En tiempos de elecciones, cuando las calles se llenan de propaganda, los discursos se multiplican y las redes sociales hierven de polarización, quizás el acto más revolucionario sea simplemente escuchar en silencio y pensar con profundidad. No se trata solo de emitir un voto: se trata de elegir un rumbo, de imaginar el país que queremos habitar y de asumir la responsabilidad que nos corresponde como ciudadanos.
Estamos frente a un nuevo escenario político. Las viejas estructuras tiemblan, los referentes tradicionales pierden fuerza unos y ganan fuerza otros, y crecen nuevas voces que prometen cambiarlo todo. Pero en medio del ruido, urge detenernos y preguntarnos: ¿Cambiar hacia dónde? ¿Con quién? ¿A qué precio?
Este no es momento para decisiones impulsivas. Es tiempo de preguntas profundas:
- ¿Qué tipo de territorio queremos construir?
- ¿Qué clase de país soñamos para las futuras generaciones?
- ¿Estamos eligiendo líderes o simplemente rostros nuevos con los mismos vicios de siempre?
Soñamos con una paz verdadera. No una que se firme en papel y se celebre en titulares, sino una paz que se respire en los barrios, en los campos, en las escuelas y en las empresas. Una paz que traiga oportunidades reales, no solo palabras. Una paz que abrace a todos, sin importar su origen, su clase social o su ideología.
También anhelamos una economía estable y justa, donde el progreso no sea un privilegio para unos pocos, sino una posibilidad para muchos. Donde producir, invertir y generar empleo no se castigue con trabas, impuestos excesivos o desconfianza estatal. Donde los empresarios no tengamos que sufrir en silencio, llevando sobre nuestros hombros la mayor carga económica, mientras se nos acusa injustamente de ser parte del problema, cuando en realidad somos parte esencial de la solución.
- ¿Hasta cuándo quienes apostamos por el desarrollo productivo seguiremos cargando con el peso del Estado, sin un verdadero respaldo?
- ¿Qué tipo de país se construye cuando los que generan empleo deben elegir entre sobrevivir o cerrar?
- ¿Por qué se sigue hablando de equidad mientras las reglas del juego son cada vez más injustas para quienes trabajan, invierten y sostienen el tejido económico?
Un país justo es aquel donde todos pueden soñar sin miedo y sonreír sin culpa. Donde emprender no sea sinónimo de sufrir. Donde pagar impuestos no sea una condena, sino un acto de corresponsabilidad entre Estado y ciudadano.
Es tiempo de elegir con conciencia, de ver más allá de los slogans vacíos o las promesas de última hora. No se trata de votar por el “menos malo”, sino de apostar por propuestas que representen con coherencia nuestros valores y aspiraciones. Y si no las encontramos, quizás sea hora de dejar de delegar y empezar a involucrarnos más activamente en la transformación que tanto reclamamos.
La democracia no termina en las urnas. Ahí apenas comienza. Por eso, este no es un momento para el fanatismo, el odio o la apatía, sino para el pensamiento crítico, la conversación honesta y el compromiso con el bien común.
Escuchar. Pensar. Elegir.
Soñar. Actuar. Defender.
Porque al final, el país que tengamos será el reflejo de lo que decidamos hoy. Y si elegimos bien, quizás podamos mirar hacia adelante con esperanza, y no con resignación.
Fabio Torres “El Rector”