Ya tenemos dos años desde que el Presidente de la República Gustavo Petro logró ser elegido con una mayoría significativa de votos en el pasado debate electoral del 2022. El nuevo Presidente estuvo por encima de 11,2 Millones de votos en segunda vuelta y por encima de 8,5 Millones de votos en primera vuelta, siendo así ganador en ambas rondas.
A todo lo largo de su campaña y durante esta primera mitad de su gobierno se cuidó el Presidente, y se sigue cuidando, de afirmar o dar a entender que su gobierno es una copia de lo hecho en Venezuela por su mentor y admirado maestro Hugo Chávez, sin embargo, hay hechos que le condenan desde el momento en que cae en similitudes bien evidentes que alimentan todo tipo de suspicacias y debates. A Chávez no le preocupaba lanzar afirmaciones confusas animadas en intenciones no tan claras, o anunciar medidas extremas en lo económico y lo político porque sabía de su dominio sobre las instancias de poder en la completa estructura de gobierno, por lo tanto, estaba seguro que todo cuanto dijera e hiciera arrancaría aplausos que fortalecerían su posición frente a las masas populares. Esa poderosa estrategia, ampliamente mediada a través de su famosísimo programa de televisión “Aló Presidente”, en curso del cual no ahorró el más mínimo esfuerzo para presentarse como el “gran Comandante del pueblo”, terminó convirtiéndole en algo así como un dios. Al Presidente no le disgustaba para nada esa figura, por supuesto. Más bien al contrario, le daba la dosis diaria de elogios y zalamerías que necesitaba para alimentar su ego. Cómo quisiera el Presidente Petro gozar de una parafernalia parecida, pero se reconoce que al menos hace el intento a través de su cuenta de X. Allí está el teatro diario del hombre. De allí saca lo necesario para alimentar su deseo infinito de dominar.
Precisamente por esa razón se precipita a hacer desafortunadas afirmaciones y propuestas que generan debate y desconcierto nacional, pero que son, al final, utopías que han madurado sólo en su cabeza y que adolecen de consistencia. Recordemos solamente el famoso tren elevado por el Pacífico hasta Barranquilla. Pero debe darse cuenta el Presidente que en Colombia no sucede lo mismo que en Venezuela, y no goza aquí de “tropas de aplausos” que le adornen y le amortigüen cada metida de pata, razón por la cual ha de quedar siempre expuesto a la crítica autorizada de muchos colombianos que sí saben de qué hablan, viéndose entonces obligado a aclarar su argumento ante la opinión pública o a retirar lo dicho. Menudo problema. A Hugo Chávez no se le quitaba ni un pelo de vergüenza porque se sabía “dueño” del gobierno y por consiguiente dueño del país, por la vía del poder autoritario, de donde sacaba arrestos para hacer lo que le venía en gana, pero aquí no es igual. No se le entregó al Presidente la propiedad sobre el país, ni la autoridad para hacer lo que le venga en gana, sólo se le entregó la autoridad del gobierno y esa se ejerce con estricta sujeción a la Constitución y a la Ley.
Cuando Chávez se dio cuenta que necesitaba más poder, pensó en la necesidad de modificar la Constitución y de allí en la necesidad de “convocar el Poder Constituyente”. En efecto, mediante Referendum de 25 de abril de 1999, primera acción fuerte de Gobierno, logró la aprobación de su reforma a la Constitución de 1961 con el 81% de los votos. Tremenda victoria para comenzar. De allí en adelante todo sería calma y tranquilidad. Aquí en Colombia, el Presidente Petro comenzó muy temprano a hablar del tema, y no porque el país requiera de una nueva Constitución, o de una Reforma a la Carta actual, que eso quede muy claro, sino porque el hombre siente la necesidad de demostrar su poder de convocatoria y probarle al país y al mundo entero que es capaz de emular a su maestro, alcanzando así en la historia el mismo mérito y pedestal. No lo conseguirá, para fortuna de todos.
Cualquier día del año 2005 se despertó Chávez con la inquietud de que la Bandera y el Escudo de su país “eran anacrónicos”, esto es, fuera de tiempo, esto es, pasados de moda. Entonces promovió ante el Poder Legislativo – ya sabemos con qué autoridad- la reforma correspondiente, así es que el 9 de marzo de 2006 se estrenó en Venezuela la Bandera de ocho estrellas y el nuevo escudo con un caballo blanco que ya no miraría hacia atrás, sino que marcharía con su cabeza erguida mirando hacia la izquierda. El “Comandante” se mostró ampliamente complacido ante el mundo. Fue una entrada victoriosa en la simbología de la República Bolivariana de Venezuela, así conocida desde la Constituyente de 1999 por indicación del propio Presidente Chávez. ¿Y por ese camino va el Presidente Petro? El caso es que ya hizo exposición del asunto en los ambientes públicos y ya pidió a una de sus congresistas que presente el Proyecto de Ley en la Legislatura corriente. No es que el escudo de Colombia necesite un cambio para que la vida del país mejore, y se recupere la economía, y mejoren los indicadores de pobreza y hambre, o los niveles de empleo, no, lo que el Presidente quiere es entrar en el mismo podio de su maestro “Comandante” y emular su obra representada en el cambio de los símbolos patrios. Esa aventura está por verse.
Pero también se dio cuenta Chávez que necesitaba dinero para hacer su gobierno, de modo que en abril de 2009 intervino el Banco Industrial de Venezuela, el más grande de la banca pública y el primero después del Banco Central de Venezuela, y más adelante propuso comprar (léase expropiar) la banca del Grupo Santander. Los expertos advirtieron al “Comandante Presidente” sobre la inconveniencia de esas medidas con respecto a la banca y el grave riesgo de desatar inflación galopante, lo cual sucedió en efecto, producto de la dolarización de facto y la pérdida de confianza en el Banco Central. En el 2010 se colocó sobre el 28% y en el 2013, año de la muerte de Hugo Chávez, ya llegaba hasta 52%. (El sucesor en la Dictadura llegó a ver inflación de 130 Mil% en 2018, y en 2023 rayando sobre el 3Mil%).
Petro hizo propuestas de campaña sobre actuar en el Banco de La República, lo cual dio lugar a todo tipo de críticas y advertencias entre los expertos nacionales, y ya iniciado su gobierno no para de lanzar iniciativas cada vez más confusas y cuestionables.
La experiencia de Venezuela no le ha servido de freno. Hoy tiene al país sumido en el debate de convocar “el poder constituyente”, modificar los símbolos nacionales, intervenir las instituciones privadas de la salud, reformar casi todo, porque le parece que todo lo bueno que está en manos del sector privado está mal y que lo correcto, según el sueño de cualquier socialista de ultranza, es que todo lo bueno regrese al monopolio del Estado y, como si fuera poco, disponer del ahorro forzado que se encuentra en los fondos privados para fomentar la producción y reactivar la economía, algo que en manos suyas toma un severo tufo de incautación, o de expropiación. Mientras tanto se enreda su propuesta de Paz Total y su compromiso político con el Acuerdo de Paz en lo que toca al desarrollo rural en los territorios y la protección de la economía del agro frente a la maquinaria criminal de los TLC. ¿Es ésta la minuta del Gobierno del Cambio? ¿Es ésta la ruta hacia la justicia social de la que habla Petro desde que fue Senador? ¿Es esta la ruta en su lucha contra la corrupción, cuando el hedor de la podredumbre invade su gobierno?
Petro no entendió a qué vino al Palacio de Nariño. Tal vez confunde entre lo que él cree y tiene por cierto que le gustaría hacer y lo que el país necesita realmente que se haga. Esa diferencia radical entre los puntos de vista son los que marcan la urgencia para los próximos dos años de gobierno. El Presidente piensa que el mero mensaje muy elaborado y pleno de casta oratoria le sirve para convencer al país, pero no es así, no funciona. Al país le sirve mucho más un trabajo serio y bien ordenado que una perorata continua, como si hablara él con la elocuencia de Chávez, o acaso con la de Maduro, porque así apenas posa de embaucador, de encantador de serpientes, de tramador y embustero. Sólo sus secuaces más cercanos le creen, y sólo ellos le acompañarán en la locura de su “falso gobierno del cambio”. De allí la explicación de cómo trajo corruptos de toda calaña a los espacios de gobierno y los alimenta con recursos de la nación que ya nunca llegarán a las regiones y territorios a cumplir con el propósito noble de la justicia social.
Arturo Moncaleano Archila