DE TUS ENEMIGOS SE ENCARGA DIOS

En 2 de Crónicas 20:1-30, leemos un poco acerca del reinado de Josafat. La nación de Israel se vio amenazada, los ejércitos de Amón, Moab y del Monte Seir marchaban contra Judá, por lo que el rey, aterrado con la noticia, pidió al Señor que lo guiara y ordenó al pueblo que ayunara.

Josafá, en oración, recordó al Señor que Él les había dado esa tierra para siempre, clamó por salvación y confió en su rescate. Como respuesta a esa oración, Dios le dijo que el pueblo no debía temer, que no se desalentaran, que se quedaran quietos y vieran su victoria porque la batalla no era de ellos sino de Él.

Los levitas, quienes eran los sacerdotes pertenecientes a una de las 12 Tribus de Israel, muy a pesar de la situación amenazante, alabaron a Dios y el Rey nombró cantores que caminaron delante del ejército. Cuando comenzaron a cantar, los ejércitos de Moab y Amón, terminaron aliándose contra el ejército del Monte Seir, luego de matarlos a todos se mataron entre ellos. Ni un solo enemigo del pueblo de Israel escapó con vida.

Cuando todos los reinos vecinos vieron como Dios confundió a los enemigos de Israel, que Israel no tuvo necesidad de combatir para destruir a sus atacantes, el temor se apoderó de ellos y el reino de Josafat en ese momento tuvo paz.

Si nos detenemos a reflexionar sobre esta historia, aprendemos de Josafat a entregar nuestros temores a Dios, a pedir su ayuda y a confiar que es mejor que sea Él quien enfrente nuestras batallas y a nuestros enemigos.

Todos los días luchamos contra algo, pero el Señor nos dice que no nos desanimemos ni tengamos miedo porque Él pelea por nosotros y siempre gana. Debemos reconocer que las batallas no son nuestras y que dejar que Él se encargue, antes de pretender salirnos con la nuestra, es un acto de fe con el que le decimos a Dios que confiamos en su protección, ayuda y favor.

En nuestro caminar con Cristo, tendremos enemigos dispuestos a atacarnos motivados por cualquier cosa, pero antes de pensar en contraatacar o dejarnos amedrentar, lo más sabio es buscar la dirección de Dios y entregarle el control de la situación. Mientras Dios se encarga de frustrar cualquier plan que preparan para hacernos tropezar y caer, nuestras manos y nuestra boca deben ocuparse en alabarle en señal de que confiamos que vamos a salir victoriosos.

Oración: Señor, enséñame a confiar en ti, sé que tú tienes cuidado de mí. No permitas que mis labios pronuncien mal alguno y que mis manos maquinen maldad. Te pido que me des sabiduría a la hora de enfrentar a mis enemigos, que nada ni nadie tenga el poder de atemorizarme. Hoy decido alabarte y esperar en ti. Sé que tú destruyes todo plan que levantan en mi contra, que tú vas delante de mí como poderoso gigante enfrentando mis batallas y dándome la victoria en cada una de ellas. Amén.

Jennifer Caicedo

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