PETRO, EL ARTE DE INTERVENIR O LA ESCUELA DE CHÁVEZ

A título del Progresismo entendido a su manera, el muy famoso Presidente de Venezuela Hugo Chávez pensó que intervenir ciertos estamentos e instituciones sería muy bueno para la estabilidad de su gobierno y por ende para su permanencia en el poder. Y la figura le funcionó porque al introducir sus manos en multiplicidad de escenarios públicos y privados, incluso por la fuerza, logró establecerse como gobernante indiscutido, de modo que le quedó el camino libre para hacer las transformaciones que quizo con tal de establecer su autoridad en el punto más alto, sin recato alguno y sin pudor de parecer mesiánica, tanto como para que un día afirmara en su famoso programa de televisión que “… sólo Dios le quitaría del poder”. Y ese mensaje chavista se regó por doquier convirtiéndose en inspiración para muchos “progresistas” que entendieron que la tarea que necesitaban los países del continente era la de restablecer el poder del Estado frente a las “derechas capitalistas”, como si se tratara de una cruzada por el restablecimiento de las dignidades nacionales frente a la grosera y cada vez más agobiante hegemonía del imperio. No nos apartamos mucho de ese criterio porque en el fondo sí tiene mucho de razón, pero nos blindamos frente a la forma como los llamados progresistas asumieron la tarea, casi hasta despedazar economías sólidas como la de Argentina y acaso Bolivia y Ecuador, y naturalmente la de Venezuela, bajo el ya conocido postulado de “el cambio”.  Hasta ahí el legado de Don Hugo.

Petro, un alumno aventajado del extinto Coronel Presidente, capturó el mensaje y lo perfeccionó en su cabeza. No fue obstáculo el que por el mismo tiempo en que Chávez buscaba la manera de tomarse el poder por las armas, siendo oficial de las Fuerzas Armadas de Venezuela, el pupilo guerrillero, aunque fuera en bando contrario, hacía algo asimilable en Colombia, no comparable en contundencia, por supuesto, pero sí reconocible en términos de sus efectos políticos y sociales inmediatos y posteriores.  Como quiera que no se logró nada aparte de muertes, dolores y tristezas de un pueblo sometido a la violencia, el fracasado guerrillero se introyectó desde muy temprano en los entramados del Estado, primero en el exterior como parte de las delegaciones diplomáticas y luego en el Congreso como Senador en uso pleno de sus derechos Constitucionales, para madurar desde allí su obsesión de ser Presidente. No lo pudo lograr por la vía de las armas, lo cual no estaba bien, sino por la vía de los votos, lo cual es bastante mejor.

Lo que la gente en su mayoría no sabe es que el citado Coronel Presidente, siendo aún oficial del Ejército, intentó la ruta de las armas al fundar el clandestino Movimiento Revolucionario Bolivarian – 200. Luego de fracasar en su intento de Golpe de Estado en 1992, fue conducido a prisión en “La Cárcel de la Dignidad” y de allí, dos años después, al Fuerte Tiuna en donde firmó su retiro del Ejército. En ese plazo de su presidio maduró en su cabeza, como lo han hecho tantos grandes pensadores políticos en la historia, las ideas fundamentales para la siguiente etapa de su vida como Presidente, lo cual logró en las elecciones de 1999. Desde entonces gobernó como quizo hasta el 2013, no sin antes haber superado un intento de golpe en 2002 que terminó con su restitución en el poder dos días después.

¿No lucen parecidas las historias? ¿No hay un fuerte tufo de Escuela en todos esto?  Petro gobierna hoy con evidentes señales de Escuela “chavista” cuando pretende hacer reformas que fracasan en el Congreso, no porque sean inconvenientes sino porque están mal formuladas y peor aún gestionadas, lo cual resuelve acudiendo a la intervención como vía de hecho. Y entonces interviene instituciones públicas en donde instala sus alfiles de poder, e instituciones privadas que hoy prestan servicios públicos, con el nada oculto interés de extender la red de poder de su gobierno. ¿Con qué propósito? ¿Con el que le marcó su Mentor venezolano?  Intervenir instituciones públicas y ordenar la intervención de otras siguiendo sus orientaciones y órdenes ¿no es una avanzada en la ruta de la “eternización” en el poder? Francamente nos gustaría pensar que no es así, pero basta observar con cuidado las realidades presentes para sospechar que pueden venir graves “movidas” futuras contra instituciones y empresas. Y lo hace valiéndose de funcionarios sumisos que hacen “la tarea” que quiere y que aparecen ante el país como responsables  del atropello, mientras el se guarece en Palacio para contestar el Twitter. A esa práctica se le llama “coger el fuego con manos ajenas”.

En cumplimiento de su ideal transformador, con evidente tufo mesiánico como hemos dicho, camuflado en la acción intervencionista y sin quemarse las manos ¿hasta dónde llegará?  ¿Habrá límite en tan peligrosa pretención?  Parece que no, porque no de otra manera se explica que haya desatado una persecución estatal contra las instituciones prestadoras de Salud, no con el ánimo de Gobierno de ayudar en su mejoramiento, como quizás procedería, sino con el ánimo fiscalizador y abiertamente orientado a generar desconfianza. Pero ¿Qué hace un Presidente promoviendo el ataque estatal a las instituciones? ¿No entiende que su tarea está justamente en sentido contrario, es decir, desplegando el apoyo gubernamental para que las instituciones se fortalezcan y presten mejores servicios? ¿Tenemos hoy un Presidente enloquecido que suelta los perros rabiosos del gobierno contra las empresas y las instituciones privadas, siguiendo acaso la indicación de su mentor Presidente de luchar contra el imperio? ¿Eso es lo que tenemos?

Y se llega al colmo cuando ordena intervenir en la Universidad. La institución universitaria, que goza de la protección Constitucional para conservar su Autonomía, tampoco está segura frente a la avanzada intervencionista del Gobierno, otra vez actuando con mano ajena, que es la de la señora Ministra de Educación… Ello representa una señal inequívoca de la esquizofrenia que sufre el Gobierno Nacional siguiendo las instrucciones del Presidente. Ni a mí ni a ninguno de nosotros nos pueden llegar con la falsedad de que el Presidente no dio la orden, o que tal o cual Ministro no le consultó y obtuvo aprobación de tal o cual “movida”. No somos un país de idiotas.

Y cierro con coletilla al hacer notar la abusiva intervención en la tarea del Alcalde Mayor   de Bogotá cuando hace el Presidente reparos sobre la calidad del agua en Bogotá sin haber agotado las vías institucionales de entendimiento que tiene la estructura del Estado.  Es decir, ¿en dónde cree que está?

Al final tenemos un Presidente presa de la arrogancia, de la soberbia, de la vanidad personal, del ánimo conflictivo, del espíritu destructor e incendiario que no le dejan gobernar como es debido. Son conductas totalmente abominables en un Jefe de Estado. Si esto sigue así, parafraseando al gran juglar de las sabanas de Sucre y de Bolívar, Alejo Durán, “quién sabe dónde iremos a parar”.

 

Arturo Moncaleano Archila

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