Gálatas Capitulo 6
Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo. Cada cual examine su propia conducta; y si tiene algo de qué presumir, que no se compare con nadie. Que cada uno cargue con su propia responsabilidad. Gálatas 6:3-5
Al leer estas líneas del libro de Gálatas, me vino a la memoria la parábola del fariseo y el publicano, registrada en el libro de Lucas, en esta enseñanza Jesús relataba que: «Dos hombres fueron al templo a orar. Uno era fariseo, y el otro era un despreciado cobrador de impuestos. El fariseo, de pie, apartado de los demás, hizo la siguiente oración: “Te agradezco, Dios, que no soy como otros: tramposos, pecadores, adúlteros. ¡Para nada soy como ese cobrador de impuestos! Ayuno dos veces a la semana y te doy el diezmo de mis ingresos”» En cambio, el cobrador de impuestos se quedó a la distancia y ni siquiera se atrevía a levantar la mirada al cielo mientras oraba, sino que golpeó su pecho en señal de dolor mientras decía: “Oh Dios, ten compasión de mí, porque soy un pecador”.
Esta historia involucra dos tipos de personas, el fariseo que en ese tiempo representaba la integridad y el conocimiento; por otro lado, el publicano que era sinónimo de pecado. El Fariseo se presentó en el templo, aparentemente iba a orar; sin embargo, vemos que se dirige a Dios orgulloso de sí mismo, exaltando la lista de méritos cumplidos, comparándolos con aquellos que consideraba inferiores a él; sin lugar a dudas el fariseo creía que su oración estaba llegando al trono de Dios, pero lo que buscaba no era el perdón, el favor o el reconocimiento de Dios, porque todo eso era algo que él creía tener. Por otra parte, estaba el publicano, quien se sentía avergonzado, al punto de ni si quiera levantar la mirada al cielo, llegó quebrantado y humillándose ante quien el consideraba tenía el poder de perdonar sus pecados y transformarlo.
Es de suma importancia, considerar estos dos perfiles, dado que actualmente existe una forma de arrogancia muy sutil que está afectando a los creyentes, se ha infiltrado en las iglesias, está destruyendo la fe y la manera de relacionarnos con Dios. Por ello, la exhortación a los Gálatas, también debería llamarnos la atención a nosotros; puesto que muchas veces somos tan presuntuosos, que nos acercamos a la presencia Dios creyéndonos los buenos y condenando las actitudes o acciones de los demás como el fariseo. Nuestra tendencia es presentar ante Dios un listado de quejas de lo que nos hacen los demás, miramos la paja en el ojo ajeno y no nos damos cuenta que en el nuestro hay una viga, por ello el apóstol pablo inicia este capítulo diciendo: “si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde” y aquí es donde radica el meollo del asunto, nos creemos espirituales, algo que puede causar estragos, porque muchas veces confundimos el ser religiosos con ser espirituales. Por esta razón, necesitamos tener claro que una cosa es ser espirituales y otra creer que lo somos.
Creernos espirituales nos lleva a enfocarnos en el actuar de acuerdo a nuestras creencias o lo que consideramos como una verdad; no obstante, la espiritualidad es más bien un proceso que nos lleva a alinearnos con el espíritu santo y la voluntad de Dios, nos permite reconocer que no hay nada bueno en nosotros y que lo bueno que podemos mostrar a los demás es solo por la gracia de Dios y no por nuestras obras.
Dicho esto, cuando nos creemos más de lo que somos, pensamos, hablamos y actuamos como el fariseo, nuestra principal razón para acercarnos a Dios no se concentra en agradarlo, mucho menos reconocer nuestros errores y asumir las consecuencias por los mismos, sino en buscar siempre culpar a otros de lo que nos sucede y victimizarnos. Jesús terminó su parábola diciendo: “Les digo que fue este pecador—y no el fariseo—quien regresó a su casa justificado delante de Dios. Pues los que se exaltan a sí mismos serán humillados, y los que se humillan serán exaltados”
Al respecto, debemos tener cuidado con caer en la auto exaltación. El consejo, tanto del Señor Jesús como del apóstol Pablo, es que examinemos de manera permanente nuestra propia conducta, en lugar de compararnos con los demás para tratar de auto justificarnos. La diferencia entre el publicano y el fariseo fue la actitud al acercarse a Dios, ya que el primero reconocía su necesidad de Dios, reconocía su condición de pecado y se adolecía por fallarle a Dios. Por su parte el fariseo, llegó a Dios ufanándose de lo que había hecho y de lo bueno que era, como si Dios necesitara de ello.
Es importante profundizar en esto, dado que muchos podemos estar cayendo en el engaño de pensar que nuestros actos y estándares nos hacen justos delante de Dios, olvidando que solo por medio de Jesucristo somos justificados; por ello pablo en esta carta a los Gálatas insiste muchas veces en que no son las obras, que no es el cumplir la ley, sino por medio de la fe en Jesucristo que somos aprobados. Podemos orar mucho, ayunar mucho, ir a la iglesia, mostrar un rostro de piedad pero Dios conoce el corazón y sus intenciones, la única manera de crecer a la estatura que Dios quiere es observando nuestras acciones, actitudes y pensamientos a diario; venir delante de Dios, reconocer nuestras equivocaciones y volver a comenzar de su mano; pero si dejamos acumular esa inmundicia entonces vendremos a ser como decía Jesús “sepulcros blanqueados” llenos de hipocresía.
Por otra parte, el apóstol pablo también nos aconseja algo muy importante y es que debemos tener un auto concepto sano, equilibrado y razonable, no debemos permitir que la vanidad y el orgullo se apoderen de nuestro corazón, porque estos son una amenaza para nuestra fe y relación con Dios, por ello recomienda: “Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo.” Y puede ser que creamos que esto no tiene nada que ver con nosotros; sin embargo, tener una autoimagen sensata, nos dará la capacidad de analizarnos, apreciar las situaciones de una manera más coherente y dejar la mala costumbre de compararnos con otros de manera despectiva.
En síntesis, cuando nos sentimos superiores a los demás, podemos caer en la trampa de señalar y menospreciar al otro, lo que sin duda alguna nos llevará a alejarnos de Dios y por ende hacer que otras personas no quieran acercarse a Dios por causa de nuestro mal testimonio. Ciertamente la vanidad y el orgullo se refrenan cuando somos capaces de reconocer que no somos infalibles y que podemos cometer faltas iguales o mayores de las que criticamos en otros, esto es lo que nos mantendrá con los pies en la tierra y nos llevará a no juzgar sino más bien a tener compasión de otros cuando cometan algún error.