A un año exacto de la segunda vuelta presidencial, en Colombia se siente ese zumbido que antecede las tormentas políticas. Las fichas comienzan a moverse. Surgen candidaturas extravagantes, nombres con más polémica que propuestas, y relatos que se narran como si la historia de un país pudiera escribirse a punta de memes y testosterona.
Entre esos relatos, hay uno particularmente inquietante: “el tigre que vencerá a Petro”, como si el futuro de Colombia dependiera de una jauría de depredadores.
Pero yo no escribo hoy sobre tigres.
Yo escribo sobre un ave fénix.
Sergio Fajardo.
Matemático. Profesor. Gobernante. Un líder transformador. Decente, justo cuando la decencia parece una desventaja electoral.
A Fajardo lo intentaron “quemar”. Lo dijo Isabel Zuleta sin vergüenza: “Ya a Fajardo lo quemamos”.
Y sí, lo intentaron: con odio calculado, con noticias falsas viralizadas por redes convertidas en cloacas. Una campaña de desprestigio sin precedentes, tan efectiva como inmoral.
Pero no contaban con una variable que siempre subestiman: la dignidad no se extingue, se transforma.
Fajardo volvió.
Más fuerte.
Más sabio.
Y sobre todo, más claro que nunca.
Su palabra de campaña no es una pose.
“Adelante” es su biografía.
Fue adelante cuando Medellín era la ciudad más peligrosa del mundo y él decidió no huir, sino caminar sus barrios, repartir volantes con sus propuestas, tocar puertas, conversar con quienes nadie escuchaba. En los años noventa, mientras muchos se rendían ante el miedo o se encerraban tras los muros del privilegio, él eligió enfrentar el dolor de frente, con zapatos polvorientos y una voz serena que invitaba al diálogo. Fue en las comunas altas, entre jóvenes marcados por la guerra del narcotráfico y familias arrasadas por el silencio, donde entendió que la transformación solo es posible si se hace con dignidad y compromiso con la gente.
Fue adelante cuando Medellín dejó de ser un nombre asociado al terror y empezó a ser ejemplo de esperanza. Como alcalde, cambió la narrativa: no más la ciudad del “no se puede”, sino la de las bibliotecas en los barrios más pobres, los parques educativos, los Metrocables que conectaban no solo puntos geográficos, sino historias humanas. Le apostó a la educación como el verdadero antídoto contra la violencia. Y luego, como gobernador de Antioquia, llevó esa visión a una región entera: más aulas, más oportunidades, más respeto por lo público.
Fue adelante cuando creyó que la política no tenía que ser un lodazal, sino un ejercicio ético y educativo. En medio de la mezquindad del poder, defendió una forma distinta de gobernar: basada en la decencia, la transparencia y el respeto por el otro. Su oficina siempre tuvo la puerta abierta y su vocación siempre fue la de un profesor, no la de un caudillo.
Y es adelante ahora, cuando Colombia atraviesa una de sus etapas más sombrías en materia económica, social e institucional. Mientras otros levantan discursos de odio o se abrazan al todo vale, él regresa con la calma del que sabe escuchar y con la fuerza del que no se ha rendido. No es una candidatura, es una causa. Una que no busca seguidores, sino ciudadanos despiertos, comprometidos y valientes.
Hoy el país está agotado.
Del todo vale.
Del todo se compra.
De los falsos mesías.
Del show permanente y el resultado ausente.
Y ahí, como en los tiempos más difíciles de Medellín, aparece Sergio Fajardo.
No grita. Construye.
No ataca. Propone.
No polariza. Une.
Pero sobretodo con la experiencia de saber gobernar
¿Es perfecto? No.
¿Se ha equivocado? Como todos.
Pero hay algo que lo diferencia: no necesita destruir al otro para creer en sí mismo.
Colombia no está para más ciclos de venganza disfrazados de justicia, ni para más caudillos disfrazados de salvadores.
Necesitamos reconstruir la confianza.
Necesitamos una política decente.
Necesitamos ir adelante.
Y eso no se logra con gritos, ni con odios, ni con tigres amaestrados para el show.
Eso se logra con educación, ciencia, diálogo, y la voluntad de hacer las cosas bien, aunque eso no dé likes.
Sergio Fajardo no es el más ruidoso, pero sí es el más necesario.
Porque Colombia no está para más humo.
Colombia está para levantar cabeza.
Y para eso, Fajardo es la mejor opción.
No porque lo diga yo. Sino porque cada vez más colombianos están recordando una verdad poderosa:
la esperanza también sabe gobernar.
¡Adelante!!
Juana Cordero Moscote
Te amo mucho mami tu discurso estuvo muy bonito y vamos con» la guajira adelante»