DE CARNAVAL & CAMPAÑA…

Tal vez coincidamos ustedes y yo en afirmar que el Presidente ya no está gobernando el país, como es su responsabilidad Constitucional y Legal, porque se ha dedicado a buscar la manera de “quedarse en el poder”, y con ese propósito ocupa todo el tiempo necesario en la búsqueda de formas y atajos que le permitan hacerle el quite a la Constitución y la Ley para hacer las maniobras que sean del caso para lograr “lo que quiere” -que no necesariamente lo que el país necesita-. Porque una cosa loable sería verle luchar por aquello que como Estadista y Jefe de Estado cree y considera que necesita el país, en cuyo caso se lo podría ver en tareas intensas para restablecer la soberanía del Estado sobre el territorio y consolidar la paz; o tal vez en el estudio continuo de  formas para reducir el  gasto público y  ajustar el esquema tributario para superar el déficit fiscal y reducir la deuda; o quizás en el análisis de nuevas políticas públicas para impulsar la reindustrialización nacional y generar más empleo y riqueza para beneficio de todos; o revisar el modelo productivo y promover un nuevo despertar para el agro y nuevos horizontes para la vida en las regiones; o por lo menos ocuparse delos dolores que sufren los sistemas de salud, el sistema energético, el sistema de educación, la educación superior y tecnológica, el sistema  pensional y  en general casi toda la estructura del Estado.  

Si eso fuese así, sólo a título ejemplo, habría Presidente y nadie diría nada, pero la realidad evidente es que parece más importante ocuparse de asuntos relacionados con sus propósitos personales y caprichos de poder, como ese de la “consulta popular”.  Aunque lo niegue, detrás de este asunto está su reelección, a pesar que alguna vez dijera que no era de su interés, asunto éste que ha sabido colocar en manos de sus seguidores para que no crezca la idea que es él mismo quién trata de cambiar las reglas de juego, sino que “es el pueblo” quién reclama su permanencia y que él, en consecuencia, “se debe al pueblo”.  El proceso va en marcha y él lo sabe, y poco se ocupa de ocultarse o tomar distancia para que no se fije la noción que manipula “su pueblo” para favorecerse a sí mismo, lo cual puede ser prueba de cinismo y exceso patológico de autoconfianza.

Pero lo está haciendo, y ello configura una realidad que no se puede ignorar, y lo hace acudiendo a una forma de carnaval y comparsa con el que pretende ocultar el verdadero sentido de la acción, que esconde detrás de la protesta social por la fallida “consulta” el propósito de fondo, cual es el de modificar la Constitución para abrirse camino hacia   las elecciones 2026. Es un hecho, el Presidente está en campaña, colocándose en abierto desafío a la Constitución Política y la Ley. De allí que no se vea extraño que invite al “pueblo”, aquel al que cree poder manipular a su gusto, a que se alce en rebeldía y se declare en “huelga general” para apoyar la “consulta” que fracasó en su primer intento, y respaldar de paso la medida Constitucional que deje libre el camino hacia la prolongación de su mandato y, por qué no, la reelección. Todo este teatro se acaba de poner en marcha en Barranquilla. 

De allí deviene entonces la necesidad de “colocar al pueblo” por encima de Constitución para que el carnaval del Presidente tenga éxito y arroje el rédito político esperado. Se trata, nada más y nada menos, de ese famoso “poder constituyente” del que viene hablando hace más de un año, porque la modificación de la Constitución se sugiere como un paso obligatorio en la ruta del poder, tal como pudo estar escrito en el “manual político” que dejó el difunto Comandante Hugo Chávez. Esa es la chispa de vida que ha dado origen a la “consulta popular”, aquella de la que también dijo alguna vez que no haría, pero que viene a ser el instrumento que le va a dejar el país entero en sus manos. Eso lo tiene muy claro el Presidente. En tal condición, pasan los días y se lo ve más decidido a faltar a su palabra original con tal de dar paso a lo que más le importa: imponer su voluntad.  Y si tiene que hacerlo en contra del país, así lo hará.  Y si tiene que dividirlo y llevarlo al borde de una guerra civil, así lo hará, no sin antes ocuparse de hablar a sus anchas en contra de lo que él llama “el capital”, “la oposición”, la “oligarquía”, “los ricos”, que son enfoques de su doctrina radical que reposan en las canecas de basura desde hace siete décadas. Pero el hombre tiene convicción, y ello le permite hablar sin asco contra los empresarios, o sea, los dominadores del capital y opresores del trabajador, a quienes acusa de ladrones y delincuentes; y contra las instituciones, como burocracias cobardes plegadas a la voluntad del capital; y contra todo el que se atraviese en su camino, porque lo ve como enemigo en su camino hacia el poder absoluto. Y en medio de esa dinámica paranoica, pasan los días s in que el Presidente se ponga al frente de su equipo de gobierno para orientarle hacia propósitos de relevancia nacional, sólo hacia los suyos, debilitando así la posibilidad de conducir el esfuerzo de buenos funcionarios hacia metas reales de cambio – según son graves y urgentes las necesidades del país –. El resultado es que no logra dirigir  la acción del Estado en el marco de una gestión coherente, ojalá orientada a los ejes más críticos para el desarrollo del país,  sino que al contrario lo critica todo el tiempo, como si no fuera él el primer responsable, con un efecto perverso adicional ligado a ese sentimiento de reproche que inunda las instituciones; tampoco  inspira  el Presidente el trabajo cooperativo, como ya se ha hecho evidente en los nefastos consejos de Ministros elevados a la categoría de “realities”, sino que al contrario divide y promueve la discordia entre ellos y las instituciones; tampoco se lo ve al Presidente ponderando el valor de la institucionalidad que garantiza la estabilidad del Estado, fundada en la soberanía y separación de poderes,  por si acaso la reconociera,  porque no confía en ellas ni en su desempeño, y no oculta para nada el fastidio que representa para sí el no tener control absoluto sobre todos ellos.  

Sólo así, al amparo del “poder popular”, podrá justificarse y sostenerse el carnaval de campaña que se puso en marcha, así como la francachela de gasto y despilfarro que se ha desatado para respaldar la “consulta” y abrir la ruta hacia el 2026. El Pacto Histórico, dicho lo anterior, se ha puesto en Campaña con los recursos del Presupuesto Nacional.  Ya se sabe que no tienen en el Gobierno ni un ápice de vergüenza para despilfarrar recursos, así que aplicarán lo que sea necesario para movilizar las masas que creen necesitar para “llenar de pueblo” cualquier acto público en el que el Presidente quiera lanzar explosivas arengas contra el Congreso, las Instituciones y el país que trabaja y produce lo necesario para sostener la vida de todos.    

El Presidente entendió finalmente que no podía enfrentarse a “pulso limpio” contra el Congreso y contra las Cortes, de tal modo que optó por infiltrarlos. Por si acaso se ve exagerada esta afirmación, tratemos de explicar qué clase de trabajo vino a hacer Benedetti en la Plenaria del Senado cuando se discutió la viabilidad de la “Consulta”. Imaginen ustedes cuántos Senadores votaron por el “Si” amenazados por este personaje.  Y más aún, como quiera que el asunto que viene es de orden Constitucional, había que colocar “refuerzos” al interior de las Cortes, así es que corresponde explicar el nombramiento que acaba de hacerse en la Corte Constitucional de un Magistrado que ha sido Defensor de oficio del Presidente Petro desde los tiempos en que anidó en la Alcaldía Mayor.  ¿No sienten un raro hedor de componenda?

Eso de gastar dinero a manos llenas pareciera que fuera esa una de las esencias del mensaje de “el Cambio”. Pareciera que desde la llegada del Pacto Histórico los dineros del erario público “no van ya a las manos de los poderosos de siempre”, sino que ahora “se la reparten y gastan” los nuevos inquilinos de la Casa de Nariño. Son recursos de la Nación, Presidente, no lo olvide, y son los mismos recursos “del pueblo” que sirven ahora para atender el desaforo del carnaval político que se armó para dar gusto a su capricho de poder. El espectáculo grotesco de Barranquilla ¿quién lo pagó? Los cabildos y movilizaciones que han de venir por orden Presidencial, que de seguro serán muchos, ¿quién los va a pagar?  ¿Es de ese modo como el Gobierno “trabaja duro” para controlar el gasto público y reducir tanto el déficit fiscal como la Deuda externa?  No sabemos si existe, o llegue a existir algún día, un informe preciso, confiable, de cuánto ha sido el gasto acumulado desde el Gobierno Nacional para costear las movilizaciones que está ordenando el Presidente para llenar de “pueblo” las plazas en donde quiere echarse un discurso lleno de alegorías, mariposas amarillas, ficciones y viajes al infinito y más allá, pero no podemos ser menos que pesimistas con relación a  las cifras escandalosas que puede alcanzar ese gasto, simplemente para “ponerle público” al Presidente.

Pero bueno, aceptemos que el Presidente tal vez sí haga la tarea de Gobierno, pero con un desgano evidente, tomado en cuenta la secuencia de hechos, incumplimientos, desplantes, equivocaciones del día a día que demuestran lo contrario a una buena gestión. A lo único que le corre el Presidente es a los viajes porque ellos parecen darle el más alto grado de satisfacción personal, y quizás le ayuden a descansar de tantas facetas de su tarea que no se le acomodan bien y le agobian. No parece que sean muchas las invitaciones de gobiernos serios y destacados del mundo, y las que ha recibido son el resultado de un consagrado y agotador trabajo de Cancillería, de tal modo que son en realidad pocas las opciones que le quedan al Presidente para sacar pecho ante sus colegas del mundo. Aun así, si se diera el caso, no está bien que se haya hecho costumbre “llenar el avión” de toda clase de oportunistas que conforman tremenda comitiva y le cuestan al país una fortuna cada vez.  No es necesario semejante despliegue para proyectar una imagen de capacidad y solvencia. Claro que no se discute la necesidad estratégica de los viajes de Estado, porque en ello se centra una parte importante de la tarea de Gobierno, pero sí reclamamos para nosotros la posibilidad de cuestionar el costo que representa el frenesí viajero para el país, que no pasa por sus mejores momentos fiscales.  

Entonces, no tiene mucho sentido que se retenga el giro de recursos de la Nación para el sistema de salud, o las obras de infraestructura ya contratadas y en proceso de avance, o las necesidades de gasto fiscal en los municipios, … si por el otro lado tiene el país una bolsa rota para derivar recursos que van a atender la francachela desbordada del carnaval político que se ha desatado, o para los viajes por el mundo.  Se escucha decir, por ejemplo, que no se gira la plata a las entidades de salud para que “no caiga en las manos de los ricos de siempre, porque es un recurso que pertenece al pueblo”, mientras que sí se entregan cantidades escandalosas de recursos, que también son del pueblo, para financiar gastos desbordados del Estado. ¿Hay una cosa que está mal y hay otra que está bien? Podemos conservar algo de duda al respecto, pero lo que no podemos ignorar es el interés nunca oculto de dejar los anclajes necesarios para que el esquema “progresista” que encabeza el Presidente Petro prevalezca en el Gobierno. Puede ser que al final no sea él personalmente, por afortunada circunstancia, pero sí podrían ser los hombres y mujeres que le siguen.  ¿Quién entre todos ellos le está hablando de cerca al Presidente para llevarle por este camino directo hacia el desastre?

De ese tenor sería el problema que viene.

 

Arturo Moncaleano Archila

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