“Así mismo, esposas, sométanse a sus esposos de modo que, si algunos de ellos no creen en la palabra, puedan ser ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras, al observar su conducta pura y respetuosa.” 1 Pedro 3:1-2
Las palabras pueden ser poderosas, pero nuestras acciones son las que verdaderamente impactan. Las palabras se las lleva el viento y tanto en el matrimonio como en cualquier relación, debemos ser personas coherentes. Solo así podemos persuadir a los que nos rodean, a acercarse a Dios. Esto incluye en primer lugar a nuestros conyugues.
Vivimos en un mundo donde los matrimonios enfrentan constantes desafíos, me atrevería a decir que están en vía de extinción. Creo que el Apóstol Pedro se anticipó a lo que hoy enfrentamos, y nos dejó este valioso consejo. En el contexto del matrimonio, es cierto que, las palabras de amor, compromiso y apoyo son importantes; no obstante, las acciones diarias son las que realmente demuestran el amor y compromiso hacia la pareja y el matrimonio. Las acciones refuerzan las palabras y construyen confianza y seguridad en la relación.
Sin lugar a dudas, esto no es fácil. Generalmente esperamos reciprocidad. Si damos, esperamos recibir. Y cuando esto no sucede, nos desanimamos. Y esa frustración puede debilitar nuestra fe en el matrimonio, cambiar nuestro trato hacia el otro y llenarnos de argumentos que, con el tiempo, derivan en reacciones agrestes. Terminamos llenos de indiferencia, juicio, y lo que es peor aún, desamor y finalmente, incluso dejamos de interceder a Dios por ellos y de cubrirlos en oración.
Para evitar esta catástrofe, es preciso ir diariamente a la presencia de Dios. Solo Él puede soportarnos, sostenernos, llenar nuestro corazón, abrazarnos y fortalecernos para seguir siendo mujeres sabias y no necias, como dice Proverbios 14: 1 “La mujer sabia edifica su casa; más la necia con sus manos la derriba.”
En este sentido, el apóstol Pedro no solo nos exhorta, sino que también nos guía a desarrollar virtudes que se reflejen en nuestro matrimonio, tales como:
- Pureza y respeto 1 Pedro 3:1. Estos conceptos se interconectan. Implican integridad moral y consideración hacia los demás. Por un lado, la pureza, se relaciona con la limpieza del corazón y la sinceridad. Por su parte, el respeto, implica valorar la dignidad de uno mismo y del otro, manifestando consideración y cortesía tanto en las acciones como en las palabras.
- Afabilidad y apacibilidad “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos,sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.” 1 Pedro 3:3-4
Algunos sinónimos de afabilidad son: amabilidad, cortesía, gentileza, ser cariñosa. Ser afable implica ser accesible, tener disposición para escuchar y tener un comportamiento educado y jovial.
En cuanto a la apacibilidad es ser dulce, serena, mansa, calmada, tranquila. La apacibilidad es una cualidad de las personas que tienen paz interior. Quienes son apacibles tratan a otros con amabilidad y bondad, y afrontan las aflicciones de la vida con calma y dominio propio.
- Bondad y valentía “Tal es el caso de Sara, que obedecía a Abraham y lo llamaba su señor. Ustedes son hijas de ella si hacen el bien y viven sin ningún temor.” 1 Pedro 3:6
La bondad se relaciona con la disposición que tiene una persona para hacer el bien y ser compasivo con los demás. Por su parte, la valentía, es la capacidad de enfrentar la adversidad o el miedo con audacia.
Si lo pensamos bien, todas estas, son virtudes que produce el Espíritu Santo de Dios en nuestro interior, si así se lo permitimos. Sin embargo, no las desarrollamos y mucho menos las reflejamos en nuestras relaciones. Esto solo se logra, a través de un proceso continuo que requiere esfuerzo y dedicación para cultivar una relación íntima y profunda con Dios, donde El guie todo lo que pensamos, decimos y hacemos.
Tratándose de lo que habla el apóstol Pedro en este versículo, a veces nuestros actos no convencen a nadie, ni a nosotros mismos. Particularmente en el matrimonio, si hacemos un análisis sincero, podemos reconocer que no siempre somos afables, apacibles, ni compasivas. Esto se debe, al cúmulo de cosas que albergamos en el corazón: estrés, rutina, responsabilidades, agotamiento, a falta de comunicación, resentimientos acumulados y la falta de atención a las necesidades emocionales de la pareja, entre otras cosas. Todo esto termina desgastando y destruyendo los matrimonios.
Esta palabra me hace reflexionar acerca del rol de la mujer en el matrimonio. Ciertamente tenemos una asignación importante, no por nada dice en Proverbios 14;1 La mujer sabia edifica su hogar, pero la necia con sus propias manos lo destruye.
Y sí. Muchas veces esto puede resultar cargoso, desgastante y hasta frustrante, si no descansamos en Dios y si no permitimos que el Espíritu Santo desarrolle sus frutos en nosotras. No quiere decir esto, que sea únicamente nuestra obligación mantener a flote el matrimonio, sin duda alguna, es una tarea de dos. A lo que me refiero es, que en tanto dependa de nosotras, debemos procurar tener una actitud que convide a la reconciliación, genera paz y refleje el amor y misericordia de Cristo por nosotras. Solo así podemos generar eso mismo en nuestro entorno.
Para lograrlo, no podemos enfocarnos en lo que nuestra pareja hace o dice, porque ahí sí que nos vamos a desanimar. Debemos poner nuestra mirada en Jesús (Hebreos 12:2). Nuestra certeza debe ser que, ya Cristo lo hizo todo por nosotros y nos ha llamado a convertirnos en canales que lleven a otros a la salvación, especialmente a nuestros esposos e hijos.
Si sentimos que desfallecemos en esta tarea, debemos acudir al único que puede sostenernos, llenarnos de su amor, comprendernos, aliviar nuestro dolor, sanar nuestras heridas, fortalecernos y rebosarnos con su Espíritu, para continuar con la ardua labor que se nos ha encomendado. Si no lo hacemos, seremos arrastradas por nuestros impulsos y emociones, sin medir las consecuencias. Nuestras actitudes destructivas y la falta de sensatez pueden llevar a nuestros hogares al caos y a la división.
Finalmente, el matrimonio es como una planta que necesita riego y cuidado constante. Cuidarlo requiere paciencia y dedicación, sino corre el riesgo de marchitarse.
Hoy, Dios nos ha dado esta palabra para que recordemos la importancia de ser mujeres sabias, virtuosas y llenas de su Espíritu en todos los ámbitos, especialmente en nuestros matrimonios. Asumamos con valentía la responsabilidad de contribuir efectivamente al bienestar y estabilidad de nuestras familias. Si diariamente tomamos esta decisión, Dios nos da de su sabiduría, fuerza, gracia y estrategias, para cumplir exitosamente este gran desafío.