COLOMBIA ESCRITA CON SANGRE

Ayer, vagando entre todo lo que redacte hace un año mientras estaba confinada, me topé con este escrito. Estas letras representan la inconformidad que viví hace un año con respecto a la respuesta violenta del gobierno frente a las protestas desencadenadas por el asesinato de Javier Ordoñez y más víctimas del abuso policial. 

En su momento no lo considere lo suficientemente bueno para ser leído y aun no creo que lo sea, pero veo hoy mucho de lo que anhele mientras lo escribía, veo el despertar de un pueblo. Así, que en el último párrafo agregue algunos de los caídos en las marchas del 2021 y se lee así:

“La aceptación de la opresión por parte del oprimido acaba por ser complicidad; la cobardía es un consentimiento; existe solidaridad y participación vergonzosa entre el gobierno que hace el mal y el pueblo que lo deja hacer.”

-Víctor Hugo

 

La Real Academia de la Lengua Española define la palabra masacre como la matanza conjunta de muchas personas que por lo general están indefensas. Y aunque el gobierno actual prefiera usar eufemismos ridículos para referirse a estas atrocidades y suavizar su incompetencia e incapacidad para controlar o gobernar, es imposible no detenerse a pensar en las vidas perdidas antes que la vigente administración presidiera. La historia de Colombia está escrita con sangre, con tanta sangre que hace que vivir en Colombia se convierta en deporte extremo. A parte de que tenemos índices grandísimos de desigualdad, con altos porcentajes de pobreza y las mismas personas llevan en el poder durante años, sumémosle la constante violación de derechos humanos que se vive a diario.

Sin embargo, la pregunta que me he hecho desde siempre es ¿Por qué esta situación persiste? ¿Acaso no hay alguien que alce la voz y diga algo? ¿Por qué todos se quedan callados? Tantas preguntas fueron respondidas cuando entendí el significado de democracia. La democracia se define de la siguiente manera:  Sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes. Cuando entendí que nos correspondía a nosotros los colombianos levantar la voz y hacernos cargo de la situación todas las preguntas cambiaron. ¿Por qué como colombianos estamos en silencio? ¿Por qué solo unos pocos hablan? ¿Por qué a los que hablan los asesinan? ¿Por qué pensar diferente es condenarse a muerte en este país?

Resulta frustrante la idea de que no a todos los colombianos les duele la sangre de los compatriotas perdidos o que no tienen conciencia social para reconocer las injusticias que se presentan a lo ancho y largo del país entero. Sin embargo, debemos analizar qué hay detrás de eso. Y la realidad es que muchos de ellos tienen los ojos vendados y están comiendo de la mano de personajes más grandes que ellos con intenciones dudosas. Es aquí cuando se me hace extremadamente necesario recordar el siglo de las luces, donde la mayoría de edad no representaba un numero sino la capacidad del hombre, de pensar por sí mismo sin dejarse guiar del pensamiento de alguien más, de ser consciente de su propia existencia, de su coyuntura y de las circunstancias, y a partir de ella tomar las riendas de su vida y de las situaciones que lo rodean.

Hasta ahora todos los gobiernos en Colombia han aplicado firmemente el lema: Mantén al pueblo ignorante, dale religión sazonada con fútbol, y lo tendrás atontado pero contento; unos gobiernos con mejores resultados que otros. Por ejemplo, el gobierno transcurrido entre los años 2002 y 2010, generó un impacto tan grande que el pueblo comenzó a idolatrar a líderes políticos, a tal punto de adorarlos e invisibilizar las atrocidades cometidas por este, creando zombies invidentes capaces de defenderlo hasta la muerte.

Pero no solo el gobierno, la prensa que debería ser la encargada de visibilizar situaciones de injusticia e informar a todos los ciudadanos lo que está ocurriendo con el país, responde a intereses de particulares. Llevando noticias suavizadas, cargadas de eufemismos tratando de defender lo indefendible, y lo peor es que están llenos de periodistas cuya misión es lamer el piso por el que los políticos caminan.

Y son los que se atreven a levantar la voz los que se llevan la peor parte. Pues a los que llamamos líderes sociales, aquellas personas que se encargan de la defensa de los Derechos Humanos, de los territorios, del medio ambiente, de la educación, de la cultura en las comunidades de Colombia son a quienes para acallar su voz pidiendo justicia, les dan de comer balas y muerte.

Mas el verdadero peligro está en las personas que callan, porque aquellos que permanecen neutrales en una situación de injustica, están del lado del opresor y son parte del problema. El silencio funciona como aval para toda actuación injusta y cierra el candado de nuestra celda, nos invisibiliza y nos quita las riendas de nuestro país. La Colombia en silencio tiene que levantarse, y es momento justo para citar a Jaime Garzón:

“Si ustedes jóvenes no asumen la dirección de su propio país nadie va a salvárselo”

Colombia está escrita con sangre, sangre de inocentes e indefensos, tanta que sería suficiente como para justificar que la franja escarlata en la bandera tuviera un grosor mayor. Cada una de las letras que escriben Colombia llora lágrimas de horror al ver al pueblo subyugado a los intereses de unos pocos y a la indiferencia de muchos. Pero duele aún más ver a los colombianos: callados, quietos, sometidos en silencio. Por eso cuando la gente salga, cuando digan ya no más, cuando se aburran de las cadenas y estén dispuestos a morir por la libertad y la justicia, no los callen. Que se tomen las calles, los barrios y las veredas. Que se hagan sentir los hijos de Colombia, que el aire este invadido de indignación por cada gota de sangre derramada. Que al unísono se escuche el cantico pidiendo justicia e igualdad. Que se grite el nombre de Anderson, que se grite el nombre de Dylan, de Lucas, Marcelo, Cristian, Yarli, de Nicolás y ¡que se grite por todos! Porque cuando se deje de gritar por ellos, GRITAREMOS DE JUBILO PORQUE SE HIZO JUSTICIA, o se oirá el silencio sepulcral de que han acabado con todos.

Libis Ana Patricia Bolaño Cuesta

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