LA GRAN CASA WAYÚU

En días recientes, apareció una ingeniosa caricatura en el “X” de Dairo Laguna Vizcaíno, a quien no conozco, pero menciono su autoría, que mostraba en su parte superior las naves españolas arribando a las costas guajiras, mientras que en la zona árida continental, aparecían unos ranchos wayúu, en condiciones básicas de vivienda. En su parte inferior, mostraba el yate que llegó recientemente al Cabo de la Vela, con un importante y exclusivo número de turistas, a visitar lo que encontrarían en la tierra árida que la caracteriza, pero con la circunstancia de que eran los mismos ranchos, lo que implica que el entorno para ellos no ha cambiado desde la época del descubrimiento -ver imagen-.

Es un llamado a reflexionar la evocación de la vida wayúu con esta retadora perspectiva. Más allá de la contabilidad sombría de fallecimientos por desnutrición. Nos lleva a mirar lo que para extraños, incluso para propios y cercanos, puede ser incomprensible e intolerable: que quinientos años no han cambiado mucho la vida en La Guajira.

Rebeldes desde su sangre, fueron imposibles de dominar por los hispanos, con episodios históricos de enfrentamientos con todas las ganas, disputas que confirmaban la importancia que para ellos tiene la tierra, aún en las condiciones pobres que para otros ojos no ameritaban semejante lucha. Muchos se preguntan por qué siguen tan apegados a su modo de vida en un hábitat aparentemente hostil. Se aferran fuertemente a su cultura y a sus principios de organización social, envidiables en muchos casos para el aríjuna -persona no-wayúu-, por cuanto cuentan con un sistema de resolución de conflictos que ha evitado grandes guerras entre las 23 castas que los agrupan. No logran en todos los casos que no existan incidentes graves incluso mortales, pero la tasación de pagos compensatorios por actos que afectan la convivencia que caracterizan su sistema bien pudiera servir de guía protocolaria para la solución de nuestro conflicto actual.

A diferencia de otros grupos originarios, no se consideran dueños de la verdad con ínfulas de superioridad espiritual, a pesar de darle significativa importancia a los espíritus del bien y del mal que acompañan sus creencias, así como a la despedida al otro mundo de quienes hacia él parten. Lloran sus muertos, con la verdadera convicción de que harán falta y que nos dejan huérfanos a todos.

El paso de los siglos ha enriquecido la conjunción interracial de los wayúu con blancos, negros y otras etnias, formando una gran familia peninsular que se dispersa por todo su territorio.  Pero es éste, el mundo real sobre el que se asientan, de arena, dunas, serranías y mar, el que los hace perdurar y consolidar sus principios culturales.

Avispados, consiguieron hacer propios elementos del otro lado de su mundo, útiles desde la conquista, como el caballo -hoy complementado con la moto-, el burro, el bovino, la cabra y la oveja. Igual otros tan prácticos como las gafas de sol, que ya forman parte de la descripción de un varón wayúu. También lo han hecho con otros bienes de elemental comodidad, como los envases de plástico que reemplazan en muchas ocasiones la tinasha, como se llama en wayúunaiki el cántaro en el que se transporta el agua. Brindan al mundo sus paisajes y sus maravillosas artesanías en mochilas, chinchorros, sombreros y pulseras.

Pero el color de los cristales con los miran lo que pudiera ser el mejoramiento de sus condiciones de vida no siempre lleva a la misma conclusión: Las rancherías de ladrillo, por ejemplo, como algunos pudieran pensar que son las indicadas, convertirían tanto sus días como sus noches en infiernos imposibles de habitar. El frescor del yotojoro, el corazón del cactus, y las palmas con el que se fabrican ranchos y enramadas, es irremplazable en la gran casa wayúu. Es preferible ver el complemento de sus comodidades con servicios de salud, un panel solar, una buena disponibilidad de agua y, sobre todo, una sólida educación bilingüe, como se imparte en la mayoría de las zonas de resguardo.

La ley colombiana terminó buscando una equivalencia al principio de territorialidad asociado a los ancestros de los wayúu con zonas de resguardos indígenas más propias de otros nativos, y puso en necesidad de trámites a quienes durante mucho tiempo buscaban como hacerse al reconocimiento de un terreno basados en sus leyes consuetudinarias. Por supuesto que la tierra siempre genera conflictos, no solo entre Wayúus sino entre toda la humanidad. Basta con mirar Oriente próximo, el Esequibo y el mar negro para confirmar lo dicho por Rousseau, que el primero que cercó un terreno y dijo: esto es mío, generó toda una alteración de las condiciones de vida de la especie humana.

Dispuso luego la ley la utilización de recursos de manera autónoma por las organizaciones de cada comunidad, en la interpretación de la dispersa jerarquía que rige a los wayúu. El poder de una familia lo detenta una autoridad, apoyada para efectos de la colombianización en trámites muy propios de la herencia castellana por un “intérprete” de las normas y vericuetos legales.

¿Ha sido este un sistema eficiente? No. Cada vez que el dinero hace su aparición dentro de estas organizaciones sociales comunitarias, la caída, la ventaja, el aprovechamiento indebido aparecen inexorablemente. Algunos programas, más bien escasos, han sido efectivos, pero no puede decirse que brille la eficacia en su uso. ¿Algún parecido con los recursos públicos regionales? ¡Tal cual!, diría un famoso personaje televisivo.

Sin embargo, para quienes consideran que estos hechos son razón para que los resguardos desaparezcan, les dejaría la inquietud de que igual pidan que se elimine cada organización pública territorial en la cual se haya incurrido en pirateo de recursos presupuestales que le roben bienestar a sus ciudadanos. Al menos los wayúu luchan por su territorio, por su tierra, que es la que marca la existencia futura sobre las cenizas de sus antepasados. Y eso es lo que justifica la existencia de sus resguardos. No el regular o mal manejo de recursos asignados.

Por ello, y aun cuando las rancherías parecen ser las mismas de la conquista, el wayúu ha tenido la flexibilidad para adaptarse a los cambios, no siempre a los más ventajosos, sin cambiar uno de sus principios sociales básicos: la hospitalidad.

Serán siempre bienvenidos a la Gran Casa Wayúu, aríjunas.

Nelson R. Amaya

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