¿APRENDEREMOS LA LECCIÓN?

Colombia es un país formidable. No me canso de agradecer el hecho de haber nacido en estos lares. No nos dejan aburrirnos. Y no precisamente por las abundantes virtudes que derrochan nuestros dirigentes, ni por la acumulación de pendencias que desde el odio y la sinrazón curten las pieles de quienes avanzamos en edad y desesperanza por vivir en paz.

En medio de este zaperoco, soy de los que terminó el 21 de abril con más dudas que respuestas, luego de las extraordinarias marchas que tuvieron un solo norte: protestar contra el gobierno del presidente Petro.

Mis inquietudes no guardan relación con lo que el mandatario haga respecto de ellas, pues si hay algo predecible es su insistente actitud de menospreciar a todo aquel que se oponga a sus planteamientos y propuestas para voltear este país patas arriba. Tampoco giran alrededor de la creciente acumulación de insatisfacciones de todos los sectores de la vida nacional, pues con evidencia irrefutable ya pasamos de los murmullos a los gritos por contener su forma de no hacer gobierno y de ocultar sus ausencias ejecutivas en altisonancias y propuestas vacías de realidad, pero repletas de pugnacidad. No se trata de eso.

Más bien mis vacilaciones son acerca de la capacidad que tengamos como sociedad de aprender de nuestras decisiones, sopesar los hombros sobre los que hemos puesto las cargas de nuestras vidas y entender que mucho de lo que pasa hoy no proviene de una sola circunstancia, sino que se ha construido entre los lodazales en los cuales hemos pasado nuestros primeros y últimos doscientos años.

Era pronosticable que las equivocaciones de los gobernantes terminaran su ciclo en el poder que habían ejercido durante lo corrido de este siglo. No porque no hubiera aciertos, sino porque los errores se pagan caros, cuando de no enfrentarlos con decisión se trata y cuando no se sanean, como no se hizo, las causas fundamentales del poco avance para desterrar la corrupción, alimentar mejor a la niñez, disminuir la desigualdad y hacer el mejor uso posible de cada peso del presupuesto, dinero de todos. Nadie escapa a este grupo, aun cuando no nos cabe igual responsabilidad a todos. Se veía venir. La participación parlamentaria de los partidos tradicionales fue disminuyendo a lo largo de la década pasada, hasta ser reemplazados por el crecimiento impactante de las bancadas congresionales de la izquierda, con muchos desconocidos, impulsados por el discurso feroz de Petro, otrora enardecido adalid de la honestidad. Sin embargo, así como vimos crecer su respaldo en 2022, hoy vemos aumentar el rechazo a su gestión y su carácter.

No podemos considerar de manera aislada la manifestación popular del pasado domingo. Debemos enmarcarla en la seguidilla de acciones y reacciones por el destape de los sucesos de financiación de la campaña del presidente, por el llamamiento a juicio del expresidente Uribe y por las amenazas de saltarse la cerca institucional que cada día hace Petro, que nos hace sentir al borde del precipicio legal.

Mucho de lo dicho lo compartimos la mayoría de los colombianos, aun cuando también subsisten partidarios de la izquierda gobernante que dejan espacio de mejoría a lo innegable de la mala situación nacional bajo el mandato de Petro.

Las grandes incógnitas que anunciaba sobre nuestra capacidad ciudadana van más bien en función de si las lecciones por aprender están lo suficientemente claras, o si seguiremos buscando el ahogado río arriba:

¿Cuántas veces se ha intentado cambiar sin éxito? Esta pregunta cabe para todas las demás.

¿Podremos tener una vida institucional sana con la forma actual de elegir al Congreso colombiano?

¿Estamos tranquilos con la manera de financiar las campañas de todos quienes son elegidos por voto popular, a sabiendas de que los dineros oscuros – ¿alguien se atreve a negarlo? – son los que realmente eligen, desde hace décadas?

¿Se siente la juventud adecuadamente representada en las actuales condiciones de nuestra democracia?

¿A dónde nos va a llevar la decepción con este gobierno por el cambio que no hizo, si no se ven alternativas con liderazgo para abanderar la búsqueda de una nueva Colombia en 2026? De haberlos, ¿qué esperan para asomar las narices y darnos sus propuestas?

¿Resistirá el andamiaje institucional las embestidas furiosas del presidente, que empeoran mientras más se sabe sobre sus transacciones al margen de la ley para subir al poder?

A todas estas, ¿habrá elecciones en 2026?

Carlos Lleras Restrepo alguna vez dijo que Colombia se había descuadernado. Yo diría que, con la tecnología disponible, se ha desconfigurado.

Mientras no haya alternativas, Petro seguirá profundizando su discurso radical, cosa que lo distancia cada vez más de la gente, pero eso no consolida la voluntad de esa misma gente para optar por un camino claro y despejado que nos cambie, sin eufemismos, pero con efectividad, la vida para las próximas generaciones.

Y quien terminó demostrando con lo que hoy se sabe de su elección, muchas de las cuales han buscado, desviaron las fuerzas que irrumpen para buscar cambios en algunos aspectos de nuestra convivencia hacia donde no producían las sacudidas necesarias, o más bien, sacudieron un árbol que dejó caer algunos frutos incomibles por podridos, tanto o más que aquellos que ya habíamos cosechado.

Me refiero a los cambios.

Ha sido duro esto de haber llevado a Gustavo Petro a la presidencia de Colombia.

Nelson R. Amaya

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