Nuestra selección Colombia, grupo de jugadores aguerridos, de mucha calidad y un grupo humano de apreciable valor futbolístico moldeado por el técnico Lorenzo, durante 25 días de copa, le entregaron muchas satisfacciones al país y un bien merecido, aunque melancólico, subcampeonato.
Pero el ciudadano colombiano, a excepción de los desadaptados en el estadio HARD ROCK de Miami, volvieron a identificarse con sus valores tradicionales; con su cultura y su identidad; volvieron a sentirse orgullosos de su nacionalidad, de sus costumbres, de las tradiciones regionales, de su etnia y sus valores: la resiliencia de los jugadores para resistir a la presión y el juego fuerte, la honestidad para sortear dificultades jugando limpio, el respeto por el contrario, la entrega, el sacrificio y la humildad cuando se daban los buenos resultados. Es que este país, durante la Copa América se olvidó de las trapisondas de la corrupción; de la inseguridad y las extorsiones; se olvidó de los liderazgos nefastos y los pésimos ejemplos que día a día nos presenta un gobierno que parece empeñarse contra la riqueza de un país, contra sus libertades, contra su porvenir, mientras avasalla la alegría y el optimismo colectivo.
Unas semanas atrás en el panorama político, aparece un refrito de muy mala recordación, precisamente: Juan Fernando Cristo, el “manejador” del FAST TRACK, figura ajena e incómoda dentro de nuestro ordenamiento constitucional, para desconocer fraudulentamente un mandato claro del pueblo en aquel Referéndum por el NO, que le otorgó beneficios políticos insospechados a un grupo terrorista que hoy legisla. Al mismo nuevo ministro del interior, también le tocó capitanear la oscura época de Odebrecht del presidente Santos, su mentor y promotor, así como foguearse en la escuela samperista, en los recordados escándalos de la financiación de aquella campaña presidencial por el cartel de narcotraficantes de Cali, que mantuvo en vilo la institucionalidad del país por varios años y que, finalmente, dejó airoso y por fuera de la justicia penal al elefante presidente.
De ese talante es la experiencia y la formación política de este nuevo integrante del “Cambio”, que aspirará, en asocio y bajo acuerdos engolosinados con la clase política tradicional, sacar adelante la obsesión petrista de una nueva constitución que lo atornille y lo eternice en el poder, a la mejor usanza Nica-venezolana. Y pensar que hace solo algunos meses, este alfil santo – samperista, había declarado, con argumentos contundentes, que la tal constituyente era un embeleco “inviable”.
A pesar de la impopularidad del presidente; a pesar de su desgaste por el DOSSIER de malos manejos y la corrupción vergonzante de esta administración; y a pesar de los tiempos que no parecen alcanzar, el gobierno del cambio insiste en cambiar lo que no requiere cambio alguno, sino ejecución, método, gerencia pública, transparencia y eficiencia.
El regreso al escenario político y mediático de Juan Fernando Cristo, Ernesto Samper, Juan Manuel Santos, Germán Vargas Lleras, Cesar Gaviria Trujillo y otros sectores del “país político”, nos hace volver a la dura realidad de un gobierno que ha ido entregando las instituciones a una minoría violenta con el disfraz de la “paz total”, y ahora vuelve a reivindicar a una vieja clase política clientelista de la que todos queremos olvidarnos, en una clara intención de afincarse en el poder, provocar una incierta y peligrosa ruptura institucional, quebrantado desde las mismas raíces los poderes públicos, bajo el espejismo de un “acuerdo nacional”.
El Congreso y las altas Cortes, serán la última ratio para preservar nuestra democracia; y por ello, deben actuar con celeridad y contundencia.
Terminó la Copa América y de nuevo, este país se ensombrece.
Luis Eduardo Brochet Pineda