MARCADOS

Él, el ladrón; ella, la adúltera; ese, el amargado; esa, la hipócrita; aquel, el alcohólico; aquella, la prostituta; él, el tacaño; ella, la chismosa… y así vamos por la vida marcando a las personas por sus errores, acusándolas de sus pecados, olvidándonos de sus nombres, de sus bondades y señalándolas como si fuéramos dioses o jueces, haciendo con ello que muchos se sientan abandonados, rechazados, deprimidos y quebrados, como si en nuestro corazón reposara la perfección y no tuviésemos nada de qué arrepentirnos.

Sean cuales sean las fallas o pecados ajenos y propios, sean de conocimiento público o estén ocultos, Dios nos ama a todos, con lo cual no hago apología al pecado, más bien es una exaltación a Dios quien no nos marca poniéndonos letras escarlatas, no es distante a nuestras debilidades y siempre está dispuesto a recibirnos, redargüirnos, perdonarnos y guiarnos por el camino de la salvación.

No es sano ir por la vida señalando las imperfecciones del prójimo cuando nosotros mismos no somos perfectos, es como si de una manera indirecta estuviéramos aparentando que todo en nuestra vida va bien, cuando bien sabemos que no es así, pretender que lo es, es engañarnos a nosotros mismos, porque perfecto y bueno solo hay uno.

“Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”, eso le dijo Jesús a un ladrón arrepentido, quien por cierto no iba a restituir lo robado, situación que nos dice que Dios acepta en su casa a todo aquel que se arrepiente de corazón y a Él se acerca. Eso es gracia, la que nos falta como creyentes, que pensamos que nuestros pecados sí tienen perdón, pero los de otros no; que queremos ser tratados con misericordia y amor cuando fallamos, misericordia y amor que negamos cuando otros son los que fallan.

En Lucas 15: 1 – 7, Jesús habla sobre la parábola de la oveja perdida. Cuenta que un hombre que tiene 100 ovejas pierde una, al darse cuenta, deja las otras 99 para ir en busca de la que se perdió. Al encontrarla siente alegría por ella, mayor gozo que por las 99 que no se extraviaron.

En el mismo capítulo de Lucas, en los versículos 11 al 32, también se nos cuenta la parábola del hijo pródigo, donde el menor de dos hijos, pide a su padre la herencia y luego de derrocharla regresa a casa y es recibido por el padre con una gran celebración.

En nuestro concepto de justicia podemos cuestionar ¿Por qué ocuparse de una oveja perdida y no de las 99 que no se perdieron? ¿Por qué una fiesta para al hijo pródigo en lugar de una fiesta para el hijo obediente? En nuestra frágil humanidad podemos pensar que esto no es justo; pero si analizamos bien nuestro corazón, si somos sinceros con nosotros mismos y nos quitamos el velo que no nos permite ver que no somos 100% buenos, seríamos conscientes que, si se nos pagara con justicia, todos quedaríamos sin pago, pero Dios se preocupa de cada una de las personas que ha creado y no quiere que nadie se pierda, su gran amor busca y alcanza a los pecadores no importa las razones que le llevaron a perderse.

A algunas personas les resulta sumamente difícil aceptar que los demás pueden arrepentirse después de llevar una vida claramente corrompida y se ofenden fuertemente cuando estas personas se arrepienten y son bendecidas, tal como sucedió con el hijo pródigo. En lugar de ello, mejor es alegrarse cuando alguien se arrepiente y si está en nuestras manos, brindarle apoyo para crecer, ayudarle a ir por el camino correcto y evitar que vuelva a tropezar.

Los celos y la envidia no solo nos hacen olvidarnos del amor al prójimo, haciéndonos perder lo maravilloso que es experimentar el gozo del perdón, sino que también puede llegar a resentirnos de las bendiciones que recibe el arrepentido a quien consideramos peor de pecador que nosotros.

Y es que la gente sana no necesita médico, los enfermos sí, Jesús no vino a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores y quieren arrepentirse.

Dayana había comenzado una relación con Andrés, a quien a los pocos meses terminó, luego de darse cuenta que era mentiroso, mujeriego y que aún seguía enamorado de su exnovia. Después de un par de años, Dayana se encuentra a Andrés en la iglesia, lo ve felizmente casado con la que fue su ex novia y quien además esperaba un hijo. Dayana sintió celos de ver cuán bendecido era Andrés después de haberla engañado. Pensó que no era justo que aquel hombre que la había burlado hoy gozara de un hogar, mientras ella seguía sola. Dayana era servidora en la iglesia, excelente trabajadora y fiel en todas sus relaciones, lo que la hizo pensar que ella quien merecía tal bendición, olvidándose del amor al prójimo y del perdón que tanto pregonaba.

Luego de hacer un alto en el camino comprendió que, pese a sus errores, Andrés también era hijo de Dios y si Él había extendido su gracia y su perdón, ella no era quien para cuestionarlo. Hoy se alegra de que Andrés no sea el mismo de antes y que haya conseguido en Dios, el perdón que ella muchas veces, también ha necesitado. Y es que probablemente Dayana merezca la bendición de un hogar, pero eso no significa que a Andrés tuviera que negársele por el hecho de haber obrado mal, mucho menos después de haberle entregado su vida a Dios.

Hoy Andrés ya no es el mismo mentiroso y mujeriego que Dayana conoció, es un hombre entregado a la obra de Dios, fiel a su esposa y excelente padre. (La historia contada es real, los nombres y algunos acontecimientos fueron modificados para proteger su intimidad de los protagonistas)

Oración: Señor, ayúdame a evitar colocarle letras escarlatas a los demás, marcándolos con acusaciones por sus pecados, esa es una tarea que no me corresponde. Mi tarea es amar y perdonar como tú lo haces conmigo cada día de mi vida. Enséñame a dar por gracia de lo que por gracia tú me has dado. Que mis dedos y palabras no acusen, sino que sanen. Úsame como instrumento para llevar a otros a ti, donde encuentran perdón, consuelo y nuevas oportunidades de llevar una vida agradable delante de tus ojos. Enséñame a alegrarme de un pecador arrepentido y sana mi corazón de sentir celos cuando bendigas a otros. Amén

Jennifer Caicedo 

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