Nada mejor que la celebración del “día del Administrador” para discutir con cierto grado de complicidad el papel que desempeñan los empresarios colombianos en una coyuntura política y económica como la que vive el país, cuando ya se acerca el final del “Gobierno del Cambio” y la mayor parte de las medidas de gobierno están dando muestras de sus efectos, particularmente en el plano de las empresas, sean éstas públicas o privadas, que es el terreno en el cual el Gobierno Nacional se empeñó en hacerse notar con más fuerza.
Era de suponerse que la mayoría de esas medidas estuviesen orientadas a fortalecer la salud económica de las empresas y generar crecimiento, como quiera que el interés del Gobierno podía estar centrado en aumentar la producción y generar más empleos, representando en ello un esfuerzo significativo para aumentar el indicador de salarios efectivos colocados en manos de la población trabajadora, sin embargo pudo más el impulso de imponer “una reforma” que buscaba fortalece la recaudación en el fisco, todo con el propósito de robustecer la bolsa de recursos con los que se pretende “atender ofrecidos compromisos de inversión social”. Por supuesto que se trata de un modelo de contribución solidaria que se concreta a través de los impuestos que pagan quienes generan mayores recursos de capital a partir de la producción, para que el Estado pueda redistribuir la riqueza en favor de aquellos que no pueden hacerlo, tienen menos y necesitan más, que viene a ser el modelo sobre la cual están montadas casi todas las economías del mundo. Nada más justo que aquellos que generan más capital y riqueza contribuyan en equidad para que los gobiernos puedan trabajar en la superación de las desigualdades, lo cual está bien para un país que tiene fuertes índices de desigualdad. Hasta allí, todo bien, porque se espera entonces que un Gobierno que opera de manera justa y eficiente logre el resultado que no puede esperarse de las dinámicas libres del mercado y tercie en favor de los más débiles, que es norma elemental del modelo liberal. La parte peligrosa del asunto viene cuando esa contribución, sustraída de modo general por la vía impositiva y con cargo a los recursos ganados con el esfuerzo de los empresarios, y de seguro con evidente sacrificio de los trabajadores, se exprime en perjuicio de la propia viabilidad económica de las empresas, lo que conduce a un desangre real que opera en perjuicio de la estabilidad y supervivencia del aparato productivo. Es posible que las grandes empresas resistan el golpe año tras año, pero casi nunca las pequeñas, lo cual es de suyo muy grave para el país porque, como se sabe, la gran mayoría del aparato productivo nacional está compuesto por pequeñas y medianas empresas que no sobreviven fácilmente a la inclemente presión fiscal del Estado.
Pero aunque así fuera, lo que más ofende es que, mientras hay tantas y tantos colombianos que luchan día tras día para sacar adelante sus empresas, el Gobierno se dedique a la más absurda francachela burocrática, envuelta hasta la demencia en gastos que exceden en mucho sus propias posibilidades, pero sobre todo incurso en flagrantes actos de corrupción y desviación de recursos que hieren de muerte el curso normal del país. Se atribuye por costumbre al ex Presidente Ronald Reagan la sentencia según la cual… “Cuando una empresa gasta más de lo que gana se quiebra; cuando un Gobierno gasta más de lo que recauda te cobra la cuenta.” Nos queda a todos la sensación que es esa la situación a la que nos han arrastrado los gobiernos recientes.
En medio de todo, debemos reconocer que hay un aparato productivo que sigue en pie y que está allí por mérito inmenso de los empresarios, no de los Gobiernos recientes. Podemos ver que prevalece una fuerza de trabajo que sigue siendo el pilar y soporte de la economía del país y es responsable directo de su crecimiento, lo cual viene a ser una garantía para el viaje que hemos de afrontar en el tiempo. Diríamos, de igual modo, que esta realidad de nuestras empresas está fundada en la porfía de los empresarios y su decisión por seguir adelante, sin desfallecer, y no necesariamente en el acierto de las medidas de gobierno, especialmente en el actual, en el que se acumulan repetidos y persistentes intentos de acabar con la iniciativa privada, esa que se señala de “esclavista y explotadora del trabajador”. Ignora el Señor Presidente, y detrás de él su escuela de ministros anómicos y pusilánimes, que habrá trabajadores siempre que haya empresas en pie, y que serán los empresarios quienes sostendrán esos ensambles productivos para poder pagar salarios y prestaciones, si el que el Gobierno les deja trabajar. Llegaríamos así a la posibilidad de confirmar lo que implica el desafío de “enfrentar al Gobierno en sus decisiones inconvenientes”, y cuánto pesa en esa lucha por el éxito y la supervivencia empresarial el exceso de regulación y la sobre tributación que estrangula los ingresos escasos. Se siente como si el Gobierno fuese enemigo de “la Empresa”, o tal vez se viviera un escenario de “apropiación salvaje de las empresas” que se ha desatado bajo la bandera “del cambio”, como si se estuviese pensando que se puede dejar para el Estado el monopolio del aparato productivo: el sueño Marxista-Leninista en plena exposición.
Pues no, no será así, no esta vez ni nunca, si es que confiamos en la resistencia y convicción de los empresarios para seguir adelante. Tienen decidido defender sus empresas y capitales, y con ello echarse a la espalda el compromiso de sacar adelante el país, porque creen en ello con todas sus fuerzas. Y resulta evidente que ésta es una voz que permea los gremios y todo tipo de asociaciones por todo el país, en donde los pequeños y los grandes empresarios se unen en el propósito de “resistir, insistir y persistir”, porque no hay otra forma de entender y enfrentar el desafío que plantea la coyuntura actual, todo con la esperanza que haya por fin un Gobierno que sí entienda la importancia del empresario dentro de la maquinaria de generación de riqueza de la cual se nutre el Estado para cumplir su cometido.
De aquí la importancia de lograr esa adecuada conjunción de los factores de la producción, de acuerdo a como lo define la Economía. Es necesario que un país como Colombia logre impulsar su crecimiento a partir del incremento de la productividad, lo cual exige sincronía entre el conocimiento y la experiencia, la ciencia y la tecnología, la innovación y las inversiones, siempre con el propósito de conseguir mayor eficiencia en la búsqueda de resultados. ¿Resultados en qué? En Producción, trabajo, empleos y salarios, que son los elementos que componen la riqueza y conducen al bienestar de todos. De eso se trata. Se lograrán metas de crecimiento sostenidas cuando se pueda contar con empresarios competitivos y competentes para hacer la tarea. No será nunca aceptable, ni siquiera creíble, que el Estado pueda hacer esa tarea por sí solo si no da muestras de poder – y acaso querer – evolucionar hacia un modelo de gestión eficiente.
Lo cual nos lleva a otra parte del desafío urgente, cual es la tarea de transformación del Estado en una verdadera maquinaria de generación de oportunidades para el desarrollo de las empresas, la industria, los servicios y todas las ramificaciones conexas. Las maquinarias burocráticas sumidas en la ineficiencia y el gasto desbordado son insostenibles, y así como un virus pueden hacerse letales a la larga. ¿Qué hacer? Reestructurar, corregir, recomponer, reparar cuando estamos a tiempo, para poder emprender un trabajo competente y limpio. Colombia no resiste por más tiempo un Estado ineficiente e incapaz, uno que se supone que está y en realidad no está, que es y en realidad no es, que hace y en realidad no hace. Puede ser ésta la expresión de un Estado fallido que olvidó la necesidad de mantenerse vigente en el tiempo para poder estar donde tiene que estar, hacer lo que tiene que hacer y representar lo que tiene que representar como garantía para la estabilidad y buen suceso de la vida de la Nación. Debería ese Estado incapaz aprender de los empresarios, que viven cada día como su mejor momento y terminan cada año con la decisión de que en el próximo lo harán mejor, porque así debe ser. Y tomarán atenta nota de cada cosa que aprenden porque en ello está puesta su vida.

