CUENTOS DE LA RADIO

Sucedió a principios del 2017. El destacado escritor cubano Leonardo Padura visitaba la isla de San Andrés. Un grupo de admiradores de su obra departían con el autor y a lo largo de la noche este gozaba con las anécdotas de las gentes del Caribe colombiano. Con cada narración Padura reía con más entusiasmo mientras decía “definitivamente estos colombianos están locos”. El paroxismo de esa noche memorable llegó con un cuento de Edna Rueda Abraham, una joven siquiatra tan ocurrente como talentosa, acerca de su abuelo y la duración de la Segunda Guerra Mundial en el Archipiélago.

Don Víctor Abraham era un radioaficionado cuya vivienda estaba sobre la emblemática Avenida 20 de Julio. Como no había otras radios en la isla él se informaba del curso de la guerra en Europa y luego se asomaba a la terraza de su casa y comunicaba a los transeúntes el resultado de las batallas. De esta forma pudo anunciar la retirada de los ingleses en Dunkerque y describir los encarnizados combates entre rusos y alemanes por el control de Stalingrado. En la medida en que la guerra avanzaba el auditorio fue creciendo en número y en fidelidad. Primero llegaron los pastores cristianos, luego los sacerdotes católicos y, por último, el propio alcalde de la población. Las afueras de la casa de Víctor Abraham se convirtieron en el epicentro del acontecer político de la localidad y hubo que traer sillas dignas para las autoridades y suficientes bancas para las monjas y sus alumnos.

Todo marchaba bien hasta que en 1945 los rusos llegaron a las afueras de Berlín. Don Víctor comprendió que la derrota germana era inevitable. Él estaba a punto de perder a su fiel auditorio y estos quedarían sin su principal entretención. Movido por la compasión decidió inventar contraofensivas alemanas y nuevos desembarcos de los aliados y así prolongó la Segunda Guerra Mundial por varios años más de manera que, al menos en San Andrés, la contienda culminó en 1950. Gracias al monopolio de la radio, sin importar si las historias eran ciertas o inventadas. los habitantes de la isla se mantuvieron apegados a las versiones suministradas por su imaginativo propietario.

Algunos podrán pensar que estos sucesos solo ocurren en el ámbito más cálido del trópico entre palmeras, manglares y mosquitos. Sin embargo, hubo otra guerra que en las alturas de los andes duró treinta años más que en el resto del mundo: la llamada Guerra Fría. Esta fue una lucha entre rusos y norteamericanos por el liderazgo mundial y por el control del alma de la humanidad. Cada bando agitó el miedo al capitalismo o al comunismo. Como no hay felicidad duradera el muro de Berlín cayó en 1989 y la Unión Soviética se disolvió en 1991. Tres décadas después los colombianos, siguieron imaginando intrigas de aeronaves soviéticas que violaban nuestro espacio aéreo y de espías rusos que eran detectados y expulsados del país.

La radio de la guerra fría sigue encendida hoy en Colombia y continúa transmitiendo batallas imaginarias con una potencia lejana en parte por inercia y en parte por compasión. Padura tenía razón: los colombianos estamos locos.

Weildler Guerra Cúrvelo

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