilidad, por eso también debemos trabajar en armonía, ayudándonos los unos a los otros.
No se trata de ser el más inteligente o el más astuto, pero sí ser una persona esforzada, no tienes que hacer las cosas como todo el mundo, puedes lograr la excelencia a tu manera, aunque no está mal imitar a aquellos que lo hacen bien. No tiene nada de malo pretender ser el mejor y buscar la forma. Cuando llegues al trabajo, al colegio o te dispongas a hacer lo que sea di “llegó el mejor” y trabaja para serlo, no es que estés obligado a ser superior, pero sí puedes mentalizarte a ser mejor de lo que fuiste ayer, mientras puedas, no te des a medias, dalo todo.
Sé que puedes dar más de lo que estás dando, no tienes que deslumbrar a nadie, tu compromiso es contigo mismo, empieza a hacer las cosas bien, como para Dios y no para los hombres.
“Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo, conscientes de que el Señor los recompensará con la herencia. Ustedes sirven a Cristo el Señor” (Colosenses 3:3-24)
Jennifer Caicedo