¿CONTRA QUIÉN PELEO?

Hace poco leí en internet que, cuando los vientos superan los 110 k/h, resultan peligrosos para cualquier tipo de embarcación, pueden venir con tormentas eléctricas y altas olas que dificultan, incluso, la navegación de los más experimentados.

Esta lectura me recordó lo que dice en Mateo 8:23-27: Jesús subió a la barca y sus discípulos lo acompañaban, cuando se desató una tormenta tan fuerte que cubría la barca; pero Jesús estaba dormido, así que los discípulos atemorizados lo despiertan para que los salvara. Jesús cuestiona el temor de aquellos, afirmando que tienen poca fe. Luego se levanta, da una orden al viento y al mar para que se calmaran y llegó la tranquilidad.

Como leemos, los discípulos estaban sintiendo temor por las aguas, sin percatarse de lo que realmente estaba ocasionando el peligro: El viento, por eso la primera orden de calmarse que expresó Jesús, fue a este y no al mar.

A veces nos llenamos de temor, de resentimiento o rabia contra las personas que nos atacan y las vemos como si fueran esas olas que quieren derribarnos, sin caer en cuenta que no es la persona; detrás de cada humillación, grosería o persecución hay un viento, nosotros tratamos de defendernos de quien nos ataca, ignorando aquello que le está motivando y que es realmente con quien estamos peleando.

Dice en Efesios 6:12, que no tenemos lucha contra sangre ni carne, sino contra principados (seres demoniacos de alto rango), potestades (aquellos que ejercen autoridad e influencia demoniaca) gobernadores de las tinieblas (controlan ciudades, países e imperios) y huestes espirituales de maldad (ejército de espíritus malignos). Esto significa que no debemos ver a ningún ser humano como un adversario, sino como aquellas personas que débilmente se están dejando usar por las fuerzas del mal y que estamos llamados a rescatar.

Debemos aprender a escoger nuestras batallas y entender contra quién realmente peleamos para no ser también instrumentos del mal. La carne es débil, es normal sentirnos tristes, agotados, preocupados, decepcionados o airados; pero debemos recordarnos a nosotros mismos que nuestra batalla no es contra nuestros semejantes.

Dice Juan 10:10, que el enemigo viene a matar, robar y destruir y lamentablemente hay personas que se dejan usar para tal fin, generando enemistades, a veces la enemistad es tan fuerte que, llegamos a sentirnos las víctimas y lo peor “los buenos de la historia”, olvidándonos que también somos imperfectos y que no somos quien para lazar la primera piedra.

No estoy diciendo que nos hagamos los ciegos, sordos y mudos, tampoco que no reprendamos lo malo o que no denunciemos lo que es injusto; digo que debemos saber escoger nuestras batallas, aquellas que nos pongan tú a tú con nuestros verdaderos opositores.

Es bueno evitar los conflictos y estar en paz con las personas, sin embargo, muchas veces eso no depende de nosotros, así que podemos optar por corregir en amor, considerar que quizás el otro tenga la razón, tener compasión y mirar que muchas personas actúan impulsadas por sus miedos, heridas, inseguridades o quizás padecen un trastorno de la personalidad, alejarnos si es posible o esperar con fe y confianza que Dios intervenga y sea Él quien nos defienda y haga justicia.

No desgastes tu tiempo y tu energía batallando con la gente. Ama a tus enemigos, bendice a los que te maldicen, haz el bien a quien te aborrece y ora por quien te ultraja y persigue (Mateo 5:43-44), así destruirás al verdadero enemigo, viviendo y actuando como verdadero creyente, en amor, humildad y santidad.

Jennifer Caicedo

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