En días pasados, la flamante Canciller de la República de Colombia se presentó ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para rendir Informe Oficial de los avances del Gobierno en materia de Seguridad en el territorio, implementación del Acuerdo de Paz y, por supuesto, la lucha contra el narcotráfico y los grupos armados.
Si se observa la citada presentación con algo de descuido y sin aprehensión, podría parecer ésta una declaración con aire victorioso que hace el Gobierno en torno a su desempeño y los logros que acumula con respecto al conflicto interior que azota el país, y de cómo las instituciones y el Gobierno en su conjunto están cumpliendo una tarea heroica para lograr aquel anhelado paradigma de “la Paz Total”, sin embargo, si la observación se hace con cuidado crítico, la conclusión puede ser distinta: que se trata de un intento de enmascarar detrás de las cifras una realidad no tan favorable, simplemente para no dejar en evidencia el escaso papel que cumple el Gobierno en el propósito de “pacificar” el país o, acaso peor, el flaco acumulado de resultados en la lucha contra la delincuencia y el atraso en los territorios en materia de paz, lo cual que deja al Gobierno en precaria posición frente a la Comunidad Internacional.
Comencemos por afirmar que la Ministra lo hizo bien. Se la vio segura, firme, serena y elegante – si se acepta el término-, lo cual habla bien de ella y de la actitud con que supo desempeñarse ante el citado Consejo, que no es precisamente un club de admiradores de Colombia. Pero había que jugar una carta maestra si se quería despertar alguna reacción favorable entre los consejeros hacia la crítica posición de Colombia, lo cual pareciera que se logró en la medida en que el semblante de los allí presentes se hizo menos severo en la medida en la que la ministra completaba su discurso. Se consiguió, así parece, un efecto favorable que es necesario sin duda para avanzar en la dura tarea de conseguir el respaldo del Consejo de Seguridad para mantener –y acaso fortalecer- el apoyo económico de los países en esta lucha interior que sabemos que nos desborda. No podemos ocultar el hecho que jamás podríamos ganar una guerra tan irregular, con frentes de combate que se multiplican a diario, con nuestros propios recursos y en medio de una crisis fiscal como la que enfrenta el país. El mensaje era muy claro y no había espacio para echar pie atrás: el país necesita desesperadamente la ayuda internacional y la Ministra supo dar esa señal, aunque para lograrlo tuviera que mentir.
La política tiene esa particularidad. A veces cuesta reconocer que hay necesidad de ocultar asuntos públicos que son desfavorables, como ese de ir perdiendo esta guerra interior, con tal de mantener la confianza de quienes han venido aportando cantidades significativas de dinero para reducir los factores de disturbio y ganar la guerra. Es una lucha sin descanso contra el avance de los cultivos ilícitos y el narcotráfico, así como el avance de la minería ilegal y el tráfico de minerales, por una parte, y por otra, la lucha contra el atraso en cada rincón del país que sigue siendo escenario de conflicto. De la parte de la Comunidad de Naciones está la cuestión de saber si se sigue haciendo tremendo esfuerzo financiero en favor de un país que no da muestras de ser capaz de superar el conflicto que enfrenta, porque de ello depende su respaldo para recibir más recursos, aspecto éste en el que se enfocó sin duda el ojo observador de los consejeros; y de esta parte, el desafío político de Colombia estaba en convencerles, o demostrar que el país sí está siendo capaz, de donde deriva la necesidad de mentir. El informe de la Ministra nos sirve muy bien de ilustración, porque detrás de una cortina de cifras y figuras se puede ocultar siempre la verdad. Esa técnica de mentir con cifras es muy bien conocida. Poco o nada se saca en claro después que alguien afirma que tal o cual problema se redujo en un tanto por ciento, o que tal meta se aumentó en tanto por ciento, o que los recursos aplicados suman tanto, si con ello no se hace ver la claridad de un resultado expresado en términos de territorios liberados, o municipios recuperados al orden y la legalidad, o personas protegidas, o familias efectivamente amparadas ante la tragedia, o censos de desmovilizados, o indicadores de víctimas, en fin, datos que tengan en el centro la vida de las personas, con clara e inequívoca noción de que tal o cual problema está desapareciendo, o que tal o cual asunto se resolvió definitivamente y que así mejora la vida de las personas y del país. No estamos seguros de cuántos de aquellos consejeros presentes creyeron en el informe rendido por Saravia, pero es mejor no ser optimistas al respecto. Allí está el corazón del asunto. Razón tiene el Gobierno de los Estados Unidos cuando dice que para “certificar” a Colombia necesita ver resultados, no cifras, no intenciones, sólo resultados.
Pues el problema no es cosa menor porque querría decir que estamos al borde de perder el apoyo de la comunidad internacional si la gestión del Gobierno sigue sin mostrar resultados convincentes: aumenta la superficie ocupada en cultivos ilícitos y la acción de la delincuencia organizada; aumentan los ataques contra el Ejército y la fuerza pública; aumentan los atentados contra líderes sociales y defensores de derechos humanos; aumentan los desplazamientos forzados; aumenta el reclutamiento de niños y aumenta la presencia bandas delincuenciales en los territorios. Esa es la realidad que vive el país, no se puede mentir en ello, y se complicará con el paso de los días si el problema no se maneja con la firmeza necesaria. Corresponde al Presidente y toda la estructura del Estado ponerse al frente, pero desconcierta en alto grado el que sea el propio Presidente, como “comandante” de las Fuerzas Militares que es, quien se adelante a prohibir que se tomen iniciativas de ataque y en cambio se cumplan sólo acciones de defensa, todo “porque hay que tratar al enemigo con amor”. ¿Será esta una directriz presidencial para que el aparato militar no haga lo que le corresponde y se dedique mejor a esperar que lo destrocen? ¿Se trata de alguna agenda oculta para debilitar la fuerza pública y permitir que los violentos saquen provecho? Abominable actitud de parte del Presidente, porque vendría a ser responsable de las muertes de tantos soldados que caen en atentado tras atentado, y tantos civiles que caen en las zonas de conflicto bajo las balas de bandas cada vez más poderosas.
No es éste un problema para la Ministra Saravia, quién ha mostrado talante en su tarea y se le puede augurar una carrera política, si es que logra algún día a apartarse de la sombra nefasta del Presidente, y tampoco para el Ministro de defensa, quién también ha demostrado criterio, sino para el Gobierno como un todo y el país entero. Si se reconoce en nuestro fuero interno, allí donde no se puede mentir, que no estamos ganando la guerra contra los alzados en armas y la delincuencia organizada, se impone la necesidad de cambiar de estrategia. Y no es porque no se tenga un Ejército, o cuerpos de Policía en todo el país, y tampoco porque no haya recursos, sino porque la capacidad de operación y respuesta está muy por debajo de la de los enemigos, que además se encuentran ampliamente financiados a la sombra del narcotráfico y la minería ilegal, la extorción y el secuestro. Así, mientras aquellos resuelven en cuestión de semanas la adquisición ilegal de armamento y tecnología, el Estado se toma meses para organizar qué es lo que necesita y se ocupa de superar la avalancha de los trámites legales. Es por eso que les vemos salir a pie al campo de batalla mientras los bandidos andan a caballo, si es que vale la metáfora.
Pero es que el señor Presidente anda en otra agenda, que es la de “su consulta popular”. Insisto en que es “su consulta” porque no hay nada que sustente que el país necesita un procedimiento de ese estilo para conseguir algo que se puede conseguir con el Congreso. Pero el Presidente ya no quiere eso, ya no quiere trabajar por la vía que le provee la Constitución y la Ley. Prefiere más bien el espectáculo de la consulta para revitalizarse en su vanidad interior, fortalecerse y relanzarse para “barrer” en las elecciones del 2026. Ese parece ser el plan, y engaña al país todos los días diciendo que “no aspira a quedarse” cuando en realidad mueve todo para hacerlo. Espera, como es de suponer, que el Senado le dé el aval para convocar, pero, por si acaso la cosa no marcha bien, ya tiene en Bogotá miles de ciudadanos indígenas que vinieron a recoger un cheque de miles de millones de pesos y que se vieron con él el 1º´de Mayo en la Plaza de Bolívar para abrazarle y darle su respaldo en la consulta. Claro, no puede creerse que el Presidente fuera a desaprovechar semejante oportunidad para lucirse frente a una masa de pueblo que espera todo de él… y por si acaso llegara a parecerle poca cosa, sabe muy bien que “desenfundar la Espada de Bolívar” en actitud desafiante y provocadora ayudará a elevar hasta las alturas más sublimes su espectáculo, al tiempo que impulsará hasta dimensiones siderales la histeria colectiva. Y el Presidente se sentirá feliz, y obviamente pregonará que allí está demostrada con creces la voluntad popular que le respalda. ¿Será que ignora el famoso precepto carolingio que recuerda que “hay que ser cautos con las masas porque los tumultos populares tienden a caer en la locura?
Así figurado el hecho político de un país en crisis que se ha convertido en parodia. Mientras los buenos burócratas del equipo de gobierno pueden estar tratando de salvar la tarea del día a día, el Presidente “saca la espada de Bolívar” y se hace ovacionar en la plaza. ¿Habrá espectáculo más grotesco? ¿Pensará el Presidente que de esa manera resuelve las cosas? No, eso es seguro, pero ya en la noche oscura se retirará a sus aposentos para ceder ante sus debilidades y extasiarse pensando en lo que ha hecho, y sonreirá porque sabe que nadie, nunca en la historia de este país, se ha atrevido a realizar semejante teatro. Para su ego, la ovación en la plaza viene a ser la piedra más preciosa de inimaginable valor, para el país será un motivo de vergüenza. Sus admiradores harán lo mismo al retirarse, convencidos de que su líder es el mejor, mientras que el resto del país –que es la mayoría real- tendrá una noche de angustia porque no sabe qué conjunto de desastres vendrán el día siguiente.
Lo que no revelará nunca es su clara intención de “cerrar el Congreso” para convocar una constituyente, una asamblea general del pueblo, diría él, que le entregue el poder, ojalá fuera de por vida. Si lo hizo su maestro y mentor en Venezuela, el fallecido “Comandante” Hugo Chávez, y lo hizo su referente ex guerrillero en Nicaragua, apenas para mencionar dos casos cercanos, ¿por qué no podría hacerlo él? Mentirá todo lo que sea necesario, pero ya amenazó al Congreso de que eso hará si el Senado se atreve a no avalarle “su consulta”, la suya, la que él necesita para adueñarse del poder.
De tal calaña es el gobernante que pretende convocar el respeto y el apoyo de la comunidad internacional para mantener la ayuda económica a Colombia. Menos mal los países civilizados no son tan brutos y piensan primero en las gentes y su bienestar, y tal vez por esa razón, sólo por ello, consideren seguir dando ayuda a Colombia para ayudarle a salir de la encrucijada de violencia en la que se halla. No es pesimismo, pero habría motivo para pensar que si fuera por el fiasco de Mandatario que se metió en la Casa de Nariño ya nos hubieran cerrado todas las puertas. De ese tamaño es el enorme problema que tiene el país cuando se percata que su Presidente no es alguien calificado e idóneo para hacerse escuchar en el concierto internacional sin caer en la fastidiosa confrontación contra los grandes capitales y la espumosa de condición de “divagar entre mariposas amarillas”. Gobernantes de talla mundial no querrán arriesgar su agenda con alguien que de seguro les llega tarde, o no aparece, o que si acaso llega les haga perder su tiempo.
Bueno, pues corresponde a sus ministros, hombres y mujeres, la penosa tarea de mentir para que las cosas parezcan bien y no dar la imagen que el país se deshace como mantequilla entre las manos. Ya una vez Murillo y Saravia, apenas a pocas horas de haber tomado posesión del cargo, le sacaron del tremendo lío que él mismo se armó con el tema de los nacionales repatriados en aviones militares por el Gobierno de los Estados Unidos. Y otra vez Saravia saca la cara por él en Naciones Unidas, cumpliendo al menos decorosamente con una tarea que corresponde de lejos al Jefe del Estado. No vaya a ser que entre ellos mismos se estén poniendo de acuerdo para mantenerlo lejos de los asuntos delicados del Gobierno para que no “meta la pata” y tengan ellos la necesidad de mentir – o acaso corregir sus errores y equivocaciones- para sacarlo libre del barro. Si eso llegara a ser así, el país les saldría a deber hasta la sangre. ¿Estaremos cerca de ver un Presidente atado y amordazado por sus propios colaboradores para que el país pueda seguir adelante?
Yo no creo, pero amanecerá y veremos.