Jueces 19:1-2 En la época en que no había rey en Israel, un levita que vivía en una zona remota de la región montañosa de Efraín tomó como concubina[a] a una mujer de Belén de Judá. Pero ella le fue infiel, lo dejó y regresó a la casa de su padre, en Belén de Judá…
Esta primera parte del capítulo 19 del libro de Jueces, inicia contando la historia de una mujer que le fue infiel a su esposo y decidió dejarlo y regresar a la casa de su padre.
Una mala decisión que posteriormente genera consecuencias catastróficas. La mujer del levita decide abandonar a su esposo y se va. Es importante analizar este momento en la historia porque es determinante en todo lo que sucedió luego. Y es que hay momentos de nuestra vida en los que no escuchamos a Dios y simplemente decidimos por nuestra propia cuenta, y esto ocurre porque la mayoría de veces nuestra fe se fundamenta en emociones y sentimientos, más que en los principios y la verdad de Dios.
No juzgo a esta mujer, no se relatan las razones de su decisión y es posible que tuviera todas las justificaciones humanas para hacer lo que hizo, lo cierto es, que cuando se toma una decisión grande o pequeña debemos procurar el consejo de Dios. Por ello la palabra de Dios dice que encomendemos a El nuestro camino y El allanará nuestra senda. Proverbios 16:3.
Continuando con este relato, el esposo de esta mujer decide ir en su búsqueda. Jueces 19: 3 cuando su esposo fue a verla para convencerla de que regresara. Con él llevó a un criado suyo y dos asnos. Ella lo hizo pasar a la casa de su propio padre, quien se alegró mucho de verlo.
Ya estando en la casa del suegro, el hombre ansiaba devolverse rápidamente a su casa con su mujer. Ese era su plan, pero Dios estorbó sus planes a través de su suegro. Por lo que acontece luego, estoy convencida que, en su infinita compasión, Dios trataba de guardarlo a él, a su mujer y a su criado, del peligro. Para ello Dios uso a su suegro, quien logró retrasarlo por cinco días, pero luego el hombre se desesperó y decidió irse, no quiso quedarse otra noche más y se fue con su mujer y su criado.
Jueces 19:5-10 Su suegro, padre de la muchacha, lo convenció de que se quedara y él se quedó tres días comiendo, bebiendo y durmiendo allí. Al cuarto día madrugaron y él se dispuso a salir, pero el padre de la muchacha dijo a su yerno: «Repón tus fuerzas con algo de comida, luego podrás irte». Así que se sentaron a comer y a beber los dos juntos. Después el padre de la muchacha le pidió: «Por favor, quédate esta noche para pasarla bien». Cuando el levita se levantó para irse, su suegro insistió de tal manera que se vio obligado a quedarse allí esa noche. Al quinto día madrugó para irse, pero el padre de la muchacha dijo: «Repón tus fuerzas. ¡Espera hasta la tarde!». Así que los dos comieron juntos. Cuando el hombre se levantó para irse con su concubina y su criado, su suegro, que era el padre de la muchacha, le dijo: «Mira, está a punto de oscurecer y el día ya se termina. Pasa aquí la noche; quédate para pasarla bien. Mañana podrás madrugar y emprender tu camino a casa». No queriendo quedarse otra noche, el hombre salió y partió rumbo a Jebús, es decir, Jerusalén, con sus dos asnos ensillados y su concubina.
A todas estas, la historia no cuenta si el hombre le oro a Dios para tomar cualquiera de las decisiones que tomó, sobre todo considerando que, este no era cualquiera, era un levita. Era miembro de la tribu de Leví, quienes fueron designados por Dios, para ayudar a los sacerdotes en el servicio del templo y el tabernáculo. Aunque, no eran sacerdotes, desempeñaban una función importante en el culto y la adoración a Dios.
Por esta razón, pudiera pensarse que este hombre debería haber tenido una relación estrecha con Dios, por el lugar que ocupaba en el templo. Sin embargo, hizo planes y en su desesperación no pudo percibir las señales de Dios, para evitarle a él y a los suyos un mal destino.
Cuenta esta historia que, hasta el siervo de este hombre, le aconsejó quedarse a pasar la noche en Jebús, que fue el lugar hacia donde habían encaminado su rumbo inicialmente, pero en su terquedad el hombre no escuchó al siervo y decidió ir a dormir en otro lugar.
Jueces 19: 12-15 Cuando estaban cerca de Jebús, casi de noche, el criado dijo a su amo: —Vamos, desviémonos hacia esta ciudad de los jebuseos y pasemos la noche en ella. Pero su amo respondió: —No. No nos desviaremos para entrar en una ciudad extranjera, cuyo pueblo no sea israelita. Seguiremos hasta Guibeá. Luego añadió: —Ven, tratemos de acercarnos a Guibeá o a Ramá y pasemos la noche en uno de esos lugares. Así que siguieron de largo y al ponerse el sol estaban frente a Guibeá de Benjamín. Entonces se desviaron para pasar la noche en Guibeá. El hombre fue y se sentó en la plaza de la ciudad, pero nadie les ofreció alojamiento para pasar la noche.
Él tomó decisiones improvisadas, durante todo el camino, en su obstinación no discernió lo que le sobrevenía. Así nos sucede, muchas veces Dios usa a los que están a nuestro alrededor, a los que menos esperamos, para prevenirnos, para incomodarnos o aconsejarnos, pero en nuestro orgullo seguimos nuestro propio consejo.
En lugar de llegar a Jerusalén, donde talvez el criado tendría conocidos, un lugar más confiable para descansar, este hombre decidió aventurarse hacia un lugar que resultó nefasto. El tipo estaba confiado de sus propios recursos, el pobre incauto no sabía dónde se estaba metiendo.
Jueces 19:18-19 El viajero respondió: —Estamos de paso. Venimos de Belén de Judá y vamos a una zona remota de la región montañosa de Efraín, donde yo vivo. He estado en Belén de Judá y ahora me dirijo a la casa del Señor, pero nadie me ha ofrecido alojamiento. Tenemos paja y forraje para nuestros asnos, y también pan y vino para mí y para tu sierva, y para el joven que está conmigo. No nos hace falta nada.
Sin embargo, un habitante de ese lugar sin advertirle el peligro los acoge y los lleva a su casa. Pero esto no evita el peligro.
Jueces 19:20-24 —En mi casa serás bienvenido —dijo el anciano—. Yo me encargo de todo lo que necesites. Pero no pases la noche en la plaza. Así que lo llevó a su casa y dio de comer a sus asnos y, después de lavarse los pies, comieron y bebieron. Mientras pasaban un momento agradable, algunos hombres perversos de la ciudad rodearon la casa. Golpeando la puerta, le gritaban al anciano dueño de la casa: —¡Saca al hombre que llegó a tu casa! ¡Queremos tener relaciones sexuales con él! El dueño de la casa salió y dijo —No, amigos míos, no cometan tal perversidad, pues este hombre es mi huésped. ¡No cometan con él tal infamia! Miren, aquí está mi hija, que todavía es virgen, y la concubina de este hombre. Voy a traérselas ahora, para que las abusen y hagan con ellas lo que bien les parezca. Pero con este hombre no cometan tal infamia.
Honestamente, pudiera haberme enfocado, en la maldad de los hombres de Benjamín. Por qué, así como en ese tiempo, en la actualidad, la maldad del hombre se ha multiplicado; pero también creo firmemente que Dios guarda a sus amados del peligro. Por ello vivimos momentos en los que no entendemos ¿por qué no nos invitaron a una fiesta?, ¿porque al carro se le espichó la llanta, justo cuando estábamos más apurados?, ¿por qué nos despidieron de ese trabajo?; hay momentos en los que Dios entorpece nuestros planes, pero no entendemos por qué pasan las cosas y en lugar de detenernos y preguntarle a Dios por qué camino debemos seguir, insistimos en caminar en la dirección incorrecta y lastimosamente como en esta historia el final es desastroso.
Al final de esta historia, el levita decidió salvarse asimismo y entregarles a estos hombres malvados a su mujer. Si volvemos al principio de la narración todo comenzó con una mala decisión que tomó la concubina de este hombre y al final, la consecuencia fue desgarradora. Y si se lee el capítulo 20 de Jueces, veremos como una mala decisión desató una guerra terrible al interior de las tribus de Israel.
Jueces 19: 25- 30 Aquellos perversos no quisieron hacerle caso, así que el levita tomó a su concubina y la echó a la calle. Los hombres la violaron y la ultrajaron toda la noche, hasta el amanecer; ya en la madrugada la dejaron ir. Despuntaba el alba cuando la mujer volvió y se desplomó a la entrada de la casa donde estaba hospedado su marido. Allí se quedó hasta que amaneció. Cuando por la mañana su marido se levantó y abrió la puerta de la casa, dispuesto a seguir su camino, vio allí a su concubina, tendida a la entrada de la casa y con las manos en el umbral. «¡Levántate, vámonos!», le dijo, pero no obtuvo respuesta. Entonces el hombre la puso sobre su asno y partió hacia su casa. Cuando llegó a su casa, tomó un cuchillo y descuartizó a su concubina en doce pedazos, después de lo cual distribuyó los pedazos por todas las regiones de Israel. Todo el que veía esto decía: «Nunca se ha visto ni se ha hecho semejante cosa desde el día que los israelitas salieron de la tierra de Egipto. ¡Piensen en esto! ¡Considérenlo y dígannos qué hacer!».
Lo que se puede aprender de esta historia es que cualquiera que sea la decisión que vayamos a tomar, debemos fundamentarlas en principios bíblicos, buscando siempre hacer la voluntad de Dios y no la nuestra. Todas nuestras decisiones debemos tomarlas en calma y con la mente clara, libre de emociones o sentimientos que puedan influenciarlas. Para tomar buenas decisiones la biblia nos instruye:
- No nos precipitemos. “El prudente mide bien todos sus pasos” Proverbios 14:15. Si nos apresuramos a tomar una decisión, es posible que pasemos por alto detalles importantes. Así que es preciso tomarnos el tiempo para pensar, qué es lo mejor. 1 Tesalonicenses 5:21 Pónganlo todo a prueba, pero quédense nada más con lo bueno.
- No nos dejemos llevar por emociones.Confiar en lo que nos dicta el corazón es peligroso. Proverbios 28:26 El necio confía en sí mismo; el sabio se pone a salvo. Jeremías 17:9 Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo? Por esto no es bueno tomar decisiones con la cabeza caliente, enojados, desanimados, deprimidos, cansados o muy felices. Proverbios 24:10 Si en el día de la aflicción te desanimas, muy limitada es tu fortaleza.
- Pidamos a Dios sabiduría para decidir. Santiago 1:5 Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie. A Dios le encanta que le pidamos, máxime cuando le pedimos su sabiduría, porque eso nos evitará meternos en problemas. Por eso, “Jehová es quien da sabiduría; de su boca vienen conocimiento y discernimiento” Proverbios 2:6.
- Escudriñemos nuestro manual de instrucciones. La Biblia dice que “el que es sabio escucha y recibe más instrucción” Proverbios 1:5. Así que para tomar una buena decisión hay que investigar bien y el mejor lugar es la palabra de Dios. Él siempre sabe lo que es mejor, él lo ve y lo conoce todo. Así que El siempre tendrá los mejores consejos. Proverbios 15:22 dice: Cuando falta el consejo, fracasan los planes; cuando abunda el consejo, prosperan.
- Analicemos todas las opciones posibles. Luego de hacer todo lo anterior, debemos analizar todas opciones, los pros, los contras y sus consecuencias. Deuteronomio 32:29 ¡Si tan solo fueran sabios, entendieran esto y comprendieran cuál será su fin! Proverbios 22:3 El prudente ve el peligro y busca refugio; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias.
Es probable que en algún momento de nuestra vida hayamos tomado malas decisiones, pero el consejo de Dios hoy es claro. Él es tan bueno que como en esta historia nos retrasa los planes, nos incomoda y tal vez lo único que necesitamos es hacer un alto y pedirle al que todo lo sabe su instrucción para no tener un mal fin.
Por esto, si antes te has equivocado y aun vives las consecuencias, Dios te espera con brazos abiertos para usar eso a tu favor. Lo que no puede seguir sucediendo es que no incluyas a Dios en la ecuación, hazlo parte antes de, no después de.
Concluyo con esta frase que dice: “La vida es la suma de todas tus decisiones”.
Entonces, ¿qué harás hoy?” —Albert Camus