CHAMIKÁN, EL PROFESOR QUE NO DABA CLASES SINO REMEDIOS

Era muy común verlo por las calles de la floreciente ciudad de Maicao en los años setenta. Vestía siempre una inmaculada bata blanca y caminaba despacio como quien va pensando y meditando al mismo tiempo.

Su luenga barba canosa hacía recordar a los patriarcas orientales que sobresalían en medio de la multitud de personas que, presurosas, caminaban de un lugar a otro sin rumbo fijo. Eran habituales sus caminatas desde el lugar donde vivía hasta su oficina-consultorio.

Tanto la casa como su lugar de trabajo quedaban en el centro, así que el camino recorrido era muy corto, pero su andar, su físico y su estilo excéntrico llamaban la atención de quienes no lo conocían. Pero en el pueblo la gente comenzó a familiarizarse con él, sabían de quién se trataba y los conocimientos que tenía.

Y, por si alguien no sabía de quién se trataba, solo tenía que escuchar la publicidad que pasaba por las emisoras Radio Península y Radio Tribuna:

“El profesor Chamikán, experto en predecir el futuro, médico homeópata, especialista en conquistas y reconciliación, baños y ungüentos infalibles. Aparte su cita con tiempo para que pueda ser atendido en el menor tiempo posible. Dirección…”

En realidad, el profesor con aureola de mago no nació en las colinas de la India remota ni en las montañas inmarcesibles de la antigua China. Tampoco se llamaba como decían los avisos de la emisora y los periódicos.

Su nombre de pila era Luis Homero Posso Marín. Nació en Tumaco (Nariño), se crió en Buga (Valle), se le escapó a la familia cuando era un niño de doce años y se dedicó a la fascinante aventura de recorrer el mundo sin dinero, sin horarios y sin rumbo.

Llegó a Maicao en 1955 acompañado de Chalindú (otro renombrado prestidigitador y hombre de comercio). Tenía militancia política de rancias ideas liberales y era un estudioso furibundo de las ideas marxista-leninistas. Su gusto por la política lo condujo a hacerse amigo y compadre del dirigente Eduardo Abuchaibe Ochoa.

Al principio, Chalindú y Chamikán fueron locutores de su propia “emisora”, que consistía en una bocina situada en lo alto de una vara, cuyo sonido se escuchaba en casi todo el pueblo. Ahí anunciaban los productos del comercio y las fiestas de las Casetas Radio Club y Tane Grill, cuya animación estaba a cargo de ellos mismos.

Chamikán quiso explorar labores más rentables y fue así como se convirtió en homeópata empírico, botánico, fabricante de remedios naturales, ilusionista circense y experto en artes esotéricas. Para esos tiempos se dejó crecer la barba y empezó a vestirse con la túnica oriental que haría parte de su identidad y lo rodearía de una aureola mística.

En Maicao conoció a la hermosa dama wayüu María Concepción Semprún, nativa de Paraguaipoa (Estado Zulia, Venezuela), con quien se casó y tuvo cinco hijos varones, entre ellos el destacado líder cívico Homero Posso Semprún, más conocido como Holo.

Su labor como “Profesor” oriental la combinó con el comercio. Fue así como abrió un almacén llamado Casa Astrológica, en donde se veía en apuros para atender a la enorme clientela procedente de diversos rincones de Colombia y Venezuela.

Fue uno de los invitados de honor al Congreso Internacional de Brujería que se efectuó en Bogotá del 24 al 31 de agosto de 1975, en el cual participaron unos dos mil delegados de todo el mundo.

Su hijo Homero Posso se llena de nostalgia al recordar que su padre los llamó una madrugada para decirles que en el primer día del congreso se le había agotado toda la mercancía que había llevado y era urgente que “fabricaran” muchas dosis más para que se las enviaran de manera urgente. La sonrisa y la picardía de “Holo” al contar esta parte de la historia deja dudas sobre la efectividad de los “medicamentos” ofrecidos por su padre.

Cuando ya lo tenía todo, empresas, prestigio, esposa e hijos, se dedicó a buscar a sus padres, a quienes no veía desde cuando se les escapó de Buga. Después de mucho preguntar y seguramente de poner en práctica sus conocimientos sobrenaturales, pudo localizarlos en Chinchiná, departamento de Caldas, donde vivían en condiciones precarias.

Allá fue a dar junto a sus hijos y, tras el feliz reencuentro, les propuso regalarles una casa en el lugar que escogieran. Los papás eligieron la ciudad de Buga y allá se fue Chamikán a comprar varias casas, las cuales obsequió no solo a sus padres sino también a sus tíos.

Homero Posso, “Holo”, recuerda que su padre era muy generoso y no le importaba invertir todo el dinero que fuera necesario para alcanzar el bienestar de su familia. A pesar de sus pocos estudios formales, les inculcaba a los hijos el amor por la lectura:

“Los días domingos me hacía leer el diario EL TIEMPO entero, desde el principio hasta el final. Yo amaba tanto la lectura que de vez en cuando le hurtaba algunas monedas para comprar libros en la Librería Cultural. Alertado por el señor Octavio Mejía, dueño de la librería, quien le informó de mis constantes visitas a su negocio, mi papá me llamó la atención por el pequeño robo, pero me abrió una cuenta para que yo retirara todos los libros que quisiera. Me di gusto en esos días. Tan solo iba, retiraba el que quisiera y después mi padre pagaba la cuenta.”

Homero recuerda también las visitas de vacaciones a varios lugares del país. En ocasiones, el dueño del hotel se asustaba con la indumentaria y la personalidad de Chamikán y le decía, con ademanes y palabras hostiles, que no disponían de habitaciones. El visitante aceptaba la negativa, pero entonces, como fingiendo que no le interesaba nada de lo que pasara a su alrededor, comenzaba a organizar sus numerosas tarjetas de crédito delante del hotelero.

Además, se pasaba los fajos de billetes de alta denominación de un bolsillo hacia el otro. Luego se inclinaba a recoger las maletas, pero… en ese momento el representante del hotel ya había cambiado de ánimo y, de manera solícita, le impedía que saliera.

—Señor, espere, acabo de recordar que en el segundo piso está desocupada la mejor habitación que tenemos en todo el Eje Cafetero… Y los atendían como príncipes sin importar la túnica, la barba y hasta el perrito que a veces llevaba la familia.

En los días de elecciones, Chamikán era el primero en asistir a los puestos de votación de la calle 12, en donde entonces se celebraban los comicios. Se hacía acompañar de sus tres niños mayores. Al más grandecito lo vestía totalmente de amarillo, a otro totalmente de azul y al más pequeño de rojo. Después de depositar el voto por el candidato liberal que apoyara Eduardo Abuchaibe, le pedía el favor a los jurados que le permitieran a los niños mojarse su dedo índice de tinta. Así salían ellos felices como si también hubieran votado.

Recuerden que antes, cuando el ciudadano votaba, le hacían mancharse el dedo de tinta roja, supuestamente para evitar que votara más de una vez.

En una de las etapas finales de su vida, el “profesor Chamikán” fue vinculado por Ignacio Ramírez Pinzón a la Revista Vea, para que escribiera una columna en la cual daba consejos de todo tipo a los lectores.

Esta es parte de la historia de Chamikán, el profesor que preparaba pócimas para curar todos los males del cuerpo, pero que solo tomaba buen whisky para alegrar su alma.

 

Alejandro Rutto

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Fuentes:

Entrevista con Homero Posso Semprún, “Holo”, hijo de Chamikán

https://www.eltiempo.com/…/el-dia-que-bogota-fue-sede

https://publicaciones.banrepcultural.org/…/view/22044

https://www.senalcolombia.tv/…/congreso-internacional

 

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