JE SUIS L’ÉTAT

Esta famosa frase de Luis XIV (1638-1715), el llamado Rey Sol, marcó el inicio de los regímenes absolutistas de la era moderna. A pesar de las grandes diferencias con el presente, los reyes de Francia estaban obligados a respetar las numerosas autonomías feudales, muchas de ellas originadas en la Edad Media, de tal forma que su poder no era tan absoluto como lo afirman algunos historiadores.

Esto contrasta con el presidente de Colombia, que está en las antípodas de lo que debería ser un buen gobernante, pues en todas sus actuaciones públicas muestra una total y absoluta falta de cultura, de educación y de cordura.

Petro parece aplicar todos los días la famosa frase del rey francés. En su afán de autoproclamarse como el líder que el universo reclama, y de llevar sus elucubraciones proféticas hasta los confines del universo, a Petro se le ha olvidado que su poder está enmarcado dentro de unos límites constitucionales que no puede transgredir, porque si lo hace, comete un delito que será castigado con su destitución por el Congreso de la República.

Pero eso parece no importarle en lo más mínimo. Petro aprovecha a su favor la triste situación que se vive en Colombia desde hace décadas, en la cual el Estado se ha venido aniquilando a sí mismo, en un proceso de auto-demolición marcado por su absoluta inoperancia, por su corrupción rampante y por su absoluta falta de voluntad para resolver los problemas apremiantes de la población.

En ese proceso de decadencia, el Estado de Derecho camina rumbo a su muerte. Lleva 40 años capitulando ante todas las organizaciones criminales y narcoterroristas que surgen por todas partes, implementando una política de Estado que consiste en conceder estatus político a los peores criminales de la Nación. Sobre ellos se derraman insondables beneficios que jamás se les conceden a las personas honestas, y cuanto más daño hacen a la sociedad y mayores son sus crímenes, más beneficios reciben del Estado moribundo, que ya es incapaz de imponer el orden y de administrar justicia, que son dos de las principales finalidades del Estado.

Petro llega al poder en el auge del colapso del Estado de Derecho. Poseído por todos los demonios del marxismo, no hace otra cosa que derribar las instituciones que funcionan. Petro quiere acabar con la salud, la educación, la producción petrolera, la industria, el comercio, la construcción, las pensiones, el empleo, la generación de energía, la agricultura, la ganadería, los grandes proyectos de infraestructura, las relaciones internacionales, etc. Es decir, con todo.

Para él, todas las instituciones que nos han dado prosperidad y riqueza deben desaparecer, pues en sus delirios mesiánicos, las considera factores de extinción de la humanidad. Surge entonces la pregunta obligada: ¿Por qué se van a reemplazar? Y la respuesta, que es tan trágica como la pregunta, es muy simple. Por nada.

Petro se cree el dueño absoluto del Estado. Aunque se considera con la capacidad sobrehumana de transformar radicalmente su funcionamiento, en realidad es incapaz de organizar y dirigir cualquier cosa. Solo es hábil pronunciando discursos estrambóticos y fantasiosos, pero es incapaz de ejecutar cualquier plan. Además, para desgracia de Colombia, todo su equipo de gobierno está conformado por la gente más inepta, incompetente e incapaz que alguna vez ocupó los principales cargos públicos en la historia de Colombia.

Los ejemplos y las pruebas son abundantes, pues cualquier proyecto presidencial es perfecto para demostrarlo. Su ejecución es prácticamente nula y cuando consigue hacer cualquier cosa, la hace mal, pues sus funcionarios no resuelven absolutamente ningún problema.

En consecuencia, se perdieron los Juegos Panamericanos para Barranquilla; las grandes obras de infraestructura están paralizadas; quiere parar la construcción del metro de Bogotá, que por fin comenzó después de 70 años de espera; los desastres naturales como los derrumbes en las carreteras de Medellín a Quibdó, o de Popayán a Pasto, siguen sin solución alguna; los mediáticos anuncios para la Guajira y el litoral Pacífico son puras mentiras; la construcción de nuevas hidroeléctricas está paralizada; el presupuesto de la nación no se ejecuta; etc., etc.

Dicho de una forma más directa, ninguna decisión del gobierno se concreta en algo real y todo se reduce a anuncios mentirosos de obras que no se hacen y de soluciones que nunca llegan. Entonces, ¿qué es lo que ha hecho el gobierno en estos 18 meses? Muchas cosas, pero ninguna de ellas es buena para los colombianos. Veamos algunas de ellas.

Las instituciones se derrumban

Tal vez la más grave es que está a punto de desmantelar el sistema de salud, lo que equivale a un genocidio que producirá una mortandad inmensa de colombianos que de la noche a la mañana no tendrán quien atienda sus necesidades médicas.

Anunció la solución a la crónica escasez de agua en la Guajira, para lo cual se compraron 40 carrotanques repartidores de agua, pero están estacionados en un cuartel militar, sin conductores y sin plan alguno de funcionamiento, mientras que la gente se muere de sed. Además, resulta que al parecer los camiones se compraron al doble de su valor en el mercado, asunto en el cual el presidente es experto, pues a nadie se le olvidan las decenas de camiones recolectores de basura que compró cuando fue alcalde de Bogotá y que ninguno de ellos funcionó ni por un solo día al igual que las motos eléctricas para la policía.

El ministerio de Salud giró en los últimos tres meses la suma de 1,3 billones de pesos ($300 millones de dólares) para construir y dotar hospitales públicos y no se sabe en qué se gastó ese dinero. Hace pocas semanas, Colombia fue azotada por numerosos incendios forestales y no había equipos para apagarlos, porque no se han girado los dineros presupuestados para el cuerpo de bomberos. Las grandes licitaciones, como la de los pasaportes, solo generan escándalos y manejos corruptos. La funcionaria predilecta del presidente, Laura Sarabia, pasa de un cargo a otro sin problema alguno, a pesar de estar involucrada en gravísimas investigaciones penales por la pérdida de varias maletas llenas de dinero, por interceptaciones telefónicas ilegales y falsas denuncias que ella ordenó hacer, en hechos que cobraron la vida de un coronel de la Policía.

Además, su amigo y cómplice favorito, que es necesario mantener con la boca llena para que no cuente todo lo que sabe, fue nombrado embajador ante la FAO, en una misión diplomática inútil, con sueldos y beneficios escandalosos. O sea, todo lo que hace este gobierno es derroche, corrupción e inoperancia, mientras que los colombianos ven decrecer todos los indicadores de la economía, que pasó de crecer el 7% en el 2022, al irrisorio 0,6% en el 2023.

Para completar, Petro determinó que un presupuesto de 13 billones de pesos (USD $3.500 millones de dólares), que estaba destinado a financiar las principales obras de infraestructura que están en construcción, lo va a manejar a su antojo desde el Palacio presidencial. Lo cual quiere decir que se colocará a disposición de la voracidad de los más corruptos y que nunca habrá cuentas claras sobre el manejo de esa astronómica suma de dinero, que supuestamente pertenece al pueblo que Petro tanto ama. En realidad, lo está convirtiendo en miserable, para poder mantenerlo dominado y esclavizado, al más puro estilo del marxismo ejecutado por Lenin, Stalin y Castro.

¿Hasta cuándo dormirá Colombia? Nadie lo sabe, pero ya es hora de terminar con esta horrible pesadilla, que solo tendrá fin cuando el Congreso decida cumplir con sus funciones constitucionales e inicie el juicio político a Petro.

Abel Enrique Sinning Castañeda

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