No hay conferencia que se dé en Colombia, y seguramente en otros lugares del mundo, que no empiece por “allí donde hay problemas y crisis, están las oportunidades”. Alguien le ha atribuido esto a los chinos, otros a Einstein y otros se apropian de ella como si se la hubieran inventado la noche anterior, en medio de un desvelo reflexivo.
Nuestro patio parece a ratos estar solo lleno de problemas. Y las oportunidades, de oportunistas, pues muchos se camuflan detrás de una bandera falsa, de una ilusión a la gente o de una mentira fácil de creer, salvadora del mundo y de la raza humana. Veamos algo de ello.
Hemos tenido momentos de mucha fortaleza intelectual entre los líderes nacionales. Los debates eran profundos, las mentiras, escasas -el mundo político tiene un componente embustero por esencia-, las argumentaciones hacían la diferencia entre unos y otros. Aun cuando en el fondo estaban sentados del mismo lado de la mesa, el de la derecha, la diferencia entre el azul conservador y el rojo liberal fue agitada por última vez en la campaña de López Michelsen en 1974, al terminar el Frente Nacional, con su eslogan: “¡juégale al colorado!”. Ganó, frente a un Álvaro Gómez, conservador posteriormente asesinado en 1995.
Luego, el país pasó a manos de las lentejas. Turbay hizo cola por décadas para esperar su “oportunidad” de ser elegido presidente y lo logró. Destapó su clientela y gobernó con bastante poco mérito intelectual, mucho menos ético. El rumbo del país pegó su futuro al de la comercialización de la marihuana. Y no fuimos los mismos desde entonces.
Dolorosa la década de los 80, cuando los carteles, de la cocaína ahora, nos pusieron contra la pared. Escobar asesinó a Lara Bonilla, ministro estrella de Belisario, para darle a entender a la nación su arrogancia y criminalidad espeluznantes. Arrodillaron al estado, a pesar de la valentía de Barco -hay dudas de si al final, él era quien de verdad gobernaba- y su régimen que no declinó frente a la avalancha de amenazas y magnicidios.
Los 90 nos cogieron con un presidente elegido por fuerza de la suerte, consecuencia del magnicidio de Luis Carlos Galán. Inteligente, frío y astuto, Gaviria vio la oportunidad en el azar e incorporó a Colombia en la ola económica del momento, la de la apertura al comercio y la globalización, cuyos resultados aún están por analizarse. Le llegó la oportunidad de cambiar el régimen y nos aventaron una nueva constitución, ambiciosa, aun en desarrollo, como lo vemos con el debate sobre la descentralización. Siguió la espantosa ira de Pablo Escobar, quien pagaba por policías asesinados para someter al país a su desquiciada ambición de poder. Con más dólares que el Banco de la República, contaba con grupos armados, enfermos de violencia y salvajismo, que hicieron del miedo un común denominador en nuestras ciudades.
La tristemente célebre elección de Samper en 1994 fue criada a toda leche por el cartel de Cali, que vio esa “oportunidad” de tener presidente, y nos sometió a otro régimen: el de un mandatario endeble por el origen evidente de su financiación electoral, frente a un país que se resistía a creer que eso hubiera pasado. Debió pasar sus cuatro años defendiéndose. Nos dejó un mal sabor desde todo punto de vista, pues no adelantó nada que nos colocara en mejor condición como país ni como sociedad.
Los rezagos de la era Samper eligieron a Pastrana. Tuvo que enfrentar decrecimiento económico, imagen destrozada del país a nivel internacional y el hecho de que la guerrilla vio una oportunidad en el narcotráfico para financiar a rodos sus propósitos de controlar el país. Expandieron sus territorios, le hicieron conejo a la paz que se negociaba y se convirtieron en el “nuevo” Pablo Escobar colombiano. De aquello de la filosofía marxista no quedaron ni siquiera los ejemplares de El capital, con los que aprendió a leer despacio Tirofijo.
El inicio del siglo tomó al país reventándose del desespero, y en ese problema apareció una voz oportuna contundente contra el auge guerrillero, la de Uribe Vélez, que barrió en las elecciones de 2002. Empoderado con semejante triunfo, respaldado por el apoyo de los Estados Unidos con el Plan Colombia negociado en el gobierno Pastrana, comenzó a gobernar con detalle cada aspecto de la vida nacional, sobre todo el concerniente con el orden público. Arrinconó a la guerrilla, a pesar de su fuerza y sus recursos. Logró rescatar buena parte del país que se había encerrado en sus casas para evitar secuestros y boleteos.
Su popularidad y efectividad crecían, al extremo de propiciar un cambio de la constitución para reelegirse, con un importante respaldo de la sociedad colombiana, pero con un evidente chantaje de un congreso, especialmente un par de congresistas que vieron en la extorsión una “oportunidad”. No parecía ser suficiente una reelección y fueron por la otra, a la que el país gritaba no, y así lo interpretó la Corte Constitucional.
Al problema de la guerrilla le aparece la “oportunidad” a unos cuantos dueños de tierras para defenderse con armas, en paralelo a la fuerza pública que no daba abasto con la carga de proteger la ciudadanía. Terminan usando esa fuerza para despojar de tierras a campesinos y narcotraficar y asesinar en competencia con la guerrilla. Y dejar un rastro macabro en la política, con el respaldo que dieron a algunos miembros del congreso, sin el cual no hubieran sido elegidos.
La década del 10 nos coge con un Uribe muy crecido en su influencia frente a la opinión nacional. Un personaje de tradición liberal, ministro de varias carteras y varios gobiernos, vio en la popularidad de Uribe su “oportunidad” de hacerse a la presidencia. Le funda un partido, la U -inicial del apellido del presidente-, logra hacerse nombrar en el ministerio de Defensa, el favorito del presidente, y aprovecha el momento en el cual la frustración de los uribistas por no poder reelegir a su jefe los tiene sin sucesor definido. Juan Manuel Santos llega a la presidencia y se aparta de los postulados de su jefe e impulsor, para crear su propio espacio político. A mitad de su mandato, inicia un proceso de paz con las farc, contrariando la visión de Uribe Vélez. Y, a pesar de ser derrotado su acuerdo en un plebiscito, impone los términos con un trámite en el congreso que no le niega nada a quien está ejerciendo el gobierno.
El país, a pesar del conflicto, avanza a paso lento. Mejora algunos aspectos de la vida nacional, sobreagua las crisis financieras mundiales y se hace el de la vista gorda con los capitales que del narcotráfico inundan las ciudades y sostienen los altos niveles de consumo que se observan en todos los lugares. No hay concierto, ni restaurante, ni bar, ni estadio que no se llene, en parte gracias a las milagrosas apariciones de la plata “blanca”.
En respuesta al acuerdo de paz, que significaba otra crisis por su falta de respaldo popular, elegimos a Duque, un novel parlamentario de buena prosa y argumentación, que afrontó la pandemia con sensatez, pero que apenas alcanzó a conocer el país en su cuatrienio. Afrontó otra pandemia: las revueltas sociales violentas, estimuladas por la izquierda, sobre todo por su derrotado contendor, Petro, le dieron un dolor de cabeza que no pensó tener en su mandato.
Y llegamos a la segunda década, con la derecha de capa caída, luego de gobernar por siglos, sin interpretar la crisis que vivíamos y sin liderazgos palpables e independientes.
La nave se inclinó a babor. Las oportunidades se abrieron para Petro y supo aprovecharlas electoralmente. Nos ha dejado la evidencia de que una cosa es ganar elecciones y muy otra gobernar. Y ahí estamos, con triunfadores, vencidos por la ineficacia de inexpertos en cargos públicos y una cáfila de ladronzuelos a gran escala, llenos de ambición y dispuestos a todo, con tal de matar un hambre vieja.
Muchos años de crisis y oportunidades. Mucha agua debajo del puente nacional. Pero ahora, un gigantesco vacío de liderazgo. Un país en crisis y unas oportunidades que nadie llena con vocación y decisión. Lástima. Éramos la Atenas suramericana.
Terminando mi recuento, perdonen lo largo, entra al juego aspiracional por la presidencia una periodista, Vicky Dávila, con 4 millones de seguidores en la red X, fruto de ser la directora de la revista Semana. ¿Será esta la oportunidad de una persona alejada de los partidos?
Nelson Rodolfo Amaya