EL Presidente Petro cumplió esta semana, por cuarta vez en el marco de su Mandato, con su deber de presentarse ante la Asamblea de las Naciones Unidas para dirigirse al mundo en nombre y representación de los colombianos, como quiera que es el Jefe de Estado en ejercicio, para anunciar a la Honorable Asamblea de representantes de los Gobiernos del mundo, y por intermedio suyo a los países que cada uno representa, un mensaje que el país quiere compartir con los demás ciudadanos del planeta.
La 80º Asamblea no es un acto cualquiera, es la ratificación anual de ese Pacto adquirido ya hace ochenta años mediante el cual los países nos hicimos cargo del compromiso de permanecer unidos para vivir en paz, en cooperación y concordia, y en observación ejemplar y ejemplarizante de los Derechos Humanos y los derechos políticos, sociales y económicos de los pueblos, pero sobre todo los derechos de los más vulnerables. A eso es que va uno a la Asamblea: a ratificar ese compromiso como Jefe de Estado y aportar ideas e iniciativas para el mejor estar de los pueblos.
Puede ser que haya quienes, luego de haberse tomado la tarea de escuchar las palabras del Presidente, piensen que cumplió un papel destacado, valiente y concienzudo, digno de un Presidente centrado y brillante, y quizás “berraco (sic) y lleno de cojones” -como se apresuró a afirmar Benedetti sin llegar a poner sus rodillas en el piso-. Lamentablemente no es así. No fue un papel destacado, por lo menos en el buen sentido, sino más bien al contrario, y tampoco hubo nada notable, que se sepa, durante el resto de la agenda política que pudo haber cumplido la delegación colombiana para aprovechar la ocasión, acaso para fortalecer la posición geopolítica del país y limar asperezas con los vecinos, o para tratar adecuadamente esas obscuridades que están generando tensiones en la relaciones internacionales, que son asuntos en los que el Presidente es el primer responsable.
Pero no, no tuvimos allí un Jefe de Estado digno sino un crítico desbordado. No estuvo bien el Presidente en su desempeño ni ante las Naciones Unidas ni en el contexto político global, y aquí podemos ver el por qué. Vayamos de lo más grueso a lo más menudo.
¿Representando a los colombianos?
¡Nunca!! No habló del país ni de lo que hacemos aquí. Aparte de algunos pequeñísimos destellos de romance nacionalista, el discurso pronunciado por el Presidente quedó muy lejos de ser representativo de los colombianos y del país en general. Fueron sus propias palabras, eso sí, o su propio pensamiento crítico y contestatario, ese que ya se le conoce por repetición exhaustiva, pero jamás el sentir de la generalidad de los colombianos que, sin desconocer o ignorar las duras realidades que vive el país y el mundo, podemos hacer uso de una racionalidad distinta para anunciar lo que hay que anunciar, señalar lo que hay que señalar, discutir lo que deba discutirse, criticar y reprochar lo que tiene que criticarse o reprocharse, pero cayendo jamás en el burdo espectáculo de un discurso “gritado”, con evidentes señales de resentimiento y rencor hacia países, personas y partes de la sociedad; y teñido de irrespeto hacia tres Jefes de Estado, a quienes se atrevió a llamar por su nombre, no por su cargo; y embadurnado de afirmaciones racistas y clasistas contra personas y grupos sociales que no son de su agrado personal y sobre los cuales le hemos visto pronunciarse con evidente rencor. No es esa una actitud propia para un Jefe de Estado que habla de paz y entendimiento.
Un mensaje con ese tono es claramente personal, no de los colombianos, pero sabemos que una vez dicho queda en el ambiente la funesta sensación de que los colombianos somos como él y compartimos esos criterios, al extremo en que todo extranjero, al pisar el suelo colombiano, encontrará en las calles y campos de nuestro bello país cincuenta millones de copias de ese nefasto personaje que se presentó ante el mundo a vociferar un discurso lleno de rencor y confusión, plagado de palabras de fuego y violencia por encima de los mensajes de paz.
Y lo hizo cuidadosamente escondido bajo costosa camisa de lino blanco, como el mejor capitalista caribeño. Puede ser que el asunto de la costosa camisa de lino pase desapercibido para muchos, puesto que no son pocos los líderes que se presentan ante la Asamblea ataviados con trajes típicos de sus países, pero es que en el caso del Presidente Petro se puede ver un tanto irregular por una razón muy primordial: su persistente y obsesivo discurso contra los lujos que se dan las clases capitalistas, “aquellas que explotan y esclavizan al pueblo”- según él mismo afirma-, como si no contaran los relojes lujosos que usa, el calzado de marca extranjera que usa, la nueva y muy costosa ruana con la que quiere proyectar imagen de hombre de pueblo campesino ,y esa costosa camisa de lino que usa cuando le interesa ganar imagen de líder caribeño. Todo ello es señal de incoherencia entre lo que se dice a voz alzada en las plazas repletas de fanáticos seguidores y lo que se hace en privado.
¿Mensaje claro?
¡No!! No pudimos ver un Presidente en oratoria contundente y respetuosa, logrando convencer su auditorio global, sino un resentido combatiente de provincia que peroraba una y otra vez sobre los mismos tres puntos de su reclamo: el uso de misiles contra embarcaciones civiles en el Caribe; la descertificación de parte del Gobierno del Presidente Trump en la lucha contra el narcotráfico y las redes de mafiosos; la violencia de la guerra en Gaza y el papel de la ONU en la solución del conflicto. Tres puntos clave de agenda política que quedaron perdidos en medio de una andanada de críticas y señalamientos.
Lástima, porque lo que pudo haber sido muy bueno quedó sumido en el desorden, la repetición, la elucubración, la incoherencia y la falta de claridad en los elementos esenciales del mensaje, mismos que habían podido ser muy bien recibidos por la Asamblea para que, a partir de allí, se tomen acciones desde los gobiernos para para corregir tendencias globales hacia la guerra y las violencias de Estado. ¿De qué cosa de todo aquello que reclamó Colombia se pudo tomar nota? No lo sabemos. Que se sepa, en ninguno de los asuntos clave se consiguieron aliados. Al contrario, de las pocas delegaciones que permanecieron en el auditorio cuando llegó el turno de Colombia, la primera que se puso de pie y se marchó fue la delegación de los Estados Unidos, y todo porque el tono agresivo, resentido, claramente irreverente, resultó abierta e inequívocamente dirigido contra el Gobierno del Presidente Trump. ¿Con qué resultado sale el Presidente Petro? ¿Qué podrá esperar el país cuando la delegación de Colombia tome su avión de regreso?
Podrá sonar increíble, pero es ese Presidente quien olvida que el esquema asambleario esperaría que los Jefes de Estado sean portadores de un mensaje de país en el que den cuenta del estado de evolución de los asuntos que le importan a la Unión, como sería el caso de la protección de los Derechos Humanos, las situaciones de conflicto, los temas apremiantes para el desarrollo económico y social, y los temas multilaterales relacionados con el cambio climático, la Agenda 2030, las situaciones de guerra y conflicto interno armado, el trámite de pandemias, las migraciones y la gestión de refugiados, la trata de personas y el narcotráfico. De todo ello se puede hablar desde Colombia para que el mundo tome consciencia, y mucho más cuando se trata de narcotráfico y conflicto armado, pero el Presidente dejó perder esa oportunidad desde el momento en que prefirió recalar en el conflicto en Gaza para criticar a la ONU y en los misiles que se disparan en el Caribe contra embarcaciones civiles para criticar al Presidente Trump.
Al final, aparte de un par de menciones desordenadas al respecto de lo hecho durante su gobierno en incautaciones de droga y la reducción del área cultivada en hoja de coca, cifras que exigen respaldo, se gastó su discurso sin hablar de Colombia y de lo bueno que sucede aquí cada día, que hubiera sido ideal para coronar la imagen de su Gobierno. Se ocupó en cambio de presentar una imagen casi apocalíptica de la situación que vive el país frente a las mafias de la droga y el narcotráfico y del desastre que está a punto de configurarse en América Latina desde el momento en que, en palabras del Presidente, “el Caribe ha sido tomado para disparar misiles contra inocentes”. Sabemos que ello es así y que los problemas son reales y realmente relevantes, pero lastimosamente no fueron elevados de manera conveniente ante la Asamblea.
¿Aliados Nuevos?
¡Ninguno!! La Asamblea de las Naciones Unidas no es un escenario de combate, es un espacio de encuentro y consenso para que fluya el entendimiento entre las partes y se abran los espacios de realización de agendas políticas binacionales y multinacionales. A eso es que vamos los países a la Asamblea de las Naciones Unidas, a dialogar con posibles aliados, no a “patear en la cara” a los amigos. La actitud del Presidente fue abiertamente agresiva, conflictiva y contradictoria. ¿Qué clase de informe dará el Presidente Petro al Congreso y al país sobre lo que se pudo haber conseguido y no sucedió? No le llega bien al país el que su Presidente “meta la pata hasta el fondo” cada vez que sale de viaje a cumplir con una agenda de Estado y regrese con las manos vacías.
Si tenía el país pocos aliados en la lucha contra el narcotráfico, bien entendido aquello de que “es primero la acción contra las redes de narcotraficantes y delincuentes que contra los campesinos cultivadores”, en palabras del propio Presidente, ahora, después del deprimente espectáculo en Nueva York, ¿cuántos amigos nos quedan? Esa sola pregunta aterra, si el Presidente de Colombia acaba de cometer y persiste en el desatino de tratar a sus interlocutores como “bandidos, blanquitos, y aliados con las mafias del narcotráfico”, o “asesinos y genocidas” . Siendo conscientes que el costo de esta lucha que asumió Colombia con las uñas se puede cofinanciar con el apoyo de los países víctimas del consumo masivo, ¿con qué cara nos acercamos a conseguir apoyo financiero, o apoyo en armamento y en inteligencia militar? No sabemos cuántos presidentes y jefes de Estado que escucharon al Presidente Petro en su perorata insultante estarán pensando que para resolver cualquier ayuda a Colombia será mejor esperar que termine este Gobierno y llegue al Palacio de Nariño una nueva etapa de diálogo y entendimiento que abra negociaciones en un panorama más centrado y sereno.
Ofensa al Protocolo…
La Asamblea de la Naciones Unidas es un escenario de paz. Ni siquiera se admite armamento al interior del recinto. Afirmar allí que “la Organización ya no sirve” tipifica el más burdo improperio, en especial si proviene del representante de un Estado Miembro. No parece que el Presidente desconozca – más bien neglige- el canal oficial y formal para radicar y promover mociones y resoluciones que permitan escalar iniciativas de orden estatutario o de orden operacional, esto para que la Organización pueda ajustarse a los nuevos tiempos luego de sus ochenta rondas de vida. El Presidente debe saber eso, sin embargo, prefirió “gritar” a la Asamblea en el lenguaje más crudo posible que la Organización ya no cumple el papel que debe frente al conflicto de Gaza y las demás situaciones globales de guerra y por consiguiente debe – así lo dijo- “hacerse menos Estatal y más Humana”. La sorpresa general se sintió hasta el reservado rincón de mi escritorio. El Presidente colombiano, en medio de la euforia de su discurso, ni se dio por enterado, sólo encontró la idea en algún rincón de su cabeza y la soltó al aire sin medir la trascendencia de lo que dijo. La potencia de la idea se perdió entre la animosa descarga de palabras.
Como si fuera poco, se presentó el Presidente luciendo en su solapa un emblema de “guerra a muerte” en un recinto de paz. La expresión simbólica de “guerra a muerte”, aquella que usara Simón Bolívar para la gesta liberadora, ha vuelto a verse con recurrencia desde que el Presidente Petro la rescató del “san alejo” del M19 y la encontró adecuada para su lucha por una Constituyente para modificar la Constitución a su amaño (Su mentor y maestro Hugo Chávez no descansará hasta que su pupilo no consiga ese paso trascendental en la ruta de todo Dictador) Este acto de violencia simbólica viene a ser equivalente a que si alguien se presentara con una zwastika o con símbolos del KKK. Igual de ofensivo. El Presidente lució su emblema de “guerra a muerte” como si nada, no al lado de la bandera de Colombia, que no la lució, y da la impresión que así lo tenía calculado, simplemente para sentar la posición de desafío que le interesa liderar en adelante, desde el momento en que habla de “una revolución global de todos los pueblos”, otra idea que lanzó al aire sin el más mínimo asomo de prudencia, pero sí con mucho desafío. Ya se pueden identificar señales tempranas de su plan de líder global, apenas suficiente para satisfacer su ego desbordado.
En conclusión, amigo, se dilapidó la imagen de un país frente al conjunto de Jefes de Estado del Mundo. En medio de su discurso se hizo un mensaje oscuro y lleno de improcedencias, se atacó deliberadamente a jefes de Estado y se los acusó de criminalidad, para solicitar luego investigaciones penales contra ellos, y se remató la faena señalando que la Organización que hospeda las naciones del mundo ya no cumple su objetivo. Ahí tienes retratado, en encuadre de lujo, la calidad de Jefe de Estado que tiene el país.

