AMA A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO

Gálatas capítulo 5

 

“Pues toda la ley puede resumirse en un solo mandato: «Ama a tu prójimo como a ti mismo», pero si están siempre mordiéndose y devorándose unos a otros, ¡tengan cuidado! Corren peligro de destruirse unos a otros” Gálatas 5:14-15 NTV

Al leer la frase “amarás a tu prójimo como a ti mismo” seguramente pensaremos en el amor propio, un tema muy popular actualmente. El auto cuidado, la aceptación, el merecimiento, auto perdón, autovaloración, etc. hacen parte del fundamento del amor propio, un concepto que se consolida hoy en día desde la ciencia de la psicología; sin embargo, esta afirmación bíblica, va mucho más allá. Se trata del reconocernos y reconocer a los demás desde el diseño perfecto de Dios y desde el amor incondicional. En este sentido, dice la biblia que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26), que somos su posesión exclusiva (1 de Pedro 2:9-10), somos su obra maestra (Efesios 2:10), somos la corona de la creación (Salmos 8:6) y todo esto, está estrechamente ligado con el reconocernos como hijos de Dios, entender que mi prójimo y yo pertenecemos a Dios y somos su especial tesoro, lo que nos dará la capacidad de amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a nosotros mismos.

Es importante hablar de esto, por qué muchas veces nos maltratamos incluso a nosotros mismos, nos descuidamos, nos auto exigimos cosas, nos juzgamos duramente e incluso nos reprobamos por los errores cometidos, entonces ¿Cómo podemos mostrar consideración por los demás, si no nos tratamos con amabilidad, compasión  y respeto a nosotros mismos? La forma como tratamos a los demás muchas veces es un indicador de la forma como nos auto percibimos y consideramos a nosotros mismos.

Pensemos por un momento en, ¿Cuándo cometemos un error, cual es nuestra primera reacción? analicemos un poco lo que dice nuestro monólogo interno, ¿Cómo le hablamos a nuestra alma? ¿Acaso no nos tratamos de tontos, estúpidos o brutos? Esta es una muestra de la poca compasión que tenemos hacia nosotros mismos, entonces ¿Qué nos hace pensar que trataremos a nuestro prójimo de una mejor manera?

La palabra de Dios enfatiza en varios versos, acerca del amor de Dios y de cómo amarnos y amar a los demás. Dice en Romanos 13:9-10, “Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”. También en Juan 13:34-35 dice: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.

Este verso de Juan es sumamente relevante porque nos habla a aquellos que creemos en Dios, en su palabra y nos reconocemos como sus hijos, nos dice “en esto conocerán todos”; es decir, en esto los que los conocen a ustedes sabrán que son mis discípulos, en el hecho que se amen unos a otros. Pero la realidad es, que no hemos comprendido el verdadero amor, sino que como advierte el apóstol Pablo en este capítulo de Gálatas, andamos como los animales hiriéndonos, pelándonos los dientes y devorándonos unos a otros.

1 Juan 4:16-19 nos enseña: Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. La pregunta a hacernos hoy es ¿realmente hemos conocido, experimentado y creído en el amor de Dios? ¿Realmente somos como Él es? Es preciso hacer este análisis para poder entender algunos de nuestros comportamientos, reacciones y actitudes frente a nosotros y frente a los demás. Porque todo se centra en el amor, pero no es el amor como lo hemos aprendido en este mundo, sino el amor como Dios nos enseña y nos permite vivirlo todos los días; puesto que el amar a los demás es una consecuencia de sentirnos amados y completos en Dios, de reconocer que todas nuestras necesidades están satisfechas en El, por ello nos ocupamos de las necesidades de los demás y de mostrar a otros ese mismo amor que Dios nos ha mostrado a nosotros. De hecho esto fue lo que hizo Jesús, quien descendió a esta tierra para enseñarnos el verdadero amor a través del sacrificio, El entendía que lo tenía todo por qué tenía a Dios y provenía del padre; aunque no fue fácil para él poner la necesidad de los demás antes que la suya, por eso dijo a Dios  “si es posible pasa de mi esta copa”, pero más allá de su amor propio y de su parecer había en él un amor superior, era su amor por Dios y su deseo de agradarlo, por ello murió en la cruz y nos dio la posibilidad de una nueva vida.

Para llegar entonces a tomar esta actitud que tuvo el Señor Jesucristo, la palabra nos aconseja que todo lo que hagamos lo hagamos para Dios (Colosenses 3:23-24), por qué ciertamente si pensamos en las personas a las que debemos ayudar o servirles no tendremos motivación para hacerlo. Esto es así, porque el mundo está lleno de personas crueles, lastimadas, llenas de odio, dolor, rencor y obviamente hacer algo por ellas nos va a costar, nos va a demandar valentía, pero además nos demandará verlas como Dios las ve, no ver la injusticia, ni sus actitudes sino la necesidad de su alma que a gritos pide que la salvación llegue a su vida.

Ahora bien, en este proceso de aprender a amarnos a nosotros mismos y amar a los demás, existen dos extremos peligrosos: uno, Amarnos más de lo que debemos (Romanos 12:3  Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.), dado que este amor excesivo puede llevarnos a la vanagloria, el narcisismo, la egolatría y el egoísmo. En este punto, podemos ser humillantes, ver a través de nuestra infalibilidad,  buscar la satisfacción de las necesidades e intereses propios y ser inclementes con los demás. La diferencia entre el verdadero amor propio y la egolatría, es que esta última  produce infelicidad, cansancio, tensión, exigencia permanente, que puede incluso llegar a enfermar el alma, en este no hay amor verdadero, solo existe el “yo”.  En cambio, en el amor propio no hay “yo”, sólo hay amor.

El excesivo amor por nosotros mismos, nos lleva a ignorar la necesidad de los demás, a pensar primero en nuestro beneficio sin importar si afectamos a los otros con nuestras acciones. Al respecto la biblia enseña en Filipenses 2:3-4  No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes.  No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás.

El segundo extremo, es la falta de amor propio, que deriva en inseguridades, baja autoestima y problemas en nuestras interacciones con los demás. Así mismo, esta condición puede desencadenar otras situaciones que afectarán nuestra vida en muchas áreas, puede estar representado en el estancamiento profesional, problemas de cuidado personal, trastornos alimenticios, inestabilidad emocional, dificultad para tomar decisiones, relaciones con dependencia, búsqueda de aceptación, aumento de interés por agradarle a los demás, lo que nos lleva a permitir que otros abusen y que hagan lo que quieran con nosotros.

Al respecto la biblia enseña que fuimos creados a la imagen de Dios, pero hoy en día, existen muchas personas que no tienen claro su valor, por esto debemos recordarnos constantemente que nuestra existencia y valor, no se centra en nosotros, sino en la obra majestuosa de Dios; por ello David decía: Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas y esto lo sé muy bien! Salmo 139:13-14.  David tenía claro que su valor provenía del hecho de saberse una creación maravillosa de Dios. La verdadera base de nuestro valor y fundamento de nuestro amor propio,  está en tener un relacionamiento con Dios, reconocer quienes somos en El, mediante la fe en Cristo y la aceptación de los dones que nos ha otorgado  a través del Espíritu Santo.

Necesitamos ser equilibrados por qué estos extremos son dañinos y esta sensatez solo puede darla el Espíritu Santo de Dios, porque no nos ha dado Dios Espíritu de cobardía, sino de poder y de amor, solo él puede enseñarnos como nos ama Dios y como amarnos y amar a otros, porque uno de sus dones es el amor. El amor que provoca el Espíritu Santo en nuestro corazón, es genuino y verdadero, no es una emoción, no es superficial o pasajero, sino que es generoso y nos impulsa a darnos y a dar.

Precisamos llegar al punto donde dar, amar y hacer, no nos reste sino que más bien nos haga crecer. Cómo el buen samaritano (Lucas 10:25-37), parábola en la que se muestran tres tipos de personas, un sacerdote, un levita (que evitaron prestar ayuda a quien lo necesitaba) y un hombre que aunque técnicamente era enemigo del hombre que necesitaba ayuda (Juan 4:9), fue el único que se compadeció de él. ¿Por qué es tan relevante que en esta parábola se relacione a un sacerdote y un levita? Esto tenía un sentido especial, se suponía que estos dos debían demostrar humanidad, porque en apariencia estaban cerca de Dios y su palabra; pero por el contrario fueron indiferentes a la necesidad de uno de los suyos, porque el hombre moribundo era un judío, no era extranjero.

Tal vez pensemos que esto no tiene nada que ver con nosotros, pero pensemos un poco ¿cuantas veces nos han pedido ayuda y nos hemos hecho los locos? ¿Cuantas veces hemos podido orar por una persona pero las ocupaciones no lo han permitido? ¿Cuantas veces hemos podido hacer una llamada para brindar consuelo a alguien, pero la hemos postergado y luego lo olvidamos? Son muchas las maneras de ser indiferentes al dolor y la necesidad del otro, a veces son tan sutiles que no creemos que estemos siendo insensibles.

Esta parábola nos enseña el verdadero amor de Dios, ese que nos lleva a compartir con otros lo que Dios nos ha dado, nos enseña a dejar nuestra preocupación por nosotros mismos y a estar atentos a las necesidades de los demás, a dar de nuestro tiempo, capacidades y aun nuestras riquezas con el prójimo. El amor no es simplemente decir que amamos, sino demostrarlo con hechos, no solo a los más cercanos sino a todo aquel que necesite nuestra ayuda, si decimos que amamos  a Dios, la verdadera muestra de que esto es verdad es que nos amemos y amemos a los demás de la forma correcta, dado que Dios mismo expresó su amor por nosotros  a través de la acción, enviando a su único hijo a morir por nuestros pecados y a darnos libertad, vida plena y eterna.

1 de Juan 4:7-10  Queridos amigos, sigamos amándonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es un hijo de Dios y conoce a Dios;  pero el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.  Dios mostró cuánto nos ama al enviar a su único Hijo al mundo, para que tengamos vida eterna por medio de él. En esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados.

Vicky Pinedo 

DESCARGAR COLUMNA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir chat
💬 ¿ Necesitas ayuda?
Hola 👋 ¿En qué podemos ayudarte?