El país amanece hoy con las vías del arroz bloqueadas, pero también con una verdad que ha tardado en cocinarse: el campo colombiano está cansado, precarizado y, sobre todo, silenciado. El paro arrocero que ya completa más de una semana no es un simple conflicto de precios; es el grito contenido de una cadena productiva que ha sido víctima del olvido estatal, la asfixia de los intermediarios y la desprotección frente a un modelo económico que privilegia la importación y el capital sobre la soberanía alimentaria.
Sí, hubo avances. El Gobierno Nacional y los arroceros lograron preacuerdos importantes, como el establecimiento de un precio mínimo para el arroz y líneas de financiamiento. Pero que no se nos nuble la vista con cifras técnicas: los agricultores siguen viviendo al filo de la quiebra, vendiendo por debajo de los costos de producción, y exigiendo que se cumpla lo prometido desde marzo. ¿De qué sirve una resolución si no llega a los bolsillos de quienes sudan la tierra?
El arroz no es solo un grano: es cultura, es identidad, es trabajo y es comida. Cuando el campesino deja de sembrar, el país entero se tambalea. Y aunque el discurso oficial promete apoyo, los hechos han demostrado lentitud, burocracia y una falta de visión estructural.
Este paro ha servido también para visibilizar algo que la opinión pública suele ignorar: los agricultores no protestan por capricho, lo hacen porque no tienen otra herramienta. El contrabando, el desmonte de subsidios, la falta de control en precios y los tratados de libre comercio han colocado al productor en la última fila de la mesa.
¿Queremos que se levanten los bloqueos? Claro que sí. Pero mucho más urgente es que se levanten las políticas públicas a favor del campo. Que los acuerdos se firmen y se cumplan. Que las instituciones escuchen con empatía y no solo con tecnicismos. Que dejemos de improvisar y pensemos en una política agraria que garantice ingresos dignos, planificación productiva, acceso a mercados y defensa del producto nacional.
Lo que está en juego no es solo el precio del arroz. Es la credibilidad del Estado, la dignidad del productor y la estabilidad alimentaria de millones. Si no aprendemos de esta coyuntura, el próximo paro será más largo, más costoso y más grave. No esperemos a que se queme el arroz para correr a la cocina.
Porque si el campo para, Colombia se queda sin almuerzo.
Breiner Robledo Meza