La gran mayoría de colombianos no ha definido preferencias inamovibles para las elecciones presidenciales que ocurrirán dentro de NUEVE MESES. La lluvia de aspirantes y las cambiantes circunstancias del país dificultan que la gente se quede atada a unos precandidatos que ni siquiera se sabe si van a seguir hasta el final de la contienda.
Algunos se sienten huérfanos sin sus caudillos, desamparados, indefensos y despistados. Unos tomaron partido por Uribe; otros por Petro. Algunos tomaron partido en contra de uno y los otros en contra del otro. Los seguidores de cada lado no son suficientes para ganar las presidenciales. Ergo, el grueso de la opinión nacional sin matrícula hoy será el que terminará eligiendo al presidente 2026-2030. A eso le llaman centro político.
Esta afirmación suena obvia. Pero cuando uno escucha a los precandidatos, al menos a una veintena de ellos, los tiene que mandar a tomar definiciones que le demuestren al elector que no están mamando gallo con su pretensión.
Es difícil hacer campaña sujetos al momento caudillista que vivimos, por cuanto aun cuando disimulen sus inclinaciones, ambos líderes tienen sus preferidos y siempre querrán imponerlos. Lo vimos con Duque, cuando Uribe lo volvió su favorito, disfrazado de consulta interna. Él, sin duda, hizo bien su trabajo, pues dio la talla como precandidato, con buen discurso y argumentación. Luego encaminó a Miguel Uribe Turbay, a quien puso a encabezar su lista de senado, con un mensaje claro para sus adláteres y sus seguidores: por ahí es la cosa. En ambos casos la estrategia era buena: gente joven, fresca, buena habilidad de comunicación, cero resistencias dentro del centro electoral, envueltos en el ropaje de una consulta interna. No sé qué no entienden los otros cuatro pre´s del Centro Democrático, a quienes les brindó la oportunidad de llegarle a la gente y hacerse a un apoyo, hoy frustrado. Los tiros de la mafia y la guerrilla frustraron el buen recorrido que hacía el joven aspirante. Pero ninguno de los pres de ese partido toma fuerza. Y el Uribe que impuso a Santos en 2010, con aprobación de 80% al terminar mandato, no es el mismo que hoy enfrenta las duras batallas jurídica y políticas simultáneas.
Un par de aspirantes se mueven entre dos aguas: Vicky Dávila y Abelardo De La Espriella. Ambos recogen firmas y tienen afinidad con la derecha. Su estrategia de firmas implica que buscan mostrar independencia. La primera goza de amplio conocimiento en la opinión por haberse visibilizado en medios durante mucho tiempo, y el segundo ha sido un abogado penalista y empresario exitoso, declarado uribista hasta las entrañas. Y en los dos casos, quieren acceder al favor de la mayoría de los electores que consideran malo al gobierno Petro. Ambos acuden a confrontación y gran beligerancia antigobiernista, lo cual capta la atención y favorecimiento de quienes no quieren presidentes subalternos sino líderes de su propio mandato.
Ese espejo en el que se miran muchos otros no les está diciendo la verdad. Me recuerdan al gato petulante que ve a un león en su reflejo. ¡Aterricen, señoras y señores! ¡Líen bártulos y despejen el camino para los que pueden ganar una elección muy difícil, muy compleja, como la que enfrentaremos en 2026!
Me atrevo a pedir que hagan una introspección racional. Que desistan de lo no factible, que sean capaces de decir NO ASPIRO, así hieran su orgullo -que es lo que tiene a muchos en esa baraja-. Recuerden que no se elige un cuerpo colegiado.
Les rogamos que guarden sus vanidades para otras ferias. Pensar en Colombia no es ofrecerse como el redentor sin el cual el país no verá claro el horizonte. No. A muchos les tenemos en alta estima, pero su fortaleza y su carácter se demuestra en la renuncia voluntaria y no en la destitución que le apliquen las encuestas. Recuerden que no basta haber hecho una oposición gloriosa. Hay que ganarse el favor de la gente, tener ese gancho que a veces es indescriptible, pero sin el cual no es viable una aspiración, por meritorio que sea el precandidato.
Al voltear a mirar a la izquierda, se observan grandes nubarrones. El lastre del gobierno en ejercicio siempre es pesado, pero en esta ocasión es insostenible. El peor enemigo de ese sector político no es ni siquiera el gobierno: es Petro. Su talante, su desprecio por la estructura del estado, su carga emocional maltrecha de tanto vicio, su proclividad a juntarse con quienes tanto daño le hacen al país, su pretendida alianza territorial con el usurpador Maduro, sus retos a la normalidad, su convicción de que más vale un ministro desigual que un programa que busque una homogeneidad social. La lista crece todos los días. Ni qué decir del divorcio de su presidencia con la base empresarial sobre la que se sostiene este y cualquier país demócrata.
El pitazo del primer tiempo que se jugó en las elecciones territoriales de octubre de 2023 ya marcó un resultado a favor de la sensatez. Colombia se equivocó en 2022, y empezó rápido a corregir el camino.
Tengamos confianza en que se facilite la selección del ungido, para que se asegure la elección del mandatario dentro de apenas nueves meses.
Nelson Rodolfo Amaya