En los 40 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial las tesis Keynesianas del manejo con la inversión del Estado y la Curva de Phillips -que suponía que inflación y desempleo tenían tendencias contrarias- justificaron políticas económicas bajo las cuales el mundo vivió una era de tranquilidad -o tal vez solo una pausa-, pero bajo la cual el crecimiento y la mejora en el bienestar ciudadano fueron paralelos y notables.
Después cayó el muro de Berlín, implosionó la Unión Soviética y apareció la agenda de los triunfadores: el Consenso de Washington, el Neoliberalismo, el imperio del Mercado y la reducción del Estado, la austeridad fiscal y la globalización.
Además, la ciencia económica y la ciencia política que antes produjeron esos frutos fueron reemplazadas por unos avances tecnológicos que nos atropellan y los conocimientos que entonces nos guiaban se volvieron obsoletos.
Hoy el mundo en que vivimos es el de los resultados de los cambios de esos siguientes 40 años. Es angustiante, es deprimente, es estresante. El pesimismo reina y nos acogemos al Carpe Diem, al vivir y aprovechar el presente, pero no en el sentido hedonista de gozarlo, sino en el sentido resignado de aprovecharlo por esperar poco o nada del futuro.
Los valores éticos y sociales de esa época se consideran inconvenientes. Ser pragmáticos es el lema de hoy.
Nada de esto es inesperado. La primera ley de la termodinámica dice que la energía -y hoy sabemos que la materia misma- ni se crea ni se desaparece, solo se transforma. La Segunda Ley dice que lo hace en una tendencia marcada hacia el desorden, hacia el caos. La evolución del mundo y de la humanidad está determinada por eso que es lo que se llama la entropía.
Por supuesto si la humanidad está así enmarcada, igual sucede en Colombia. Tomando cada uno de los aspectos anteriores, el caso de la corrupción, la violencia, la polarización, el deterioro institucional, son de por sí pasos o ejemplos de cuán cerca estamos del desorden total. Se puede decir que poco -o incluso que nada- es achacable solo a las personas. Pero, como en tantas otras cosas, nosotros somos capaces de establecer récords.
Y nada más diciente que el funcionamiento del sistema político.
Es evidente que en lo que respecta a los llamados ‘precandidatos’ prácticamente todos llenan únicamente la condición de desear satisfacer el ego, pero están muy muy lejos de tener las capacidades mínimas para ejercer ese cargo. Unos sin partido para adelantar un gobierno, algunos faltos totales de experiencia, otros sin equipos para administrar lo que se requiere a la cabeza del Estado, prácticamente todos sin programas ni propuestas. Todos buscan figurar en supuestas ‘coaliciones’ sin propósito diferente de oponerse a algo que, como al demonio, sí no existe es necesario crearlo (llámese comunismo, oligarquía, castro chavismo, imperialismo).
Y en cuanto al nivel de caos y la falta de ética política, hemos perdido la capacidad de asombro. Solo así llegamos a casos como el del Dr. Gaviria, quien ha mantenido una dirección espuria e ilegal sobre el Partido Liberal desde hace veinte años, y hoy se descara e intenta ubicar su alineamiento personal buscando un puesto en la extrema derecha, entregándole al Uribismo la colectividad que se ha identificado con la gestión de las reformas progresistas de Colombia, «coalición de matices de izquierda» y vocero de los interés del pueblo que no tiene poder suficiente vocería; delegando en su hijo, como en las monarquías, el poder de otorgar el privilegio de los avales, y asignándole a su hija (quien nunca ha tenido actividad alguna en el Partido o en la política) un puesto en la lista que garantice como Senadora el inicio de su carrera.
Juan Manuel López Caballero

