Este es un viejo refrán, que por más conocido que sea, nos cuesta trabajo aplicar. Las adversidades no son algo nuevo y los conflictos interpersonales sí que menos, desde los primeros tiempos, Adán y Eva sufrieron las consecuencias de su desobediencia al ser expulsados del paraíso y, Abel, fue asesinado por su propio hermano, motivado por los celos y la envidia.
Tomemos el ejemplo de Pablo, quien aprendió a contentarse cualquiera que fuera su situación; en la abundancia o en la escasez, si tenía hambre o si estaba saciado, en la pobreza o en las riquezas, declarando “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
¿Cómo lograr esto?
Primeramente, no debemos olvidar que nada puede separarnos del amor de Dios. Segundo, y no menos importante, debemos creer que Jehová es nuestro pastor, que nada nos faltará. Mantener una relación con el Padre, es lo que nos dará la fuerza para soportarlo todo, para no perder la fe y la esperanza de que algo mejor vendrá.
Aprendamos a vivir por fe, no por vista, teniendo la certeza que el bien y la misericordia de Dios nos siguen todos los días. Tengamos poco o mucho debemos ser fieles y no alejarnos de nuestro Señor; sea que estemos en angustia o tristeza, no hay que dejarnos llevar de esas emociones. Que nuestra fe no se debilite a causa de los sentimientos negativos, más bien, nuestros sentimientos negativos deben ser ahogados por nuestra fe, a través de lo que pensamos, declaramos y esperamos.
Salir de un mal momento puede tardar demasiado si vivimos de nuestras emociones, caso contrario sucede con la fe, ella nos enseña que Dios no tarda, que siempre llega a tiempo.
Espera pacientemente el tiempo que Dios tiene para cumplir sus promesas, hay fechas que tú conoces, pero sobre aquellas que desconoces, confía en que Dios sabe cuál es el momento justo para recibir lo que tanto anhelas o para que pase aquello que tiene que pasar.
No sean apáticos; más bien, imiten a quienes por su fe y paciencia heredan las promesas (Hebreos 6:12)
Jennifer Caicedo