Colombia atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia política reciente, y no es por falta de avisos. El gobierno de Gustavo Petro, que llegó al poder bajo la bandera de la “anticorrupción”, y la “justicia social”, ha demostrado ser una mezcla explosiva de promesas incumplidas, corrupción institucionalizada, autoritarismo, verborrea, mentira y odio. Un gobierno bajo un presidente “economista” con políticas erróneas cuando de economizar se trata, hoy bajo la política del derroche ahogan al país, y de ñapa furiosos como buenos sinvergüenzas piden más plata. Lo más preocupante, sin embargo, no son los fracasos de Petro en sí mismos, sino la defensa irracional e incondicional de quienes justifican estos errores bajo la excusa de una lucha de clases que solo existe en los discursos. Estos “defensores absurdos” han logrado elevar la justificación de lo injustificable a un nivel que raya en lo patético, repitiendo narrativas gastadas y fabricando enemigos imaginarios para tapar los graves problemas que enfrentamos. Es curioso cómo los “defensores absurdos», esos fanáticos ciegos de Gustavo Francisco Petro Urrego, prefieren tragarse las consecuencias de las malas decisiones del gobierno antes que admitir su error. No importa que les suban el precio de la gasolina, que les quiten los subsidios de vivienda o que el sistema de salud esté colapsando; ellos seguirán aplaudiendo con fervor casi religioso, como si fueran coprófagos de sus propios ideales. Son nazis en potencia, dispuestos a justificar cualquier desastre con tal de no dar el brazo a torcer. Para ellos, Petro no es solo un presidente: es su dios, su héroe, su mesías. Y en su ignorancia y terquedad violenta, se convierten en los verdugos de su propio futuro, apoyando con sublime devoción la decadencia que ellos mismos sufren a diario.
Desde las fallidas propuestas económicas, las antipáticas conductas antisociales e inmorales de un primer mandatario, hasta los escándalos de corrupción, este gobierno ha demostrado una y otra vez que el supuesto mesías terminó borracho, drogado y deschavetado. Utilizando cortinas de humo a diario, cree que tapa el sol que lo despierta enguayabado. Esta semana una de las mayores mentiras de Petro ha sido su discurso sobre el sector cafetero. Primero se vanagloria de la producción histórica y los buenos precios del café, pero ahora ataca al sector. Lo que no cuenta es que los fondos del café no son del Estado, y su único interés es intervenir otro segmento más de la economía para consolidar el control estatal. De igual forma, Petro no menciona cómo su discurso populista ha desincentivando la confianza del sector privado afectando la economía y el desarrollo, al tomar decisiones de suspender el programa ‘Mi Casa Ya’ y “Mejoramiento de Vivienda”, programas que el expresidente Iván Duque ni en pandemia pensó cerrar a pesar que la diferencia presupuestal de Petro es enorme a comparación; Iván Duque con $350 BILLONES a comparación de Gustavo Petro con $511 BILL, con esa enorme diferencia e Iván Duque nunca se quejó y mucho menos dejó nada desfinanciado. Esto que hace el gobierno en represalia contra el Congreso no afecta a los ricos, mucho menos a los congresistas y familiares, este es un duro golpe que va directo a los colombianos de bajos recursos, pero más grave aún, al sector de la construcción, uno de los motores económicos del país.
El desastre no se detiene allí. La desconexión del gobierno con la realidad internacional es evidente en su política hacia el carbón. A pesar de que este sigue siendo un actor principal en el mercado mundial y una fuente clave de divisas, impuestos y regalías para Colombia, el gobierno ha optado por un discurso anti-carbón que no solo es incongruente, sino que también resulta contraproducente. Mientras países como Alemania reabren plantas de carbón para afrontar crisis energéticas, en Colombia se imponen más impuestos y restricciones que asfixian a la industria. Petro habla de energías limpias, pero en la práctica no financia su desarrollo ni permite la inversión privada en proyectos eólicos y solares, especialmente en regiones como La Guajira, que tienen un enorme potencial en esta área.
El panorama es desolador cuando hacemos un repaso de los logros del “cambio” prometido por Petro. Cancelación de subsidios para la compra de vivienda para los más pobres, una reforma tributaria que iba a afectar solo a los ricos, pero terminó golpeando a las clases bajas y medias, y la continuidad del 4×1.000, una medida que había prometido eliminar. El país también enfrenta una inflación oculta debido a la escasez del poder adquicitivo, aceleración del desempleo a la vista de todo el país y que el DANE oculta con manipulación a momento de pedir a las entidades cifras infladas para maquillar los bajones que el colombiano de a pie siente el día a día. Todo eso mientras que propuestas como bajar el sueldo a congresistas o eliminar las EPS quedaron en el aire. Petro prometió condonar las deudas del ICETEX, construir un tren elevado entre Barranquilla y Buenaventura, desmontar el ESMAD, congelar los precios de la gasolina y acabar con la corrupción en el país. ¿El resultado? Falso, falso y falso en cada uno de estos frentes. Además de las promesas rotas, los errores de Petro han tenido un impacto devastador en la economía. La importación de gas domiciliario se ha disparado por falta de exploración, los jóvenes no tienen acceso a créditos educativos, el valor de Ecopetrol ha caído un 60%, y el sistema de salud se encuentra al borde del colapso. El panorama es igual de sombrío en el sector de las pensiones, donde muchos colombianos verán pronto cómo se diluyen los ahorros privados que representaban su única esperanza de un retiro digno.
La inseguridad en Colombia ha alcanzado niveles alarmantes bajo el gobierno de Gustavo Petro. Los grupos terroristas, que durante años fueron combatidos con firmeza, ahora proliferan con una confianza renovada, amparados por un gobierno que ellos mismos apoyaron y financiaron durante la campaña. En lugar de enfrentar al ELN, las disidencias de las FARC y otros grupos armados, Petro optó por ofrecerles espacio y oportunidad para aumentar su economía ilícita bajo el permisivo beneplácito del gobierno para que recluten, asesinen, extorsiones y aumenten por cantidades alarmantes los cultivos de coca en territorios azotados por la violencia bajo promesas de paz que nunca se cumplieran, bajo la supuesta “Paz Total” que el bajo su discurso de odio desmorona a diario. Estos grupos, lejos de desmovilizarse, han fortalecido su control territorial, expandiendo sus actividades criminales y sometiendo a comunidades enteras a su yugo. La sensación de respaldo tácito desde el poder central ha generado un caos sin precedentes, dejando a los colombianos a merced de la violencia y la extorsión, mientras el gobierno pierde toda capacidad de control y autoridad en amplias zonas del país.
Frente a este desastre, los defensores de Petro parecen inmunes a la realidad. Justifican los errores con ataques al uribismo y narrativas de conspiración que desvían la atención de los verdaderos problemas. Siguen repitiendo como mantra que todo es culpa del pasado, mientras los colombianos enfrentan un presente que se desmorona día a día. Este fenómeno no es casualidad; décadas de adoctrinamiento ideológico por parte de sindicatos como FECODE han moldeado a generaciones que ven en Petro un mesías y en sus críticos enemigos de clase.
El socialismo, presentado por muchos como una opción viable de gobierno, siempre termina igual: los recursos del Estado son utilizados por un grupo reducido para perpetuar su poder, dejando al pueblo en una situación peor que antes. Bajo esta lógica, el socialismo no es más que un crimen contra la sociedad. Petro prometió ser diferente, pero ha demostrado ser un representante más de este modelo fallido.
No podemos permitir que esta narrativa de mediocridad y justificación ideológica siga siendo la norma. Colombia necesita salir de un pasado lleno de engaño, de avivato, de clientelismo politiquero y corrupción y basar el futuro en la transparencia, la eficacia y la justicia. Los colombianos no podemos seguir siendo cómplices pasivos de un sistema que destruye nuestro futuro. La historia juzgará no sólo a los gobernantes corruptos, sino también a quienes, con su silencio o su complicidad, permitieron que los abusos continuaran.
Es hora de exigir un liderazgo que responda a las necesidades reales del país, no a los caprichos de una élite política obsesionada con perpetuarse en el poder. Solo así podremos romper el ciclo de promesas vacías y construir un futuro mejor.
La elección está a oscuras y en nuestras manos está la Democracia y la Patria que solo, y el tiempo para actuar es ahora.
Luis Alejandro Tovar