Me gusta pensar que el Nobel es en el fondo un arma política formidable. Que éste galardón haya sido asignado a una persona que lleva años luchando contra la injusticia de un régimen autoritario, corrupto, morboso por el poder y supuestamente vinculado al narcotráfico, es una señal inequívoca de respaldo de toda una constelación global que se siente ofendida, estafada, violentada frente a la apropiación salvaje de las estructuras de gobierno de Venezuela. Cualquier asomo de duda queda aclarado en el texto del ANUNCIO emitido por el Comité Noruego del Nobel, que es una institución compuesta por cinco miembros designados por el Parlamento Noruego de entre quienes reciben la nominación de su propio partido. Por lógica inferencia, hemos de decir que la decisión y consecuente pronunciamiento del Comité Noruego del Nobel representaría la voluntad del pueblo noruego en su actuación como salvaguarda del Nobel de Paz.
El ANUNCIO[i] del día 11 de octubre habla de reconocer “…a una persona valiente, de firmes principios y profundamente comprometida con la paz: a una mujer que mantiene viva la llama de la democracia en medio de una creciente oscuridad.” Obviamente se refiere a la situación que se vive en Venezuela y no necesariamente en tiempos del usurpador Maduro, sino desde mucho antes cuando el Comandante Chávez decidió, en la soledad de su presidio en la cárcel de San Francisco de Yare, que su tarea en la vida sería llevar adelante su Plan Bolivariano y gobernar a Venezuela por siempre. Se reconoce para María Corina Machado, entonces, “… su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha en favor de una transición justa y pacífica de la dictadura hacia la democracia.”
De allí el valor político de la Condecoración, que no es un premio como cualquiera de aquellos que se disputan en competencia y se persiguen con el único y principal propósito de la victoria, como sería el caso de las medallas olímpicas, o los premios deportivos en general, que se establecen para exaltar “al mejor”, sino una distinción anclada en sin número de méritos civiles y políticos que se han hecho evidentes en la lucha “como líder de las fuerzas democráticas en Venezuela”. Para cualquiera de nosotros que ha seguido con algo de cuidado los sucesos en Venezuela, lo de Machado es una clara demostración de valor y coraje frente a un aparato de represión que ha hecho hasta lo inimaginable para bloquearle en su camino hacia la Presidencia de su país -y acaso desaparecerle–, mientras avanza el Régimen en el desalojo de la Democracia y el saqueo económico. Viene a ser suficiente el que se haya puesto al frente de la unificación de las fuerzas de oposición política al Régimen, con el propósito de conseguir elecciones libres y democráticas, siendo ésta, precisamente, la razón para la persecución que sufre desde hace años. Luego de décadas de Régimen autoritario, el aparato represivo del Estado se encuentra brutalmente desatado contra los propios ciudadanos de Venezuela que no aplauden ni se arrodillan ante el ignominio, cosa que María Corina ha tenido que resistir con riesgo para su propia vida, surgiendo tal vez allí el mayor mérito de la valerosa mujer para hacerse acreedora de la “distinción” más importante del mundo en una dimensión tan relevante como es la de La Paz. Aunque quedan todavía muchos más méritos en lo político que pueden recaudarse para entender mejor la decisión que tomó el Instituto Noruego del Premio Nobel, claro, desde el momento en que se la vio asumir el liderazgo de una oposición que estaba totalmente dividida, esto es perdida ante las oportunidades de ejercer el poder legítimo, pero que una vez congregada se dejó invadir del más ferviente y decidido espíritu democrático en favor y defensa del pueblo de Venezuela, cosa que nadie puede siquiera cuestionar. Se puede entender desde allí cómo María Corina, al saberse inhabilitada para ganar las elecciones, apoyó sin reservas al líder de un partido que no era el suyo pero que compartía con ella su anhelo de conseguir elecciones libres.
Y no es porque ella se haya empeñado en “ganar un premio” para darse el gusto de tener una medalla de oro y echarse unos buenos billetes al bolsillo, que sería la forma más procaz y de baja moralidad con la que se entendería el asunto: es porque ella colocó por encima el interés del pueblo de Venezuela, lo cual da una idea del brillo que adquiere el premio en las actuales circunstancias que vive ese país. María Corina recibe el Galardón por una acumulación de méritos que están infinitamente por encima del propósito vulgar de “ganar”. ¡Qué contraste si reconocemos que hay en nuestro medio personajes que darían la mitad de su vida por lograr algo siquiera parecido, o estarían dispuestos a negociar con “el diablo” con tal de tener esa posibilidad! Son aquellos que miran con envidia el premio que ganan otros y se expresan con sarcasmo, con palabras lúgubres y vacías, llenas de rencor y crítica, haciendo exhibición de la tremenda frustración que representa para ellos el no ser merecedores de algo siquiera parecido a un Premio de talla mundial. Tal sería el caso de aquellos que quieren hacer méritos y ganar premios por mera egolatría y vanidad personal.
Machado no hace la tarea que hace por el simple gusto de ganar premios, de eso hay que estar seguros, lo hace para restituir a Venezuela el Derecho de tener unas elecciones libres para que el pueblo que aún está en el territorio, lo mismo que los millones de ciudadanos que han preferido el exilio, recuperen la oportunidad de elegir soberanamente a quienes deben gobernarles. La contradicción que pone en riesgo su vida brota de su radical oposición y protesta ante el hecho de que tal derecho ha sido usurpado por una maquinaria amparada en un Régimen dictatorial que coloca ante el pueblo la amenaza de las armas.
Si la Democracia en el continente está amenazada por gobiernos de facto, o por gobiernos fraudulentos, es responsabilidad política de los líderes y lideresas locales asumir la tarea de defenderla, en tanto está en juego la Libertad y la Soberanía de los pueblos para decidir sobre sus propios destinos. El Derecho de elegir cada Gobierno es y seguirá siendo el privilegio superior de todo “Pueblo Libre”, que eso no se pierda de vista, y si en algo viene a ser pertinente y oportuno el pronunciamiento del Instituto Noruego del Premio Nobel en favor del trabajo de María Corina Machado y de todos los demás líderes y lideresas del continente y el mundo es en la vigencia de ese “sacro” principio.
No es ella la primera ni será la última en recibir una distinción de ese calibre. El Premio Nobel de la Paz es una tradición anual que viene desde 1901 y son muchísimas las mujeres y hombres que lo han merecido, siendo Rigoberta Menchú (1992) la primera latinoamericana en recibirlo en mérito de su lucha contra los gobiernos militares que asolaron su país y oprimieron sin misericordia los pueblos indígenas de Guatemala. Otros dos argentinos, un mexicano, un costarricense y un colombiano [ii] lo han merecido también en el pasado, y lo han sabido recibir, no a título de una distinción personal que les pudo hacer presas de oculta soberbia, sino como tributo al sacrificio que han vivido sus pueblos por culpa de la guerra, las violencias internas y la opresión de los gobiernos de facto, como también el riesgo de una hecatombe nuclear, reconociendo en la persona de los galardonados su entrega y compromiso para superar circunstancias de conflicto que podían estar conduciendo a los pueblos a indignante condición. Esa es la recompensa más potente que tiene el galardón de la Paz, que no está expresada en dinero sino en sentimientos de admiración y respaldo del mundo entero por todo lo que significa enfrentar la injusticia, la violencia, la humillación, la represión y el exilio forzado frente a regímenes abiertamente fraudulentos, opresores y antidemocráticos.
Y es oportuna y afortunada la llegada del “premio” en tiempos en los que se adelanta una pandemia que se está haciendo global. Hablamos de esa tendencia reciente de señalados líderes de Gobierno –legítimos o no- de aferrarse al poder y hacer uso de recursos, incluso militares, para “quedarse en el poder” y oprimir a los pueblos. Pasa en Venezuela, pero también en Centro América, en África, en Europa y en Asia, y también en Colombia por causa del conflicto contra disidencias y grupos alzados en armas que se empeñan en desconocer la legitimidad del Estado, siendo así que el mensaje del Nobel llega como una luz de esperanza para todos aquellos que asumen la lucha por la Libertad y la Democracia como su consigna de vida, libres, eso sí, de cualquier pretensión personal y pútrida megalomanía. El Premio Nobel, dice el ANUNCIO, “es un homenaje a mujeres y hombres valientes que se han enfrentado a la represión, que han llevado la esperanza de la libertad tanto a las celdas de las prisiones como a las calles y plazas, y que han demostrado que la resistencia pacífica puede transformar el mundo.” De seguro que las autoridades del Premio hicieron su tarea a consciencia para decidir bien, y el continente entero se alegra que así haya sido. Para el Comité del Premio ha sido esencial reconocer en la presencia de María Corina “… a los valientes defensores de la libertad: a quienes se alzan y resisten.” De allí cosechamos la certeza que sólo los pueblos cuyos hombres y mujeres se resisten a ser silenciados pueden defender la Democracia. Ese sería el mensaje central de este episodio profundamente cargado de simbolismo y sensibilidad política.
María Corina Machado está oculta, no puede dejar saber dónde se encuentra porque sabe que irán por ella, pero se mantiene en pie alentando la posibilidad cierta que Venezuela retorne pronto a la Democracia a la que tiene derecho, como camino inequívoco hacia la Paz. Así como agrega el dictamen del Comité Noruego del Premio: “la Paz es un resultado inherente al trabajo ordenado de los pueblos libres.” Vale la pena luchar por ello.
Arturo Moncaleano Archila
[i] Fuente: https://www.nobelprize.org/uploads/2025/10/press-peaceprize2025-spanish.pdf
[ii] Premios Nobel de Paz en América Latina: 1. Carlos Saavedra Lamas (Argentina), (1936); 2. Adolfo Pérez Esquivel (Argentina), 1980; 3. Alfonso García Robles (México), 1982; 4. Óscar Arias Sánchez (Costa Rica), 1987; 5. Rigoberta Menchú (Guatemala), 1992; 6. Juan Manuel Santos (Colombia), 2016; 7) María Corina Machado (Venezuela) 2025.

