Sin pretender hacer alarde de quien soy, tengo que decir que la deslealtad no es una de mis debilidades, sé lo que se siente ser traicionada, así que procuro mostrarme tal cual soy ante los demás, sobre todo ante quienes me ofrecen su amistad, que sepan lo que soy y no soy capaz de hacer y/o decir, así que, cuando alguien pone en tela de juicio mi lealtad es una ofensa muy grande, es algo que debo tratar, porque Dios nos manda a perdonar y, perdonar la desconfianza me cuesta muchísimo.
Observo cada día que a muchas personas les cuesta confiar en los demás, quizás por inseguridades propias, por cosas que se imaginan, o por cosas reales; pero trato de comprender al desconfiado, tantas heridas que causan los seres queridos, tantas defraudaciones, infidelidades, fallas, abandonos y decepciones puede llevarnos a desconfiar, sin embargo, debemos tener presente que esto afecta enormemente nuestras relaciones interpersonales, familiares, incluso laborales
Confiar o no, es algo que decidimos más por quienes somos nosotros, que por quiénes son los demás, como cristiano debemos aprender a confiar. No podemos caminar tranquilos mientras desconfiamos de todo el mundo, confiar es respectar, es reconocer las virtudes del otro y corregir amablemente sus faltas. Cuando desconfiamos de la bondad, lealtad, transparencia, fidelidad e intenciones del prójimo, también estoy dudando de la bondad, lealtad y fidelidad de Dios. Dice en 1 Juan 4:20 ¿Cómo puede alguien amar a Dios, a quien no ve, y no amar a su hermano, a quien ve?
Aunque es posible ser traicionados, siempre es mejor confiar que herir con nuestra desconfianza el corazón de una persona que tiene buenas intenciones.
Que el Señor nos libre de la amargura que genera la desconfianza, que nuestro corazón sea comprensivo y entienda que hay bondad en los demás y que en sus defectos es posible que nos fallen, pero que en sus fallas podamos ver la imperfección de nuestra propia vida que nos puede llevar también a faltarles a otros. Que en esos momentos en los que nos sintamos traicionados, podamos llevar nuestro dolor a los pies de Cristo sin juzgar. Que cada día podamos reconocer nuestras debilidades y reconocer que a veces somos nosotros quienes fallamos y que ese mismo reconocimiento nos lleve a tener un corazón humilde, abierto al perdón y a la reconciliación, un corazón lleno de amor que rechace sentimientos negativos como el odio, la amargura, el resentimiento o el rencor.
Que el Padre nos ayude a ver su rostro en los ojos del prójimo, que nos conceda la gracia de amar a las personas que nos agradan o nos producen desconfianza, sobre todo nos enseñe a mirar a los demás, no con nuestros ojos, sino desde la perspectiva del amor de Dios.
Jennifer Caicedo