LA COMUNICACIÓN DE ANTAÑO

La comunicación entre dos seres racionales queda proscrita en esta especie de pequeña república de lo sórdido donde sólo tiene valor lo corpóreo, lo sensible, lo superfluo. Todo aquello que pueda asirse con las manos o deleitarse con la piel. Lo fenomenológico, en el más puro sentido aristotélico, elevado a un extraño pedestal sin ninguna pretensión en el universo de lo trascendente. En este extraño mundo de la revolución tecnológica, el nuevo actor dramático tiene plena consciencia de que en el escenario moderno puede mostrar la imagen de sus más excelsos atributos corporales sin mengua alguna de su propia dignidad o, en muchos casos, sin detrimento de un inexistente sentido del pudor. Ya en esta otra versión del teatro antiguo es poco importante la transmisión de las ideas o de los sentimientos en el plano profundamente humano. El fin del protagonista se circunscribe ahora a mostrar su corporeidad en escenas gratas, placenteras o, incluso, sugestivas para el espectador, quien a falta de un coro que exprese con claridad las intenciones más íntimas de estas máscaras silenciosas, debe limitarse a observar, conforme a unos cánones impuestos por la sociedad desde afuera, si resultan evidentes o no, en la escena, los valores estéticos pretendidos por los personajes de esta singular comedia o, por quienes en última instancia, manejan los hilos invisibles en el nuevo arte de la propaganda puesta al servicio de las pulsiones instintivas.

El erotismo como fin último de la imagen. Y, como una extraña involución de las corrientes culturales, pasamos de la gracia virtuosa de los ángeles surgidos de los pinceles maestros de Leonardo a las figuras quiméricas mostradas por las nuevas concepciones de un populacho genuflexión ante el brillo misterioso de las nuevas esculturas de ébano o marfil. Las gárgolas en función permanente de observar la belleza deslumbrante de los comediantes en esta nueva escena, imposible de imaginar, hasta hace apenas unos pocos años. La victoria fugaz de las tinieblas sobre la luz perenne del espíritu. El triunfo de las pasiones primitivas en la gran batalla contra la razón humana.

Idy Bermúdez Daza

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