Ninguno de nuestros soportes institucionales ha permanecido libre de pecado constitucional. Ni el congreso, ni las cortes, ni el ejecutivo, ni los entes de control, ni los gremios, ni las empresas, ni la sociedad en general han mantenido niveles de integridad tan excelsas como para pretender que no somos sino un cuerpo de seres humanos que reflejamos en nosotros y en nuestros entornos la vulnerabilidad, la conflictividad y el desafuero ambicioso por la acumulación de riqueza material.
Por supuesto que las virtudes ayudan a moderar estos embates egoístas y perjudiciales del “amo de la creación”. Pero si fueran tan espontáneas y naturales, los pensadores, los filósofos, no hubieran tenido que recabar con tanta insistencia en ellas, en la compasión, la solidaridad, la caridad, la bondad, entre tantas notas armoniosas de la música social, que crecerían silvestres en este falsamente redondo mundo. Y qué no decir de las prédicas de los artífices de la vida espiritual, encabezados por Jesús el Grande, para que busquemos dentro de nosotros la luz de la paz y la concordia.
Ya cuando se trata de aterrizar sobre esos temas en las arenas de la vida colombiana de hoy, tenemos que elaborar algunas reflexiones. La primera sin duda es que a pesar de varias desviaciones del rumbo y del camino legal, contamos con fortalezas institucionales propias de estados serios. Nadie olvida los delitos cometidos por miembros de las cortes, por actores del gobierno o por legisladores venales. Reaccionamos, se llevaron a cabo investigaciones y sanciones concluyentes, ejemplarizantes. Los radicales opositores de la élite gobernante, sin embargo, impulsaron la idea de que esos eventos no eran particulares sino parte de una endemia que retrasaba la aplicación del gobierno, de las leyes y de la justicia a disminuir la pobreza de nuestros conciudadanos. Es indiscutible que muchos desmanes de grupos políticos capturaron rentas estatales y han quedado hasta ahora impunes. Fue una de las causas del giro del electorado hacia la búsqueda de transformaciones -hablar de cambios es disonante- sociales y políticas.
Desafortunadamente, no llegaron ángeles al gobierno en 2022. Como tampoco fueron seres celestiales los que brindaron muchos de los elementos requeridos para alcanzar el triunfo de la izquierda y sus asociados en dicha jornada política. Todo ello reflejado en las consabidas camaraderías del presidente Petro con protagonistas de muchos atroces actos delincuenciales en toda la extensión territorial nacional.
Los electores, nuevamente timados. Razón de más tienen aquellos cuya incertidumbre ha crecido al ver el fracaso de una tendencia política que los había cautivado con populismo igualitarista, convertida desde el 7 de agosto de 2022 en cháchara camorrista. La cháchara continúa y la decepción se acentúa.
Los ha sorprendido, eso sí, que a pesar de la carga de desprestigio que pesa sobre los hombros de las instituciones políticas, han sabido responder a la necesidad de sobrevivencia de la cohesión nacional. El país aún existe por virtud de la actitud patriótica de muchos de los cuales no se esperaba tal, gracias al trabajo de los microempresarios, del sistema financiero sólido, de los servicios sociales enfrentados a un ataque inclemente por estatizarlos. Subsistimos, aun cuando con la nave bastante averiada.
Viene ahora otra etapa democrática. La de las elecciones que en 2026 se sucederán para renovar congreso y elegir presidente. Una jornada más dramática, puesto que se trata de que millones de personas escojan cuál camino tomar, luego de tantas decepciones. Si quisiera darle una brújula al hombre y a la mujer de a pie cuando vayan a elegir entre los postulados el próximo año, sería aquella que tiene como norte la sensatez. Siempre habrá desilusiones que serán mayores que las realizaciones y avances sociales. Pero lo de este cuatrienio no tiene nombre.
Para rematar, la profesión candidato está de moda. A nadie le sirve ser congresista, nadie quiere darle brillo a una corporación compleja, pues sienten el impulso mesiánico de tomar el timón y poner rumbo hacia el desarrollo justo y eficiente del país. Respetables ambiciones, la gran mayoría fuera de la realidad, tanto del país como de su propia capacidad de aglutinar apoyos que deben contarse por millones. Son incontables los nombres hoy bajo el escrutinio público, algunos con importantes méritos, otros llenos de cargos ejercidos con pocas realizaciones y muchos absolutamente desconocidos. Sigue el pobre ciudadano en imposibilidad de optar por algo coherente. ¿Conocen el principio de Peter, del nivel de incompetencia? ¿Cuántas veces estrecharán manos para recoger firmas y enarbolar banderas insulsas “por un país mejor”? ¿Ese “donde quepamos todos”?
La oferta se decantará, claro. Y va a responder a lo de siempre, las emociones que hagan vibrar a las mayorías, cuando estemos en los idus de marzo. El congreso sufrirá su remezón, que recogerá el impacto de la pérdida de credibilidad en la izquierda que gobierna. Y eso marcará el paso a la elección de mayo, cuando la calentura por el prometido cambio haga conciencia en la gente. No somos tan bobos, ni nos comemos tantos cuentos petrunos.
Nelson Rodolfo Amaya