Escoger bien el próximo presidente de la República es vital para el futuro de nuestros hijos, para el futuro de Colombia. Cuatro años más de gobiernos de izquierda serían un desastre en todos los frentes.
Han demostrado ser incompetentes y mediocres. No saben ejecutar. Toman decisiones por razones ideológicas y politiqueras, no porque sean las mejores, las que más convengan a los colombianos. Exprimieron a los ciudadanos con una tributaria infame y espantaron la inversión, indispensable para el crecimiento sostenible. Derrochan sin freno y tienen al país al borde de una crisis fiscal sin precedentes. Mataron a Ecopetrol, la fuente principal de ingresos de la Nación y de los departamentos. Obligaron a importar gas, con un costo altísimo para los más necesitados. Destrozaron el sector minero. No hay una sola obra de infraestructura que puedan mostrar. Desmontaron de manera criminal el sistema de salud que, aún con sus problemas, aumentó la cobertura al 99% y permitió que el más pobre de los colombianos pudiera acudir a los mismos médicos y hospitales que el más pudiente. Nos entregaron a los criminales. Estamos en manos de los bandidos y mientras tanto la Fuerza Pública está en ruinas. Vivimos entre asesinatos, secuestros y atracos e inundados en coca como nunca antes. Usan la inteligencia del Estado tanto para perseguir a los opositores como para ayudarle a los violentos. Gobiernan para unos pocos, los suyos, y nada les importa la mayoría. Si la corrupción está incrustada en las costillas de la estructura estatal, jamás ha habido tanta y tan extendida como ahora. Se roban hasta los inodoros. Y la lista de la hecatombe sigue.
Con todo, el peor de los riesgos es el colapso del sistema democrático. Petro probó que nuestra izquierda es carnívora, de aquellas que ganan las elecciones y después gobiernan con fines y métodos autoritarios para erosionar las instituciones, cooptar los otros poderes públicos y quedarse en el poder. No lo consiguieron en estos cuatro años, a pesar de perseguir y asesinar opositores, amenazar a las altas cortes, hacerle el esguince a la Constitución con propuestas de constituyentes espurias y saquear entidades públicas para sobornar congresistas.
Hasta ahora, y a pesar de los sistemáticos ataques desde la Casa de Nariño, la institucionalidad ha resistido. El Consejo de Estado tumba los decretos ilegales, la Suprema juzga a los delincuentes con fuero, la Constitucional frena los asaltos del Ejecutivo a la Carta del 91, el Senado hunde los insensatos y antisociales proyectos de ley del gobierno. Pero si vuelven a ganar, controlarán la Constitucional y ahí sí estaremos perdidos. El eje del sistema democrático está en esa corte.
Petro es vago, perezoso, disipado, desordenado, adicto, mentiroso compulsivo, verborreico. Y es un vanidoso egocéntrico al que las costuras de su ignorancia se le ven a pesar de su afán de parecer culto y precisamente porque no lo es. La memez le aflora una vez y otra y una más. Cepeda es, con mucho, peor. Padece de su misma inclinación autoritaria, comparte sus mismos fines estatizantes y tiene también viejos y profundos vínculos con los grupos criminales. Pero además está bien formado en una ideología esencialmente totalitaria, es disciplinado, sistemático e inteligente. Va a contar, como Petro, con el apoyo de los bandidos. Y tendrá, además, la plata y la colaboración de un gobierno que ha dado pruebas de que no respetará sus obligaciones de no intervenir en política, de ser neutral en el proceso electoral y de dar garantías a la oposición.
Si gana Cepeda se viene el abismo. Por eso, como plantea el expresidente Uribe, necesitamos la unidad del centro a la derecha, de Fajardo a Abelardo. Me temo que, sin embargo, no será posible. Los dos, por razones distintas, coinciden en que no irán en marzo a una consulta interpartidista con el CD, los partidos tradicionales y los independientes. Hoy, van solos a primera vuelta. Una apuesta arriesgada para ellos y para el país. Los demás haremos nuestras tareas. Es nuestro deber.
Rafael Nieto Loaiza

