¿POR LA RUTA DEL DELIRIO…?

Nos sorprendió en estos días el señor Presidente con una orden propia de un estado de guerra: le dio la orden a la Armada Nacional de interceptar cualquier nave que zarpe de puerto carbonífero en el Caribe con destino a Israel.

Podría tratarse de una simple orden administrativa para la cual el Ejecutivo tiene potestades, pero es una instrucción que se va mucho más allá cuando implica la movilización de fuerzas militares. El Presidente tiene poder Constitucional para ello, pero tenemos aquí la potestad de preguntarnos si es necesario tal despliegue de fuerza, porque la lógica parece indicarnos que no. No es necesario, porque el Gobierno Nacional siempre puede sustentar una directiva de ese tenor desde lo administrativo y sin tener que caer en el papelón de dar una orden militar contra civiles de su propio país. 

Que además no es un acto inofensivo. En cualquier contexto internacional se puede “leer” que el país está “movilizando recursos militares” contra sujetos privados –sean nacionales o extranjeros- que cumplen compromisos comerciales de Colombia con otros países, lo cual terminaría por afectar intereses de terceros que tarde o temprano pueden rebotar en demandas contra la Nación, mismas que el Presidente no va a cubrir con su propio dinero.  

Esa “pifia” la tendrán que costear al final los colombianos.

Nos da por imaginar en este caso un presidente que estuviese, en una de esas noches de insomnio y delirio de grandeza, afectado de la máxima excitación inducida y provisto con su mejor casco de batalla, moviendo fichitas a escala frente a su “mesa de combate” para ganar posiciones en una guerra que sólo él juega y, claro, sólo él quiere ganar.

La cuestión se puede poner muy seria porque crece la certeza que el Presidente está tomando decisiones en medio de “bravatas delirantes” que brotan al calor de momentos de exaltación y de euforia. Se puso así de tensa desde el momento en que el Presidente supo que el flujo comercial de carbón guajiro hacia Israel no se detuvo desde su primera orden en agosto del año anterior, sino que siguió campante en obediencia de legítimos contratos comerciales que establecen obligación de cumplir cuotas y plazos, mediando las debidas autorizaciones gubernamentales, lo cual ha sido visto por el Presidente como un abierto desacato. Cosa que es cierta, pero lo que importa ver aquí es la forma como se reacciona al hecho, porque, si bien están a la mano las vías administrativas y los arbitramentos internacionales,  y está también el recurso del  interpuesto mediador, así como nos ha enseñado el pueblo Wayuu, el Presidente opta por ratificar “su perentoria prohibición”, primero para fundamentar su postura política de rechazo al genocidio de Gaza”, y luego para fortalecer su posición local de autoridad que no admite desobediencias, oposiciones, desacatos, o faltas de consideración. Está bien que el Presidente así lo vea desde su posición de Mandatario preocupado por el trato inhumano al que se ha sometido la población palestina de Gaza, lo cual puede parecer muy bueno en medio de circunstancias normales de protesta diplomática, si es que la hubiera, pero no tan bueno cuando día tras día aparece el Presidente con nuevos y acentuados desplantes con sospechosas actitudes de “delirante grandeza”.

Serían delirios de grandeza, en tanto se figura a sí mismo en una posición superior a la que realmente tiene. Es cierto que es el gobernante de Colombia, pero no el gobernante del Mundo, por lo tanto, no le corresponde alzar su mano para criticar acciones para las cuales existen tribunales internacionales. Es cierto que es el Primer Mandatario en su país, lo cual le provee de la autoridad necesaria para gobernar de acuerdo con la Constitución y la Ley, pero no para hacer lo que se le ocurra en el contexto internacional. Debería tener claro que no es más importante que los demás gobernantes del mundo, tampoco el más talentoso, y menos el más poderoso, de allí que resulte cuestionable lo que hace cada vez que se dirige a los foros nacionales e internacionales, tratando de comunicar una imagen y pensamiento que está por encima de su realidad. Eso indica, sin equívoco, que vive una idea de sí mismo que no corresponde y le mueve a asumir actitudes que rebasan de lejos su posición de Mandatario. 

El vivir en medio de una realidad distorsionada por el ego y la vanidad personal no es saludable, por supuesto, y mucho menos puede serlo para un país en el que su principal ciudadano en el Gobierno se desempeña bajo tal condición. Las primeras señales de delirios en el Presidente vienen desde cuando logró penetrar en los recintos del Congreso y encontró en la crítica y la oposición su mejor recurso para hacerse notar. Podía sentirse dueño de una verdad que ningún otro podía emular, y podemos suponer que en ese ejercicio comenzó a “agrandar” su deseo de llegar más allá.  Desde allí anheló la Alcaldía Mayor y la consiguió, lo cual le permitió confirmar para sí mismo el enorme poder de convicción que había cultivado con el tiempo y cómo podría servirse de él para lograr lo que más quería: ser Presidente, y no por otra razón que el simple desafío personal de serlo. La certeza que despierta en él su visión de éxito político le da suficientes elementos para desatar su propia noción de sí mismo, mucho mejor cuando lo consigue con lo que él mismo llama “el respaldo del pueblo”. Quiere verse y que le vean los demás como el mejor Presidente que ha tenido este país, el más acertado en su gobierno, el más cercano “al pueblo”, el transformador, el único, como si fuese cierto, porque así lo determina su ansiedad delirante de grandeza.

El problema con una persona bajo esa condición comienza cuando empieza a tomar decisiones de Estado.  Decisiones de Estado que se toman para satisfacer anhelos personales. Podríamos acudir aquí, como ejercicio comparativo, al caso del actual presidente norteamericano, quien siendo presa también de la megalomanía, toma decisiones arbitrarias y exageradas que pretenden someter a los demás países a su voluntad, haciendo uso, por cierto, de la fuerza y la ventaja comparativa que le da el ser el mandatario de la nación “más poderosa” de la tierra. La esquizofrenia delirante de grandeza le está dando el arrojo necesario para imponer su política animigracionista, y al amparo de ella actuar contra cualquier clase de extranjero que pueda parecerle incómodo para su régimen; lo mismo que su política de dominación económica, que le permite imponer aranceles, condiciones y sanciones a los países que le plantean problemas en su empeño de “hacer América Grande otra vez”. Su tarea no está, pues, orientada necesariamente a lograr que los norteamericanos vivan mejor, y acaso ayudar a que todos en la comunidad internacional tengan las mejores oportunidades para colocarse en la vanguardia de la economía regional y mundial, sino que busca llevar a su país a la supuesta posición de privilegio que él mismo ha imaginado que debe ocupar en concierto global. El asunto está en que, detrás de ese propósito evidentemente noble, está él mismo como artífice de la proeza, lo cual le da la satisfacción suficiente que su ego ensanchado le demanda y la vanagloria de mostrarse como el líder sobre todos los gobiernos del planeta.

Puede tratarse de personas que, al final, estén convencidas de poseer talentos extraordinarios, sólo que no los usan para el beneficio del común, en este caso el interés nacional, sino para atender sus convicciones y doctrinas personales. Desde allí se logra entender por qué razón el Presidente Petro no insistió en la vía diplomática para hacer un postulado de Estado y adelantar desde allí toda una tarea diplomática en las Naciones Unidas, por ejemplo, para mantenerse en cambio en el bloqueo sancionatorio de prohibir los despachos de carbón, con los perjuicios económicos y sociales que ello representa para La Guajira y para el país, y teniendo que acudir a las fuerzas militares para hacerse obedecer. La carcajada que seguramente se desató en Tel Aviv se sintió hasta Bogotá. 

No estamos seguros que el Presidente atienda argumentos en contra antes de tomar decisiones, pero conociendo ya qué clase de persona es con respecto a lo que piensa y quiere, resulta fácil imaginar que sus decisiones se imponen por encima de lo que podía ser conveniente para el país. Quizás sea ese el caso de los Pasaportes, lío grande que se armó en el momento en el que el Presidente juzgó inconveniente renovar contrato con la compañía operadora Thomas Greg & Sons, para que al final tuviera que recular y firmar una prórroga hasta abril de 2026, tiempo que toma la preparación de la nueva operación con Portugal. Y así mismo podría ser el caso con los despachos de carbón a Israel, que derivan en un enfrentamiento diplomático y suspensión de relaciones que de seguro tendrán repercusiones en el terreno del armamento y sistemas de seguridad que se adquieren a Israel desde hace décadas.

¿Cuántos líos de este orden estarán por ahí en los escritorios gubernamentales por causa de una orden contradictoria del Presidente? Que respondan los del Metro de Bogotá; o las EPS que están a punto de bancarrota por la intervención estatal; o el sistema eléctrico en la costa atlántica por el descalabro en las tarifas de energía; o el sistema de educación pública y el ICETEX por el atraso en financiamiento; o la Policía y las Fuerzas Armadas por el rezago en la actualización de equipos y retrasos en la provisión de armamento. ¿Quién más podría unirse al reclamo?

Las relaciones personales del Presidente con el resto del país no son las mejores. Mucho menos con los demás gobernantes del mundo, con la excepción de “los progresistas” que andan haciendo festín en México y Venezuela. En sus propias palabras, “le resbala lo que piensen los opositores”, porque en su patología de grandeza verá opositores y enemigos en todos los demás. Sin embargo, oh paradoja, quiere emular su homólogo del norte, que viene a ser su principal opositor y enemigo, en el “autoritarismo legal” y el “dribling Constitucional” que le permite hacer lo que anhela con más empeño: quedarse en el Gobierno. ¡Cosas extrañas de la vida!!! 

¿Será esta la razón ha amenazado hasta con cerrar el Congreso, si es que “el Honorable Congreso” no “le marcha” en sus pretensiones legislativas del último año de Gobierno? Así lo expresó con toda su estampa de “líder delirante” el pasado 20 de julio. Pretenderá el Presidente, de seguro, sellar su gobierno con lujo de realizaciones, vaya uno a saber cuáles, porque no habrá más dolor y vergüenza para un esquizofrénico como él que sus anhelos e ilusiones se queden a mitad de camino. Culpará del hecho a sus enemigos, porque jamás reconocerá sus debilidades, sus errores e incompetencias.

 

Arturo Moncaleano Archila

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