>> El barco, sin capitán ni tripulación que lo dirigiese, se encontraba a unos cientos de millas de tierra en medio del océano Pacífico a merced de las olas y del viento. Sólo podían esperar la ayuda del Todopoderoso, a cuya presencia acababan de comparecer el capitán Hull y sus marineros. No quedaba un solo marino a bordo de la goleta. Sólo Dick Sand, que no era más que un grumete, que conocía a su manera la navegación y en quien ahora se resumían las responsabilidades del capitán, del contramaestre y de la marinería.
La presencia de una pasajera a bordo, con su hijo, nacía más dificultosa la situación. Cierto que había unos cuantos negros, que a su bondad unían el valor y un afán de servicio, pero no tenían las más elementales nociones del oficio. ¿Qué resolución debería adoptar Dick? Sabía muy bien que se encontraba fuera de ruta de los barcos mercantes y que los balleneros navegaban por lugares muy alejados.
Estaba meditando profundamente cuando Negoro, avanzando hacia popa, se dirigió directamente hacia él.
– ¿Qué desea? -le preguntó Dick.
– ¿Puede decirme quién manda ahora en el barco?
Sin vacilar, el grumete dijo:
-Yo.
Negoro se encogió de hombros.
– ¡Usted! ¡Un capitán de quince años!
(…)
La señora Weldon, intuyendo la fortaleza de espíritu del joven grumete, le dijo:
-Ya no están el capitán Hull ni su tripulación. La suerte de todos nosotros está en tus manos, pero tú salvarás el navío y a cuantos vamos en él.
-Lo intentaré con la ayuda de Dios -respondió Dick Sand-. Haré de Tom y sus compañeros unos marinos y maniobraremos juntos. Lucharemos y saldremos de esta situación. Estoy seguro de ello. <<
Fragmentos de la Obra de Julio Verne “Un capitán de quince años”. –
Publicado en diciembre de 1878
Me parece que coincidimos en que, para conducir bien cualquier vehículo, desde una pequeña chalupa hasta la más grande de las embarcaciones, es necesario que alguien mantenga siempre la mirada hacia adelante, so pena que la nave pueda sufrir tropiezos que puede acarrear consecuencias muy graves para quienes están a bordo. Un limitado visual que camina por la ciudad sabe también que debe dar cada paso con extremo cuidado si quiere llegar a su destino sin sufrir dolorosos accidentes. Un piloto responsable, sea éste de aire o de mar, sabe perfectamente el riesgo que corren sus pasajeros si llegase a perder el control de la nave que comanda.
Pues bien, lo mismo puede suceder con un país, que también es un navío lleno de pasajeros. Cuando “su comandante” pierde la noción de la ruta sucederá cualquier cosa desastrosa con efectos lamentables para todos aquellos que habitan el territorio. Pero ¡cuidado!, porque no sería el capitán el único señalable, si es que hemos de decir lo mismo de una sociedad anómica y amorfa que se encuentra sumida en sus propios sopores y se reúsa a estar atenta, como corresponde, de los caminos que le conviene tomar en el difícil viaje de la vida. Una sociedad así, y acaso un país así, suelen caer fácilmente en la trampa de los falsos discursos y los paradigmas engañosos, y terminan decidiendo caminos de vida que no son los más adecuados para sus propios intereses.
Esta afirmación te ayuda a entender, quizás, de qué tamaño fue el error que el país cometió cuando se lanzó a votar por dos personajes funestos en las elecciones del 2022, uno de ellos abanderado de la “Promesa del Cambio” y el otro de “la lucha contra los corruptos”, que aunque son, en todo caso, asuntos que sí le importan a la sociedad en general, pueden, así mismo, ser desarrollados de manera inconveniente y con efectos nocivos para el país.
Uno de los dos candidatos tenía que ganar al final, como era apenas lógico, pero aquí podemos tomarnos el privilegio de pensar que, si el “perseguidor de los corruptos” lo hubiera conseguido, estaríamos probablemente sumidos en el caos más espantoso de todos los tiempos, considerada su evidente incapacidad para dirigir el país de manera prudente. Ese era un riesgo inminente del que el país se salvó “por un pelo”, créeme, todo porque esta sociedad adormecida y amorfa de la que hacemos parte consideró que era mejor votar por esa opción antes que permitirle la victoria al otro personaje, el del “cambio”, que a todas luces parecía peor. Sin embargo, ya ves que ocurrió lo que ocurrió y le correspondió al país enfrentar la realidad del “Gobierno de Cambio”, que también lucía muy mal desde el principio, pero que se había ocupado muy bien de sembrar entre los votantes esa ingenua, pero legítima ilusión de un verdadero cambio, así estuviera enmascarada en toda suerte de promesas populistas “en favor del pueblo”.
El asunto de fondo está en que un país necesita siempre y en todo momento de un conductor sereno, posicionado con solvencia intelectual y emocional en su papel de gobernante, capaz de resolver contingencias y de orientar su tripulación para que haga un trabajo bien hecho en favor de todos los ciudadanos. No es lo que tenemos hoy, eso lo sabemos y lo lamentamos, pero no es esa una razón para que el país se hunda cada vez más en el fango de la polarización, en medio de cuestionables actitudes generalizadas de odio y aborrecimiento que sólo sirven para atizar el fuego de la división y la confrontación estéril. No llegaría a suceder si el Presidente fuese el primer inspirador de la unión y el consenso democrático, pero no es ese su talante y no lo va a hacer porque su vanidad personal y su apego a sus discursos doctrinarios no se lo permite, lastimosamente. En cambio, sí podía suceder que la sociedad, como bloque inteligente, provista de un pensamiento colectivo sano y propositivo, tome control de las rutas de gestión política que sí necesita el país, e influya en las decisiones que deben tomar sus gobernantes para llevar el país a los destinos de prosperidad que merece, en curso del mejor desempeño gubernamental. Si no lo hacen los ciudadanos que hoy ocupan los más altos cargos en la esfera de Gobierno, será necesario elegir otros, y luego otros, mujeres y hombres, hasta que se logre la meta de contar con un Estado que trabaja de manera eficiente y ordenada, libre de corrupción y despilfarro, sistémico en su accionar y ordenado en su trabajo, y con la intención clara e inequívoca de lograr los más altos niveles de bienestar y riqueza para beneficio de todos.
De allí, mi amigo, que veamos innecesario e inconducente el debate diario de que “todo está mal”, “que todo está perdido”, “que el desastre se nos vino encima”, porque no es totalmente cierto. El país se encuentra enfrascado en una discusión de posturas extremas que, lejos de conducir a conclusiones mediales y de consenso, lo que despiertan es desconfianza y recelo que cada bando traslada con nociva animosidad al necesario debate político. Y se desgasta miserablemente en esa batalla campal entre extremos que alegan tener la razón. Al final, lo que tenemos cada día y en todos los medios no es una exposición inteligente de criterios y pensamientos que, aunque divergentes y distintos en su enfoque filosófico y práctico, podrían manejarse con la racionalidad suficiente para que fuesen aprovechados por unos y otros para encontrar acuerdos mediales sin necesidad de irse de “trompadas”. Verás que de todo ello no sale nada propositivo, sólo razones fatuas para el odio y la enemistad, que nunca son precisamente las mejores herramientas para construir un país en Paz.
Siendo una verdad que el país arrastra problemas que se han venido agravando en los tiempos más recientes, y acaso más en el curso del presente “Gobierno del Cambio”, quedan aún muchos aspectos de la vida nacional que funcionan gracias a la magia maravillosa que impregna la mentalidad de los colombianos y colombianas y les anima a seguir sin desfallecer. Ya verás que aún queda un sector industrial que se resiste a morir a pesar de la falta de políticas públicas de fomento y protección frente al ataque de los mercados externos; que también existe un poderoso sector comercial y de la manufactura que lucha cada día por sobrevivir a pesar de las desventajas frente al contrabando y el influjo de los productos de la China; y que queda por ahí en los rincones de los territorios un sector agropecuario que lucha desde el primer café de la mañana por cumplir con el compromiso de generar riqueza de la tierra y alimentar el país, así los gobiernos de las últimas décadas le hayan vuelto la espalda; y qué decir del sector minero, y del sector energético, y la banca, todos ejemplos de que el país no se destruye a pesar del caos institucional que se puede estar viviendo en las esferas del alto Estado. Conservamos la certeza que será este último un asunto que podrá resolverse pronto cuando llegue el próximo Gobierno, por supuesto desde el momento en que la sociedad de la que hablamos se despierte y elija bien.
Tener la mirada en las oportunidades que tenemos adelante es lo mejor que podemos hacer para no caer en la trampa de la desesperación y el fracaso. No se gobierna mirando hacia atrás y menos casando peleas en cada esquina. Se gobierna mirando con seriedad y disciplina la forma de convertir cada recurso en una oportunidad para generar empleo y producir riqueza. El país tiene cómo hacerlo, de modo que corresponde al Gobierno adoptar las medidas de política pública que permitan a los ciudadanos del campo desplegar lo mejor de sí mismos y de sus tierras para producir alimentos, que es nuestra vocación primera; y a los ciudadanos de la industria, con el respaldo y protección necesarios, para crecer en productividad y producción, generación de empleo y oferta de salarios estables, que es la principal fuente de bienestar y riqueza para la inmensa mayoría de la población de la que nadie habla, pero que son la clase obrera y la clase media que hacen que este país no se venga abajo. No es la clase alta, mi amigo, la que más importa, porque tiene cómo defenderse y no necesita del apoyo del Estado para seguir adelante, es el resto de nuestra gente la que más nos podía importar, porque no tiene defensa y está en situación más vulnerable.
Volvamos por un momento al relato que da inicio a nuestra reflexión de hoy para darnos cuenta con cuanta sencillez se puede expresar la necesidad de contar con los mejores tripulantes y la mejor embarcación para llegar al mejor destino.
Si piensas con cuidado el postulado de la economía según el cual “si al Estado le va bien, al país le va mejor”, llegarás a la conclusión que un Estado sano, saludable en todo caso, libre de males tan nocivos como la corrupción, la ineficiencia, la pereza institucional, la mediocridad, sería la mejor garantía para el país pudiese trabajar dedicadamente cada día y lograr metas sorprendentes de crecimiento y generación de riqueza. No una riqueza para engrosar las arcas públicas y fomentar el despilfarro y la corrupción, como vemos con vergüenza en este “Gobierno del Cambio”, sino una que se orienta cuidadosa y ordenadamente hacia la generación de valores públicos en todos los territorios, al tiempo que se fomentan las actividades económicas y se producen ingresos reales para el bienestar de las personas. Pensarás que es retórica barata, pero no, se trata de una directiva totalmente clara: la maquinaria estatal debe trabajar de manera eficiente para que la economía crezca y las gentes de toda clase y condición vivan mejor. Así han de funcionar las cosas en un país libre en el que la riqueza individual y colectiva están protegidas por la Constitución.
Es responsabilidad del Estado, en consecuencia, mover sus recursos y capacidades para que se cumpla la parte del postulado de que “al país le vaya bien”. Esta tiene que ser una tarea de prioridad absoluta. No se ve nada bien, en consecuencia, que un gobierno, cayendo en el más craso uso de una perorata dogmática, vieja y obsoleta, se dedique a “despotricar” todo el tiempo del aparato empresarial que le queda aún al país, acusándole de acaparador de capital, abusador y esclavista del trabajador, y cuando menos explotador, sabiendo que es uno de las mejores oportunidades que se tiene hoy para llevar la fortuna del empleo estable a la mayor parte de la población de los entornos urbanos, que en Colombia ya pasa de las dos terceras partes del total. No reconocer este hecho tan relevante es andar mirando hacia atrás y haber perdido el rumbo.
Con esto, mi amigo, queda dicho lo más importante: la razón de ser del trabajo del Estado es el bienestar y enriquecimiento de su propia gente, y su trabajo es asegurarse que todo marche bien y en orden. Cuando un modelo económico no permite el enriquecimiento de todos, se hace necesario ajustarlo, y esa es tarea urgente de un Estado responsable con el bienestar de las gentes. Cuando un Estado no logra resultados en la tarea de orientar el modelo económico para beneficio de todos, podemos decir que estamos frente a un Estado incompetente. Cuando el país se empobrece día tras día y el Estado no parece hacer nada para cambiar la tendencia, hablamos de un Estado incapaz. Cuando todo parece perdido y la vida se hace imposible en un país en presa del caos, hablamos de un Estado fallido.
Ahora ya sabes, mi amigo, todo lo que se puede cambiar mirando siempre hacia adelante.
Arturo Moncaleano Archila