A pesar del acrisolado prestigio que han adquirido los billetes de alta denominación como principales incentivos en las elecciones territoriales de La Guajira, surgen dos agentes de motivación sustantiva, cuyo arraigo no ha sido objeto de desprendimiento por parte de los ciudadanos: el agradecimiento y la solidaridad.
El primero, recibe el título de institución de raigambre propio de la formación piramidal de una sociedad cuasi feudal y decorada con el mando de los señores y la sumisión de los siervos disfrazados de seguidores o admiradores. Un legado sembrado por años por los antojos y caprichos de las bonanzas y la economía subterránea que marcaron el ritmo de los siglos XX y XXI en la península guajira. Y aunque suene a sinónimo de clientelismo, el agradecimiento descansa su somnolencia memoriosa en las almohadas de arquetipo fundacional de nuestro ser, pues no hay habitante del este desierto que no haya sido cortejado con la sonrisa del buen servir de un político o con la conducción silenciosa a las urnas en respuesta a un favor recibido en carne propia o en gracia de algún familiar necesitado. Favores que por demás se convierten en un “cheque en blanco, perpetuo y endosable” en favor del gamonal y de sus herederos, desde hermanos, hijos, yernos o cuñados, con o sin capacidad, para que lo cobren por ventanilla cada cuatro años o cuando un gobernador o alcalde amigo requiera del concurso popular para revalidar su señorío a través de interpuesta persona. Porque como bien lo grita un líder de la provincia “favor con favor se paga y si es con voto, mejor; porque en la vida hay que ser agradecido”. Y así, en esa espiral de agradecer a retazo o gota a gota los beneficios de los agiotistas del poder, los guajiros y guajiras se convierten en una muchedumbre hipnotizada y al servicio del peor de los propósitos: eternizar la desgracia de una tierra que no amerita la suerte que le ha tocado. Una región, que, por demás, no reclama de sus hijos los favores que le brinda. Pues a pesar de ofrecerle tanta riqueza en sus entrañas y superficies, no escatima esfuerzos y sacrificios, y se porta como la mejor madre, proveedora de sustento y dadora de esperanzas a quienes se niegan a emanciparse.
El agradecimiento no se manifiesta en soledad, por lo general se hace acompañar, a distancia de tiempo y lugar, de su hermana menor: la solidaridad. Si, de esa niña obediente y de buen corazón a quien mostramos en el padecer luctuoso o en la desgracia del político benefactor como el aporte más valioso del militante para reconstruir el camino perdido y coadyuvar, a través de la sinergia marginal del sufragio, en el resurgir del ave fénix tras una derrota electoral o un problema judicial. En virtud de ese aporte, tan noble y sincero como las intenciones del buen guajiro, el elector se convierte en socio restaurativo de las causas políticas y por supuesto, en adalid de las intenciones, que, en función de sublimes objetivos, entronizarán Et In saecula saeculorum un sistema que alimentado por la ceguera ciudadana se resiste a desfallecer ante las exigencias de las democracias modernas.
Si en estas elecciones, como lamentablemente se prevé, los hermanos Agradecimiento y Solidaridad se hacen acompañar del señor Dinero, los resultados serán los mismos de siempre, en cabeza de los mismos y en representación de los mismos para producir luego los mismos resultados de gobierno. Es decir, se prolongará la dinastía de la musicalidad danzarina de los favores y la percusión solidaria de un sonsonete del cual no nos cansamos de ser enharinados.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI