EL ESPECTÁCULO DE LAS RENDICIONES DE CUENTAS

Queridos lectores,

Hoy quiero dedicar esta columna a un evento que, año tras año, se ha convertido en una de las producciones más esperadas de nuestra región: la famosa rendición de cuentas. Pero no nos confundamos; esto no es simplemente un ejercicio democrático ni una herramienta de transparencia. No, señoras y señores. En La Guajira, la rendición de cuentas es un auténtico espectáculo, digno de los escenarios más grandes… aunque el guion siempre sea el mismo.

Imagínense por un momento la escena. Se contrata a planners profesionales para diseñar el evento al detalle, porque, claro, aquí nadie puede hacer algo sin un «concepto creativo». Llegan presentadoras con sonrisas impecables y vestidos relucientes, como si fueran conductoras de un programa de televisión y no mediadoras entre el gobierno local y sus ciudadanos. El ambiente se llena de música gracias a costosos conjuntos vallenatos, porque nada dice “transparencia” como un acordeón bien afinado. Y si se apuran, hasta ponen alfombra roja, entarimado y pasabocas para recibir a los asistentes.

¿Y qué pasa con la información? Ah, esa gran ausente. Aunque el propósito de estas rendiciones de cuentas debería ser facilitar el acceso a la información pública, aquí parece que el objetivo fuera justo lo contrario: enterrarla bajo tanta logística y distracción. Los funcionarios llegan con PowerPoints cargados de gráficos coloridos y frases motivacionales del tipo “Transformando realidades” o “Juntos construimos futuro”. Pero cuando alguien intenta pedir detalles sobre dónde quedaron los millones del presupuesto, ahí sí el silencio es ensordecedor. Resulta curioso cómo un evento tan elaborado termina siendo una cortina de humo perfectamente coreografiada para ocultar la falta de transparencia.

La rendición de cuentas es un acto ceremonial donde se usan palabras tan elevadas que nadie entiende, pero todos aplauden. Un video, una botellita de agua, una foto con una lideresa y listo: ¡gestión cumplida! Se organiza un evento con toldo, carpa, crispetas y transmisión en vivo. El alcalde lee cifras que nadie entiende, los funcionarios aplauden como focas entrenadas, y los asistentes se llevan una bolsita con comida y promesas recicladas. Y en un después aletargado, el informe se sube a la web en PDF… con fotos a todo color, pero sin resultados reales. Porque aquí, el logro no es mejorar la calidad de vida. No. El verdadero KPI (indicador de éxito) es cuántas veces saliste en redes sociales con chaleco institucional. ¿Obra entregada? No importa. ¿Plan ejecutado? ¿Para qué? Lo clave es subir el video con fondo musical y subtítulos, que diga: “Seguimos comprometidos con nuestra gente”. Aunque “nuestra gente” esté en el mismo estado que el último informe de gestión: vacío.

Pero ojo, que la culpa nunca es del alcalde. Es del gobierno nacional, del clima, de la corrupción pasada, del operador que no cumplió, del contratista que se voló, o del pueblo que no entendió “la visión” del plan de desarrollo. Y así, con la culpa bien repartida, se lavan las manos con jabón institucional y seguimos como si nada.

Es impresionante ver cómo se gasta tanto dinero en organizar este show, mientras los problemas estructurales siguen intactos. ¿Escuelas sin pupitres? ¿Hospitales sin medicamentos? ¿Acueductos secos? Eso no importa, porque lo realmente importante es que haya luces LED, toldos elegantes y refrigerios suficientes para todos. Al final, los asistentes regresan a sus casas con una promesa grabada en video y la sensación de haber participado en algo grandioso… aunque no puedan recordar exactamente qué fue.

Y qué decir de los protagonistas principales: alcaldes y gobernadores. Estos líderes, que deberían estar respondiendo a las necesidades urgentes de su gente, parecen más preocupados por lucir bien en fotos y videos que por resolver los problemas reales. Durante el evento, recitan cifras mágicas que nadie entiende, repiten eslóganes vacíos y cierran con un discurso optimista mientras detrás de ellos parpadea un telón de fondo digital con imágenes de obras inexistente o proyectos inconclusos. Es como un teatro experimental donde todos saben que actúan, pero nadie admite que es ficción.

Pero lo más triste de todo no es el espectáculo en sí, sino la inversión que implica. Dinero público, que podría usarse para mejorar servicios básicos, se destina a pagar tarimas, cámaras fotográficas, catering y artistas invitados. Y mientras tanto, los ciudadanos siguen pagando impuestos y madrugando para buscar agua contaminada, llevando a sus hijos a escuelas deterioradas y respirando el aire fétido de las calles llenas de basura. Son los espectadores obligatorios de un circo que no pidieron

¿Y los órganos de control? Bueno, ellos también tienen su papel en este drama. Llegan, revisan documentos, emiten recomendaciones… y luego guardan todo en cajas polvorientas junto con los informes antiguos. Es una coreografía repetitiva e inútil, diseñada para dar la apariencia de acción sin generar cambios reales. Todos cumplieron con su parte: los funcionarios organizaron el evento, los ciudadanos aplaudieron y los auditores archivaron. Fin del espectáculo.

Lo peor es que, al año siguiente, los mismos actores vuelven a subirse al escenario. Los mismos políticos lanzan sus campañas, hacen las mismas promesas y celebran las mismas fiestas de rendición de cuentas. Y lo más insólito es que, contra toda lógica, ¡los votantes les siguen creyendo! Porque en La Guajira, el olvido colectivo es otro recurso natural abundante, tan vital como el sol en nuestro desierto.

Y a pesar de todo, nuestra gente tiene una fortaleza increíble. Aunque el sistema intente ignorarlos, aunque los gobiernos los traicionen una y otra vez, los guajiros resisten, se organizan y sueñan con un futuro mejor. Entretanto, seguiremos esperando que las rendiciones de cuentas dejen de ser fiestas y se conviertan en espacios de diálogo honesto y responsabilidad verdadera.

 

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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