Todos hemos tenido afán en un momento de nuestra vida, afán por terminar una tarea, afán por las riquezas, afán por conseguir pareja, afán por ser ascendidos en el trabajo, afán casi que por todo en la vida, afán que nos genera ansiedad, que nos desgasta, que nos amarga o entristece y apaga nuestra fe.
Cuando Dios le dijo a Abraham que sería padre, lo primero que hizo su esposa fue preguntarse cómo sucedería eso siendo ya una pareja de avanzada edad. De alguna manera la comprendo, porque normalmente vemos las cosas desde nuestra perspectiva humana, desde lo lógico y posible, ello es así porque nos cuesta comprender lo sobrenatural de Dios.
Mientras no tengamos claro que todo es posible para el que cree, seremos como Sara, quien en su incredulidad, afán y falta de fe, entregó a Agar a Abraham para que diera a luz un hijo en su nombre, cambiando los planes divinos, que si bien, finalmente se cumplieron con el nacimiento de Isaac, le costó mucho sufrimiento a Sara, pues al quedar Agar embarazada de Abraham, despertó en ella celos y amargura.
Jesús dice en Mateo 7:7: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre”, por eso, debemos apegarnos a la Palabra de Dios y no aferrarnos a lo limitada que puede ser nuestra mente.
Debemos tener la seguridad de que el Padre nos va a bendecir y no echar a perder sus planes creyendo que nuestros métodos son más eficientes que los de él. Pretender hacer las cosas a nuestra manera y a nuestro tiempo, puede provocarnos problemas y dolores que seguramente no queremos y que podemos evitar simplemente esperando el tiempo perfecto de Dios.
Así como lo hizo con Abraham, Dios quiere bendecirnos y que seamos de bendición para otros, pero no basta tener fe, hay que añadirle paciencia para no desesperarnos y así alcanzar cada promesa que él tiene para nuestras vidas.
Recuerda esta bella promesa que está en Marcos 9:23: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”
Jennifer Caicedo