El debate sobre el ICETEX ha puesto de nuevo en la arena el problema que enfrenta la educación en Colombia. Para ponernos serios en la discusión, hemos de reconocer de entrada que no somos ni el país más educado ni el mejor educado, puesto que las cifras oficiales señalan que, para el año 2021 en pos pandemia, apenas un 70% de la población en edad escolar fue a la escuela, lo cual quiere decir que un contingente que ronda los 2,9 Millones de niños puede estar perdiendo el privilegio de educarse para la vida, el trabajo y la productividad; en el 2024, la matrícula total de escolares fue de 6,87 Millones de estudiantes, 78,9% de ellos en establecimientos públicos; para 2023, la tasa de deserción anual se mantuvo por encima del 12%, lo cual representa más de 678 Mil niños que dejan de ir a la Escuela por dificultades múltiples; en el 2020, año de pandemia, se graduaron más de 660 Mil estudiantes de bachilleres; el promedio anual puede estar en 450 Mil bachilleres y la cifra crece; para el 2023, sólo el 55,38% de los bachilleres pudo ingresar a la universidad, lo que puede representar más de 200 Mil graduados que se quedan por fuera cada año; en ese mismo año 2023, la matrícula total en la universidad fue de 2,47Millones de estudiantes.[i]
La garantía del derecho a la Educación debía ser de lejos el propósito principal para el Estado. Dicho en mejores palabras, sería cuestión de contar con un sistema que idealmente garantice que ni un solo colombiano se queda en la calle o en la vereda sin acceder al derecho de recibir educación. Ahora, que se pueda llegar a esa meta es cuestión de una política sostenida de Gobierno que asegura el flujo necesario de recursos en todos los niveles, pero no es suficiente, y no lo es porque es también es un problema de estructura financiera que ha esquivado por décadas la importancia de apropiar recursos suficientes para la Educación. Educar a un pueblo se hace con plata, y está en el Estado la responsabilidad de buscar los medios y condiciones para que la Misión Educativa que se ordena en la Constitución nunca pase a un segundo plano. No puede perderse de vista que es responsabilidad del Estado intervenir en la preparación de todas las generaciones presentes y futuras de colombianos, a fin de favorecer el surgimiento de sociedades cada vez más inteligentes, mejor preparadas para la vida, el trabajo y la productividad, mejor calificadas para encarar el desarrollo del país y más exitosas en sus proyectos de vida. Es el país el principal ganador cuando su población, que es su recurso más valioso, se encuentra cada vez mejor preparada. Allí está el secreto para tener un país en Paz y en armonía.
La tarea educacional, no sólo tomada desde el punto de vista inmediato de la divulgación del saber, que es un eje primordial en todo caso, sino desde la formación integral de personas útiles a la sociedad, tiene que hacerse con absoluto orden y eficacia en cada rincón del país, porque es allí donde están los niños y niñas que llegarán algún día a la edad en la que tienen que responder por sí mismos y ser capaces de enfrentar la vida con éxito. Si lo logran, se puede pensar que ha sido una confluencia afortunada de circunstancias familiares y de su entorno de vida, sin embargo, hemos de afirmar que, en mucho, es gracias a la Educación recibida en las escuelas y colegios. Si no lo logran, de seguro es porque hizo falta Educación, y de allí vendrán las consecuencias que destruyen la vida de las personas. Es esa la razón por la cual se hace prioridad del Estado el garantizar que funcione una escuela en cada rincón de las ciudades y el campo y que haya en todas ellas una maestra dedicada, o dos, o tres, –también maestros- que cumplan con la nobilísima tarea de abrir en los niños y niñas el camino del conocimiento y la ciencia y plantar en ellos la ilusión de llegar a su plena realización como personas y su mejor desempeño en la sociedad de la que hacen parte. Es de las aulas de clase de donde salen los individuos – hombres y mujeres- que, cuando sea llegado el momento, han de asumir como personas de bien la tarea de dirigir sus propios pueblos y su propio país. Es con las gentes mejor educadas que se construye mejor país.
Para nadie pasa desapercibido que el país hace un esfuerzo descomunal para asegurar que todo marche tal como hemos dicho. Para quienes hemos tenido el privilegio de recorrer numerosísimos caminos, cada territorio, cada vereda, cada río, y encontrar en todos ellos una escuela que, así esté semi destruida, abre sus puertas cada mañana para acoger la algarabía inquieta que es propia de la infancia y la adolescencia, para moldear en las niñas y los niños esa ansiedad sana de querer saber y conocer más, y así motivar en ellos el deseo de llegar más allá, a pesar de todas las limitaciones que son propias del precario recinto de la Escuela, en donde se llega a veces a compartir la silla, o se usan las mesitas por turnos porque son escasas, o se trabaja en el suelo porque es más cómodo, todo ello derivado de la inspiración que viene de las maestras y maestros que les cargan de energía suficiente para soportar el día, haga calor o frío, haya algo para comer o no. Esos niños y niñas que se educan bajo condiciones tan precarias llegarán más tarde o más temprano al momento en que deben enfrentar la vida para poder sobrevivir y buscarán en su memoria los recursos intelectuales que recibieron en la Escuela para poder seguir adelante. Así de dura es la vida para la mayoría de las personas. Así de grave es el desafío que cada quién enfrenta en cada momento de la vida, de allí que la Educación, es decir el trabajo ordenado para dar a las personas elementos indispensables de conocimiento y habilidades para el trabajo y la productividad, adquiera una relevancia descomunal. De lo que se trata es de lograr hacer de cada criatura la mejor persona posible.
El Estado colombiano no puede resignar esta responsabilidad. En el pasado encontró en la Iglesia Católica el aliado excepcional y le entregó bajo Concordato la tarea de Educar. Las comunidades religiosas se hicieron fuertes en las ciudades y territorios al poner en marcha una tarea de “educación” que pasaba al mismo tiempo por una cuidadosa labor de “adoctrinamiento”. Lejos de pretender criticar el modelo, que por demás ya es historia, lo que importa ahora es reconocer las instituciones privadas hacen parte del sistema y ello no puede ser visto del todo mal, porque al final lo que viene a ser fundamental para el Estado es que “todo el mundo reciba educación”, primaria, secundaria o superior, propósito para el cual el esquema privado presta una ayuda significativa en términos de cobertura. Hoy responde por el 1,45 Millones de estudiantes (21,1% de la población escolarizada), dejando al esquema público una cifra que pasa de 5,4 Millones de jóvenes. Falta resolver el problema de ese 30% que ya hemos dicho que no va a la escuela. Y en educación superior, en el 2023 fueron 1,13 Millones de estudiantes (46%) que fueron a las universidades privadas.
El problema está en que hay necesidad de pagar por esa educación. Se sabe que el 70% de los estudiantes universitarios proviene de estratos 1,2 y 3, de tal modo que es muy grande el número de familias que requieren el apoyo del Estado para acceder a la Educación, razón que acentúa la obligación de fortalecer las instituciones públicas para garantizar el derecho de todos.
Queda así de manifiesto el problema estructural del sistema, porque para acceder a la educación privada hay necesidad de pagar, mientras que la educación pública queda como la opción obligada para quien no puede pagar, o bien decide no hacerlo. No hubiera tanto problema, más allá de la cuestión económica, si no es porque se ha establecido, y se profundiza progresivamente, la noción de una “brecha de calidad” que afecta de modo evidente a los estudiantes provenientes del esquema público. Aparece en escena otra parte realmente grave del problema, porque el sistema, tal como opera en la actualidad, fracciona la población en estudiantes que provienen de instituciones privadas, generalmente calificados como “mejores”, y los estudiantes que provienen de instituciones públicas, calificados como “regulares”. Las complicaciones se agrandan cuando la universidad privada recibe a quienes “pagan”, mientras que aquellos que padecen la escasez de recursos económicos parecieran estar condenados a luchar por “un cupo” en la universidad pública, o en su defecto acudir al endeudamiento con ICETEX para seguir adelante con el plan de formación profesional.
La cuestión económica juega, en consecuencia, un papel importante en la vida académica y profesional de los colombianos. Para resolver esa desventaja se estableció el ICETEX, y es a través de esa entidad que el Estado puede cumplir la labor de apalancar el propósito educativo de los colombianos que carecen de recursos y quieren asistir a la universidad. El esfuerzo fiscal de la Nación para la operación del sistema se ve principalmente en créditos para financiar la demanda de matrículas en universidades privadas, o para gastos de sostenimiento de los estudiantes que deben dejar sus lugares de origen para ir a la universidad, pública o privada. Esta realidad convierte al Estado en “el padrino rico” de los estudiantes universitarios y de programas tecnológicos, a la vez que le hace responsable del sostenimiento del sistema. Desde ese punto de vista se puede calcular la gravedad del recorte presupuestal al que se encuentra abocado el ICETEX ante la debacle financiera del Gobierno Nacional, y hasta dónde es extremadamente peligrosa la tranquilidad del Gobierno Nacional que apenas ahora estaría “gestionando recursos adicionales para garantizar los fondos poblacionales y las condonaciones, así como los subsidios a la tasa de interés y el sostenimiento.« [ii] El asunto, pues, es tremendamente delicado porque, ante la incertidumbre frente al recorte presupuestal del ICETEX y el descuido en su financiación, se está poniendo en juego el bienestar de un inmenso número de estudiantes y sus familias que lo han arriesgado todo para recibir los créditos para realizar el sueño de hacerse profesionales con un título tecnológico o universitario.
La crisis de financiamiento para el ICETEX ha de servir para algo positivo en el contexto de la educación superior. Viene al caso retomar la voz en las calles del “estallido social” y la “protesta universitaria” que reclamaban la atención del Gobierno para establecer y defender la posición de privilegio que debe tener la educación pública en el país. El descuido financiero en perjuicio de las instituciones públicas en el nivel superior les está llevando borde del colapso, lo cual podría representar el derrumbe del sistema educativo nacional. El rezago de décadas sólo puede resolverse con un financiamiento sostenido para recuperar instalaciones y poner la infraestructura al día con los avances de la tecnología, la innovación, los nuevos desarrollos y las tendencias globales, mientras se fortalece e incentiva el cuerpo profesoral. Podríamos reclamar que, por principio, todo sabio colombiano debiera estar vinculado a la universidad, porque su conocimiento y experiencia puede ser la miel que endulza el aprendizaje de las nuevas generaciones. No será admisible que el cuerpo profesoral sea reemplazado por colegios de jóvenes inexpertos que apenas fundan su conocimiento en lo que les “sopla” la inteligencia artificial. La universidad en Colombia –sea pública o privada- no puede quedarse atrás en el desafío nacional de preparar generaciones nuevas en perfecta concordancia con la época que nos está correspondiendo vivir, cual es la del desarrollo de la inteligencia individual y el pensamiento sistémico. Esta coyuntura nos ha de servir para pensar un poco en tanto joven que, esperanzado y lleno de ilusiones, superó toda barrera para acceder a la universidad para alzarse al final con un título profesional. Quizás vio con mucha esperanza que su vida podía fraguarse en los pasillos universitarios y llegaría al día de su graduación lleno de fortalezas para tomarse el mundo y poner las cosas a sus pies. Pensaría, quizás, que todo de allí en adelante sería fácil y seguro para alcanzar el éxito y la fortuna, pero la realidad está mostrando cosas diferentes. Desconocemos cuántos jóvenes llegaron al día final de sus estudios para tener que enfrentar la vida real con infinidad de problemas y dificultades. Hoy vemos nuestras calles llenas de mujeres y hombres que tocan cada día una nueva puerta con la esperanza de recibir un empleo que finalmente no resulta. Y pasan los días y luego los meses sin que ninguna de las hojas de vida tramitadas por los bancos de empleo tenga respuesta. Y les vemos hacer fila en los establecimientos camuflados de explotación laboral, en donde acuden como opción para pasar un tiempo, así sea por un salario mínimo, porque para la profesión que estudió no hay empleo. Siendo así, ¿Cómo esperan pagar su deuda con ICETEX, o el crédito en cualquier otro banco? ¿Y qué decir de aquellos que se van al exterior y quedan endeudados en Dólares? A esa tragedia se enfrentan hoy tantos jóvenes que pasaron por la universidad pero que el sistema laboral no les absorbió. Esta realidad también hace parte de la crisis que enfrenta el sistema, en tanto induce a preguntar si valió la pena pasar por la Universidad, o en mejores palabras, si hubiera sido mejor no ir por allá. ¿Estará el Estado tomando nota de la inconsistencia de la ecuación que se presenta cruda y defectuosa en perjuicio del propio país?
Tampoco sabemos en realidad cuántos niños, niñas y jóvenes que llegan al final de su tiempo en la escuela miran con expectativa inmensa hacia la universidad como un paradigma inalcanzable que les genera frustración y tristeza. No sabemos cuántos de ellos ven sólo una vida incierta sin perspectiva de futuro más allá de la puerta de la escuela. No sabemos cuántos de todos esos niños han perdido la ilusión, o nunca la han sentido. Si ellas y ellos pudieran tener la certeza de que sólo al dar el paso hacia la salida hay otra puerta que se abre para que sigan el curso de su preparación para la vida, el trabajo y la productividad, las cosas en Colombia serían muy diferentes. Ya no serían atractivas las ofertas de delincuentes y grupos delictivos organizados porque sería mucho más poderoso el atractivo de la universidad, el trabajo y la vida buena en pleno goce de las libertades y derechos de cada quien. No sería del caso el caer en manos de explotadores del trabajo infantil porque la perspectiva de futuro tendría para ellas y ellos mejores alicientes. Tampoco sería atractiva la vida incierta del combatiente atrapados en las filas de grupos armados fuera de la ley, porque la ruta educativa vivida en la escuela mostraría para ellas y ellos otros horizontes más serenos y en todo caso más civilizados. Y quedaría en su espíritu la sensación cierta de que más allá de la escuela hay toda una vida por disfrutar y vivir.
Deberíamos asegurarnos que para todos esos colombianos el salir de la escuela y de la universidad sea el entrar en un mundo pleno de Esperanza.
[i] Cifras calculadas a partir de Informes oficiales.
[ii] https://www.mineducacion.gov.co/portal/salaprensa/Comunicados/422605:El-ICETEX-no-esta-en-proceso-de-marchitamiento-ni-de-quiebra-ministro-de-Educacion