COLOMBIA Y LA POSVERDAD

Ha tomado importancia en el vocabulario la palabra «posverdad».

Wikipedia la define como: Posverdad o mentira emotiva es un neologismo que implica la distorsión deliberada de una realidad en la que priman las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales.

Y la inteligencia artificial explica: La posverdad es cuando los hechos objetivos tienen menos influencia que las emociones, y las personas tienden a creer aquello que los políticos, los medios de comunicación o grupos de interés usan para manipular la opinión pública.

En últimas es lo que queda como si fuera verdad después de haber sido procesada en los medios institucionales y las redes sociales. (Ese concepto era prácticamente inexistente antes de éstas últimas).

El punto es que la ‘posverdad’ es un producto de narrativas que construyen una mentira en base a unos elementos verdaderos; que en parte en base a interpretaciones, pero sobre todo en base a la divulgación y la repetición de versiones interesadas imponen lo que acaba siendo aceptado como verdad.

Lo característico infortunadamente es que esa transformación en un cuento (a veces negacionista o conspirativista) que no corresponde a la verdad, acaba siendo tomada y produciendo efectos como si lo fuera.

El caso de Colombia es que hemos tenido presente ese fenómeno desde antes de que se llegará a los niveles de poder y de facilidad para manejarla que les dan ahora el avance en los medios de divulgación actuales; y su permanencia no permite tener hoy una visión objetiva del momento real.

El M19 no fue ni tuvo nada que ver con la izquierda y menos con el ‘comunismo’. Fue un movimiento protestatario, no revolucionario, inspirado en un populismo de derecha, no de izquierda, nacido de ideólogos de derecha, sin propuestas de desconocer el Estado ni reemplazar el modelo económico sino solo sustituir a sus dirigentes, sin conceptos como la estatización de los medios de producción, etc.

Petro es y ha sido básicamente de esa línea. Siendo como es, demagogo pero estudioso, ha tenido un barniz de izquierda y simpatiza con su análisis social; pero no tiene ni la estructura ni la convicción de un seguidor de las tesis marxistas. Igual nunca fue propiamente dirigente o de algún alto cargo en ese movimiento, y poco o nada tuvo que ver con la toma del Palacio de Justicia puesto que entonces estaba preso. Tampoco tuvo algo que ver Pablo Escobar.

Eso en cuanto a lo que es el gobierno actual.

En cuanto a lo que aún llaman la ‘guerrilla’ o la ‘insurgencia’ en sus diferentes denominaciones, nada tiene que ver con la oposición a un gobierno o con el objetivo de tomarse el poder (aún menos de hacerlo para ‘implantar el comunismo’). Si existen es porque son fuente de riqueza para unos, de poder para otros, y, ya por inercia ante la situación existente desde hace años, la posibilidad de trabajo y de formas reivindicación de injusticias a veces sociales a veces personales (dignificación ante su entorno o venganza ante sus victimarios)

Algo similar sucede con las ‘Bacrim’ sucedáneas del paramilitarismo: no tiene nada que ver con una lucha ideológica contra un enemigo que ya no existe. Son hoy, al igual que las arriba citadas, estructuras delincuenciales que encuentran un ejército de desempleados y carne de cañón en las condiciones sociales.

No son enemigos ni se enfrentan por su acceso al poder del Estado sino son rivales, competidores por ver cuál se queda con el negocio de la droga.

La posverdad los califica de terroristas por la barbarie de los actos que cometen. Pero no lo son ni por su propósito ni por las razones que condicionan su accionar.

Pero ese es el megamundo de nuestra posverdad, donde el problema alrededor del cual todo gira es el tema de ‘la droga’. Posverdad que nos la han venido imponiendo hasta quedar insertos en una guerra -ya formalizada- porque se está poniendo en peligro la supremacía norteamericana, supuestamente porque los consumidores son víctimas y no culpables de que exista el negocio, y que les sea ya no solo un problema de salud pública sino de seguridad nacional (o racial).

Juan Manuel López Caballero

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